África: la leyenda negra (europea) ignorada
El autor repasa la herencia dejada por los países europeos en sus colonias africanas, y la compara con la que dejó España en América, que dio pie a la Leyenda negra.
Hemos escrito en más de una ocasión sobre la Leyenda negra por antonomasia, la que injusta y arteramente se focaliza en los supuestos excesos que cometió España en América (y en Europa). Hoy toca hablar de una de las leyendas negras más reales, y tal vez por ello, más ocultada por la Historia: la de las potencias europeas en el continente africano. No se trata de compensar relatos, sino de hacer justicia histórica y de paso ofrecer una explicación alternativa al fenómeno de la emigración africana que sufre (toda) Europa.
A pesar de su cercanía con el continente africano, España fue excluida por las potencias dominantes de su entrada en África. Así salvo unas pocas posesiones (un pequeño protectorado de Marruecos, Sahara, y Guinea Ecuatorial), el resto del continente fue dividido entre otros países europeos, destacando Reino Unido y Francia, pero también Italia, Alemania, Holanda, Bélgica, Portugal e incluso Austria. Es imposible en pocas líneas resumir todas las atrocidades, abusos e injusticias cometidas en África. Daremos solo unas pinceladas:
Empecemos por Reino Unido. En la guerra en Sudán, el 2 de octubre de 1898 (mientras aquí nos lamentábamos de nuestra decadencia) el ejército británico ocasionó 11.000 muertos, 16.000 heridos y 4.000 prisioneros en el ejército sudanés en un solo día, además de una auténtica masacre de mujeres, niños y ancianos que acudían a socorrer a los heridos. Lo hizo armado de la ametralladora Maxim, balas dum-dum para aumentar al gravedad de las heridas y modernos cañones.
Durante la Segunda Guerra Boer (1899-1902), los británicos crearon una red de campos de concentración (adelantándose en esta idea a los nazis) donde más de 22.000 niños menores de 16 años murieron de hambre y enfermedad. En los años 20, Churchill decía: “Estoy totalmente a favor del uso de gas venenoso contra tribus incivilizadas”.
En Kenia, entre 1952 y 1961, más de 100.000 rebeldes Mau Mau fueron detenidos en campos de concentración, y un millar ejecutados arbitrariamente. Los hombres eran castrados y se les metía arena en el ano, y las mujeres violadas después de introducirles agua hirviendo en la vagina. El propio Franklin Delano Roosvelt sostenía en 1942: “Explotar los recursos de una India, una Birmania, una Java; sacar toda la riqueza de esos países, pero nunca devolverles nada (…). Suciedad. Enfermedad. Una tasa de mortalidad muy elevada (…) Esas personas son tratadas peor que ganado (…) Por cada dólar que los británicos han puesto en Gambia han sacado diez. Es pura y simple explotación”.
Bélgica (donde algunos jueces se niegan a cumplir la eurorden), se dedicó a cortar brazos como castigo en el Congo
¿Y qué decir de Francia? Un país que se atrevió a utilizar sin pudor tropas coloniales para sus guerras contra terceros, situándoles además en los puestos más peligrosos o de vanguardia: los tirailleurs senegaleses (en realidad de toda la África francesa). Por su parte, Bélgica (hoy sede de las instituciones de la UE, donde algunos jueces se niegan a cumplir la eurorden), se dedicó a cortar brazos como castigo a los campesinos y a arrasar aldeas enteras en el Estado Libre del Congo; entre 1885 y 1908 perdieron la vida en torno a 10 millones de congoleses.
Italia ocupó Libia, Somalia y Etiopía, muriendo más de 100.000 libios y 50.000 etíopes, contra los que se empleó gas mostaza, además de ejecutar a todos los monjes y monjas del Monasterio de Debre Libanos en 1937. Entre 1904 y 1908, Alemania mató en Namibia a 100.000 personas de la etnia Herero y 10. 000 de la Nama. Holanda creó la llamada “Costa de Esclavos”, que abarcaba lo que hoy son Ghana, Benín, Togo y Nigeria.
