En el plató de la televisión pública, Sánchez estaba solo frente a muchas personas que le tenían ganas. Entre ellos, tres candidatos a la presidencia del Gobierno. Rivera cerró el debate de los debates, provocado por la performance fallida de Moncloa, "estamos aquí de milagro", y abrió el royal rumble contra el hombre de Atresmedia señalando literalmente su frente. "Tiene escrita la palabra indulto", fue el pitido inicial de la primera vuelta.
El presidente del Gobierno hacía como si a su alrededor no pasara nada. El resto perseguía la sombra de un tipo que esquivaba reproches. Si Casado y Rivera lo nombraban representante de nacionalistas y proetarras, él recitaba los "logros" durante los diez meses al frente del Ejecutivo. Cuando Pablo Iglesias le recordó que no habría subido el salario mínimo profesional sin la intervención de Podemos, Sánchez miró a cámara fijamente para salir del apuro: "Es el día mundial de la Tierra". Acusó el golpe y trató de disimularlo bajo la apariencia conmovida de ecologista espontáneo.
Al final del primer bloque existía la sensación de que la hora se le iba a hacer larguísima. El mitin socialista con el que cubría sus intervenciones no era suficiente ante el acoso de Rivera -"¡Baje del Falcon!"-, con el que compartió los momentos de mayor tensión. Había que hacer algo rápido o no llegaría vivo a la cita con Ana Pastor. Era pronto para llamar a Ábalos. Entonces, en la primera oportunidad que tuvo, utilizó el comodín de la polémica sobre el consentimiento. "No es no", aleccionó a Casado pacientemente, para dirigirse justo después a Rivera.
-El vientre de las mujeres no se alquila.
-No sea carca, señor Sánchez.
Como Casado se bloqueó en la cuestión de género, Sánchez aprovechó para estrujar la corrupción de los populares. Llamó "gran bazar de la corrupción" al Partido Popular e hizo un recorrido imaginario por su sede, identificando metafóricamente las plantas donde despachaban ilegalidades.
Cualquier palabra de Casado la tomaba en un tono burlón que no escapaba a la sobreactuación: es difícil encontrar la naturalidad en Sánchez. Ni siquiera cuando devolvía los golpes con una fórmula que encontró muy ocurrente pero tenía un punto infantil. "El detector de verdades" fue el trending topic de su argumentario, acompañado siempre de la misma sonrisa forzada de guaperas. Las pensiones, el paro, los impuestos, todo tenía que pasar por su feliz invento.
Aún así, iba salvando el K.O., provocando "a las dos derechas aquí presentes". Fue el único, de hecho, que citó a Abascal. Rivera insistió en sus reuniones con Torra, la forma en que le dio categoría de jefe de Estado, hasta el punto de sacar enmarcada la foto de uno de sus encuentros, como quien saca de la cartera una estampita gastada.
Entre el socialista y el líder de Cs había algo más que la tensión propia del debate, como varios asuntos sin resolver. Rivera quiere sus votantes y Sánchez su apoyo para librarse de las malas compañías que lo hicieron presidente hace casi un año. Esa frustración la pagaba el presidente con el candidato de Génova, al que hizo enrojecer con las veces que votó junto a Bildu.
Las preguntas sin respuesta empezaron a sobrevolar el estudio, flotándole a Sánchez por encima de su cabeza las cuestiones que marcarán su futuro. ¿Indultará a los políticos catalanes? ¿Pactará con Ciudadanos? Pablo Iglesias pensó que se había quedado sin respuesta y en realidad ésta estaba delante de todo el mundo. En un momento, por primera vez en toda la noche, a Sánchez se le escapó una mirada mendicante hacia Rivera al afear su pacto con Vox en Andalucía: "Y el cordón sanitario se lo hacéis al PSOE", se insinuó, mientras suspiraba "¡qué decepción!".