España y Europa forman parte de la misma realidad política. Estamos integrados en la misma estructura supranacional desde los 80. Hemos estado sometidos a las mismas crisis y afrontamos los mismos desafíos. Las propuestas políticas clásicas buscan respuestas satisfactorias para seguir siendo garantes de las democracias liberales desde, prácticamente, la caída del Muro de Berlín en 1989.
La gran crisis económica de 2008 ha agravado una crisis política que hasta ahora parecía vinculada exclusivamente al descrédito de los grandes partidos, al auge neocon y a la propaganda de los desmanteladores del Estado de bienestar. La respuesta de la socialdemocracia sólo puede ser una: reforzar ese Estado de bienestar.
La crisis alentó el auge de movimientos populistas inspirados en la new wave izquierdista en América Latina. Syriza en Grecia, el primer Podemos en España, el Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo en Italia... Sea como fuere, ésta parece una tendencia claramente en retroceso en nuestro país.
Ahora, sin embargo, el populismo cambia de polo en España. Un movimiento, por otro lado, coherente con el auge en toda Europa de movimientos de extrema derecha, eurófobos, nacionalistas, racistas, machistas y supremacistas. El panorama que se divisa desde el puente es preocupante: la Agrupación Nacional de Marine Le Pen (21% de los votos en 2017) en Francia; la Liga Norte de Matteo Salvini -un vicepresidente que concentra más atención que el presidente del Consejo de Ministros- en Italia; el UKIP en Reino Unido; el Partido Liberal (FPÖ) en Austria; Alternativa para Alemania… y Vox en España.
No cabe retorcer el lenguaje: a la ultraderecha hay que llamarla “ultraderecha”, no “derecha dura” o “nueva derecha”
No cabe pues ninguna duda de que Europa y España responden al mismo pulso histórico. El problema del bréxit es el problema más evidente, pero no el único. El peligro de que el proyecto europeo y el sistema de democracias posterior a la Segunda Guerra Mundial se vayan a pique, es mayor con el auge de la extrema derecha. Por eso no es de extrañar que en Europa hayan advertido por activa y por pasiva a PP y Cs que la Unión tiene líneas rojas. Que con la ultraderecha no se pacta. Que a la ultraderecha se le derrota.
PP y Cs deben volver a Europa. Y, más allá de los partidos, los medios de comunicación y la sociedad civil en su conjunto tendrán que involucrarse para exigir a PP y a Cs que regresen a la centralidad de la política, que rehúyan los márgenes y devuelvan el debate sobre los asuntos de interés general al centro del tablero.
En este objetivo, el papel de los medios es fundamental. No vale blanquear a Vox a costa de retorcer el lenguaje y la semántica. A la ultraderecha hay que llamarla “ultraderecha”, no “derecha dura” o “nueva derecha”.
El espacio natural de proselitismo y crecimiento de Vox se produce en un medio nuevo, transversal y al que los más jóvenes son más vulnerables: las redes sociales y singularmente Instagram. Así que alguien tendrá que advertir a los más jóvenes que presentar a Santiago Abascal como el Cid Campeador o como un héroe de cómic en un meme no es un chiste ni es una gracieta simpática: es una forma de frivolizar sobre un movimiento político que aspira a la regresión, a la involución de España y su democracia.
El PP parece haber renunciado a ocupar la hegemonía del centroderecha y aspira a alcanzar el poder con Vox y Cs
Lo llaman reconquista cuando quieren decir regresión, lo cual no deja de ser un indicio de que al tradicional eje izquierda-derecha se ha superpuesto otro eje más amplio y determinante acaso: el eje progreso-regresión. Y hay que elegir.
El Gobierno de Pedro Sánchez se comprometió -y lo está cumpliendo- a garantizar la estabilidad política, económica y social. La estabilidad política recuperando la iniciativa después de que la corrupción del PP y la incapacidad de Rajoy para dar una respuesta a la crisis territorial abocara a España a un periodo de azoramiento del que sólo salió con la moción de censura. Y la estabilidad económica y social con la tramitación de unos Presupuestos Generales del Estado que permitirán recaudar más y redistribuir con más equidad los impuestos para corregir la brecha social e intergeneracional producida por la crisis. Que mejorarán la capacidad adquisitiva de los pensionistas, de los funcionarios y de tres millones de trabajadores que perciben el SMI. Que incrementarán las ayudas a la dependencia para parados de larga duración. Y que aumentarán la inversión territorial para ganar en cohesión como país.
Se puede ser de izquierdas o de derechas, pero no se puede estar en contra de logros como la descentralización del poder, el reconocimiento de la pluralidad como un elemento inclusivo, el respeto a la legalidad, la defensa de las libertades y los avances sociales, y en particular el reconocimiento de los derechos de las mujeres, o la certidumbre sobre la capacidad de nuestra democracia para garantizar estabilidad y progreso.
El PP parece haber renunciado a ocupar la hegemonía del centroderecha y aspira a alcanzar el poder de la mano de un tripartito con Vox y Cs. Por eso Pablo Casado legitima continuamente los planteamientos del partido de Santiago Abascal. Cs debe valorar si escorarse a la derecha no hipoteca y reduce su margen de maniobra en el futuro.
*** José Luis Ábalos Meco es secretario de Organización del PSOE y ministro de Fomento.