La dimisión de Toni Roldán de todos sus cargos en Ciudadanos ha sido tan alabada por la izquierda como atacada por la derecha. Cada bando ha elegido la parte de su discurso que más le gustaba para ensalzarlo o criticarlo a placer.
En el teatro de la política, hemos presenciado monólogos parciales con los guiones habituales. La izquierda ha descubierto a un estadista fiel a sus ideas, a pesar de haberse pasado la legislatura tachándolas de ultraliberales. La derecha, alérgica a un partido centrista fuerte, le considera un traidor a la causa antisanchista. Roldán se preguntará dónde está esa tercera España en la que creyó cuando volvió de Londres hace cuatro años.
“Le diagnostico muy buena salud al bipartidismo”, decía Rajoy la víspera. Otra de sus frases sin sentido que hacen mucha gracia hasta que se demuestra que tiene razón. Con marejada en aguas naranjas, la reunión de Sánchez y Casado reforzaba al bipartidismo como sistema “natural” de alternancia en el poder. Tienen la ventaja de ser previsibles, de no reinventarse a cada giro de guión. Y a los dos les conviene repetir las elecciones.
Si los conceptos de izquierda y derecha están fuertemente arraigados en Occidente desde la Revolución Francesa, esta España cainita lleva ración doble en el ADN. Todo se ve con las gafas de la dicotomía y situarse en el centro es ponerse en la diana. Cada decisión requiere dosis de pedagogía que no caben en un tuit. Mientras, la tele-política exige maniqueísmo y confrontación mañana, tarde y noche, no vaya a ser que cambiemos de canal.
El centro parece misión imposible y siempre se mueve en territorio comanche. Después del éxito efímero de UCD y los fracasos de CDS y UPyD, Ciudadanos ha sido el cuarto intento serio de consolidar una fuerza centrista en lo que llevamos de democracia. A menudo se exagera su viraje de la socialdemocracia al liberalismo, cuando ambos son cajones de sastre en los que caben múltiples versiones. Los liberales nórdicos están más a la izquierda que los socialdemócratas del Este y nadie se rasga las vestiduras.
Familias aparte, lo que se propone a la sociedad es un programa y el programa de Ciudadanos siempre ha combinado libertad e igualdad en un equilibrio típico de las formaciones centristas. Cree en la libertad de mercado y busca medidas eficaces para mejorar la vida de la gente. Por ello fue capaz de negociar el Pacto del Abrazo con Sánchez “para un gobierno reformista y de progreso” y de sacarle al gobierno de Rajoy sus medidas más innovadoras, demostrando que se puede hacer política no frentista con capacidad y voluntad.
Como los programas han pasado a segundo plano, el centro viene determinado por la posición respecto a los otros partidos
La voluntad empezó a fallar cuando Rivera vio la oportunidad de llegar a la Moncloa cortejando a los votantes conservadores. El procés estaba hundiendo a un PP muy tocado por la corrupción. ¿Para qué seguir creciendo lentamente por el centro si podía crecer rápidamente por la derecha? Ése fue el principio del fin del proyecto centrista.
Ciudadanos capitalizó la España de los balcones con una sobredosis de banderas que chirriaba en un partido fundado contra el nacionalismo. A pesar de todos los esfuerzos didácticos, de aquella España Ciudadana no se recuerda el patriotismo constitucional habermasiano, sino a Marta Sánchez masacrando un himno que siempre ha estado mejor sin letra.
Como los programas han pasado a segundo plano, el centro viene determinado por la percepción de los votantes y por la posición respecto a los otros partidos. Sin cambios de programa, la gente empezó a ubicar a Ciudadanos claramente escorado a la derecha. Luego llegarían las elecciones andaluzas y la tormentosa relación con Vox, con el PP de agencia matrimonial.
A pesar de las dudas, las elecciones generales reforzaron el plan Rivera de sustituir al PP. El veto a Sánchez fue el principal mensaje de campaña y Ciudadanos pasó de 32 a 57 diputados, un éxito rotundo. Los votantes lo habían respaldado y el veto se extendió con algo de maquillaje a todo el PSOE en las municipales y autonómicas. Cuando los números no salieron, era el momento de replantearse la estrategia, pero Rivera llevaba un año a velocidad de crucero y no iba a cambiar de rumbo. Al contrario, declaró al PP como socio preferente, finiquitando toda posibilidad de ampliar el espacio desde el centro.
Contrariamente a la argumentación del aparato naranja estos días, el centrismo no es una condena vitalicia al papel de bisagra, y menos en un escenario tan volátil como el de la Europa actual, con movimientos liberales y verdes al alza. El centrismo es mantener capacidad de negociación a derecha e izquierda con la voluntad de ensanchar la base por ambos lados, obligando a PP y PSOE a competir con Vox y Podemos, respectivamente.
La decisión de Rivera de ocupar el centro-derecha es perfectamente legítima, pero cambia inexorablemente la naturaleza de su partido. A partir de ahora va a tener muy difícil explicar qué ofrece Ciudadanos que no pueda encontrarse en el PP. Y los centristas españoles vuelven a estar de luto, su estado natural.
*** Josep Verdejo es periodista.