Pero no solo las potencias europeas, el Imperio otomano (hoy Turquía) se extendió por Egipto, Libia, Argelia y Sudán, sin olvidar el intento de exterminio del pueblo armenio. Un hecho que, aunque en un principio fue denunciado por los embajadores británico y estadounidense (y los gobiernos de Francia e Italia), e incluso se llegó a celebrar un primer y muy limitado juicio (nada que ver con los juicios de Núremberg), pronto se echó tierra al asunto, una vez que Turquía se convirtió en un preciado aliado para las potencias anglosajonas.
¿Todo esto no ha sido denunciado? Se ha intentado. En 2001 tuvo lugar una Conferencia internacional de las Naciones Unidas en Durban donde se condenaron los efectos del colonialismo sobre los pueblos africanos y asiáticos, y “otros pueblos indígenas”, a efectos del racismo, discriminación racial, xenofobia y otras formas conexas de intolerancia de los cuales seguían siendo víctimas en pleno siglo XXI.
Antes, en 1999, una Comisión de países africanos propuso una demanda de indemnización por las vidas humanas perdidas como consecuencia de la trata de esclavos y la extracción de oro, diamantes y otros minerales durante el régimen colonial. Todos estaban implicados, aunque la mayor responsable era Reino Unido pues, al menos, un tercio de los esclavos de raza negra fueron consecuencia de agentes o barcos británicos. Sólo desde el puerto de Liverpool salieron en un año (1740) 33 barcos de esclavos. La cantidad a pagar por los británicos hubiera sido al menos de 150.000 millones de libras esterlinas. Por supuesto la demanda quedó en nada.
Sorprende que en pleno siglo XX el mejor sistema sanitario público de toda África fuera el del Guinea Ecuatorial
Hoy África es el continente más pobre y corrupto del mundo. Los países más pobres de la Tierra son: Níger, Etiopía, Malí, Burkina Faso, Burundi, Somalia… Y los más corruptos, según la organización Transparencia Internacional, serían: Senegal, Camboya, Uganda, Camerún, Mozambique, Libia, Zimbabue, Kenia, Yemen, Liberia y Sierra Leona. ¿No tiene nada que ver en esa situación la herencia que dejaron las potencias coloniales europeas?
Resulta curiosa la escasez de estudios profundos dedicados a esta cuestión. Incluso cuando los norteamericanos Daron Acemoglu y James Robinson —en su famoso ¿Por qué fracasan los países?— analizan esta cuestión, detectan con asombrosa facilidad la influencia directa del absolutismo español sobre la pervivencia de instituciones “extractivas” en la América hispana (aspecto discutible dado el mestizaje y que su decadencia comenzó después de la independencia), mientras no establecen una semejante conexión entre la situación actual africana y el modelo institucional y productivo (v.g. tierras ocupadas por colonos y ausencia de industrias) que dejaron, entre otros, Reino Unido y Francia.
Lo cierto es que no se crearon un número equiparable de colegios, hospitales o universidades en África (que estuvieran además todas abiertas a los propios africanos) como sí ocurrió en América, ni dejaron un modelo judicial profesionalizado. En realidad, solo utilizaron sus colonias para propiciar la mejora económica de la metrópoli y sus ciudadanos, sin pensar en el futuro de los nuevos países. Sorprende que en pleno siglo XX el mejor sistema sanitario público de toda África fuera el del Guinea Ecuatorial, la ex colonia española.
En todo caso, si se pudiera demostrar que el actual subdesarrollo africano es consecuencia de las políticas de las potencias europeas, sería una cuestión de justicia social e histórica que cada país se hiciera cargo de la emigración que ha producido. Tal vez así se resolvería este problema de una vez por todas, pues asumiendo su responsabilidad deberían afrontar igualmente el coste de promover el desarrollo que se les debe. Por nuestra parte, que vengan todos los hispanoamericanos que quieran.
*** Alberto Gil Ibáñez es escritor y ensayista. Su último libro es 'La leyenda negra: Historia del odio a España' (Almuzara, 2018).