El cisma generado tras la integración de Iñigo Errejón en la plataforma electoral Más Madrid y la posterior dimisión del secretario general autonómico de Madrid, Ramón Espinar, han supuesto un tsunami en Podemos. Algunos ya se han aventurado a pronosticar el final del partido, algo arriesgado en un país donde cualquier previsión se derrumba al pasar por las urnas. De lo que no cabe duda es de que Podemos se ha acabado tal y como lo conocemos.
La formación venía arrastrando desde hacía tiempo divisiones internas -y hay ejemplos en Cantabria, La Rioja, Navarra, Cataluña, Andalucía...- que han cuajado ahora también en la negativa de una serie de concejales a participar en las primarias. Es decir, ha habido toda una serie de traiciones que han acabado siendo toleradas. En ese sentido, el desplante de Errejón no ha hecho más que sacar a la vista de todos una situación que viene de lejos.
No obstante, no se puede señalar a Errejón como el único culpable de esta crisis. Es cierto que siempre ha manifestado una gran ambición política. Cabe recordar que aprovechó la marcha de Iglesias al Parlamento Europeo para colocar en la dirección a todos sus hombres para así controlar la organización y poder disputarle a su amigo la Secretaría General. Desde entonces, aquel enfrentamiento no ha hecho más que avivarse, aunque a veces permaneciese latente.
Manuela Carmena también es responsable de la situación por la que atraviesa Podemos en Madrid, porque ante el intento de Iglesias de condicionar la lista electoral que ella misma encabezaría, urdió un plan para convertirse en el único referente de la nueva izquierda madrileña.
Hacer frente a la candidatura de Errejón no es fácil, por eso nadie en Podemos quiere encabezar una candidatura
Todo ello ha llevado a que Podemos entre en shock a solo cuatro meses de unas elecciones cruciales. Tal vez por eso han proliferado en estos últimos días las voces que reclaman una negociación entre Iglesias y quien fue su mano derecha, para evitar la división de la izquierda. La dimisión de Ramón Espinar y el posicionamiento del secretario general de Castilla-La Mancha, José García Molina -un reconocido pablista- hay que interpretarlos en ese sentido.
Solo Pablo Iglesias y su círculo más próximo se han mostrado, en todo momento, partidarios de presentar batalla en Madrid. El problema es que todos son conscientes de que hacer frente a la candidatura de Errejón no es fácil, hasta el punto de que nadie quiere encabezar una candidatura de Podemos en este territorio, por el miedo de quedarse por debajo del 5%. Ese resultado es una amenaza real por el presumible tirón de la candidatura de Más Madrid y la propia división del voto de la izquierda.
A todo ello hay que sumarle que una derrota en esas circunstancias sería atribuible enteramente a Pablo Iglesias, por su insistencia de imponer a Julio Rodríguez en las listas madrileñas y su poca predisposición a tender puentes con los sectores díscolos. Una derrota que probablemente tendría como consecuencia el fin de la carrera política del secretario general, y seguramente con ello, el fin del partido.
Todo ello, junto con el retroceso electoral que vaticinan algunas encuestas y la posibilidad de que en muchos municipios y comunidades se reviva el pacto andaluz, ha llevado al líder de Podemos a recapacitar. Por ello ha abierto la puerta a una candidatura única, que no pasa necesariamente por la integración de Más Madrid, pero tampoco por ceder la cabeza de la misma a Errejón, aunque ahora se le declare aliado y "no traidor".
Podemos ha de decidir si es un partido de la izquierda radical o entra a disputarle al PSOE su espacio político
Se está buscando una solución para salir del paso que escenifique imagen de unidad y cohesión, pero eso no resuelve los problemas de fondo. Podemos necesita refundarse, dar por cerrado de verdad Vistalegre II. No olvidemos que esta fuerza no nació como un partido más, y que su principal atractivo era la capacidad para seducir a ciudadanos cansados de las prácticas de las formaciones tradicionales. Un partido que abanderaba una nueva forma de hacer política, participativa y plural. Eso se ha visto ensombrecido por primarias opacas, fuertes personalismos, escasa influencia de los círculos, cuestionamiento de la pluralidad interna...
De ahí que Podemos tenga que resolver, de una vez por todas, su principal dilema estratégico: su posicionamiento ideológico y orgánico. Ha de decidir si opta por ser ese partido de la izquierda radical, conciencia de la sociedad, o apuesta por el contrario por ser una fuerza política que le disputa al PSOE su espacio político. Pero también debe elegir entre la centralización o la confederación con las mareas y plataformas de izquierdas.
En definitiva, Podemos debe dar respuesta a un problema interno, pensar en cómo crecer y superar el estancamiento en el que parece haberse instalado, además de institucionalizarse para evitar que vuelva a repetirse lo vivido durante estos últimos días. Un camino nada fácil, lleno de espinas, en el que diferentes sectores pugnan por el dominio del partido. Si todo ello no se aborda con calma y templanza suficientes, Podemos puede puede terminar resquebrajándose.
*** Gema Sánchez Medero es profesora de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad Complutense de Madrid.