La reciente visita del buque escuela de la Armada Española, Juan Sebastián Elcano, a la costa vasca, nos ha permitido revivir una serie de episodios y realidades imposibles de ignorar y mucho menos de desvincular de la historia de España.
Empezamos por lo histórico más actual: este año se celebra el 500 aniversario del inicio, un 10 de agosto de 1519, de la primera vuelta al mundo, que encabezó el portugués Magallanes y que, tras perder la vida a manos de los indígenas en Filipinas, remató tres años después el español –vasco de Guetaria (Guipúzcoa)– Juan Sebastián Elcano.
Sanlúcar de Barrameda, en Cádiz, fue el punto de partida y de llegada de una empresa que convirtió a la monarquía española, que la financió, en la protagonista de una gesta de alcance histórico universal. Conmueve recordar los nombres de los dieciocho hombres que sobrevivieron a tal proeza, del total de 239 que la iniciaron, y entre los que hay otros tres vascos más, además de Elcano: uno de Bermeo, otro de Bilbao y otro de Baracaldo.
La estancia del Juan Sebastián Elcano en la costa vasca estos días ha servido además para certificar, como ya pasó en marzo con la visita del buque insignia de la Armada Española, el portaviones Juan Carlos I, la enorme simpatía e interés con que la ciudadanía vasca acoge dichos eventos. Aunque el récord lo tiene la visita del portaviones al puerto de Motril en Granada, que superó las 15.000 personas –y no vamos a tener en cuenta que fue en un puente del Pilar…–, en Guecho tampoco estuvo mal la cosa, con 10.500 personas, superadas ahora por los 10.744 visitantes que han querido conocer de cerca el imponente bergantín-goleta blanco de los cuatro mástiles.
Con vascos tan imbricados en la historia de España como Elcano, Lezo o Legazpi, los nacionalistas no saben qué hacer
Quiere decirse que en el País Vasco hay mucha gente que siente verdadera admiración y orgullo por todo lo que esos barcos representan en relación con la historia de España, porque en ella están también representadas las gestas de muchos vascos. De hecho, la Armada española también cuenta con una serie de fragatas de la clase Álvaro de Bazán –por quien fue, a las órdenes de Don Juan de Austria, el mando decisivo en la victoria de Lepanto, nombrado después Capitán General de las Galeras de España–, al que uno de sus biógrafos lo considera descendiente de Íñigo López, hermano del V señor de Vizcaya.
Una fragata de esa serie se bautizó con el nombre de Blas de Lezo, otro marino glorioso, natural de Pasajes (Guipúzcoa), de la época del rey Felipe V y la Guerra de Sucesión. Y si nos vamos al Ejército de Tierra, contamos con un batallón de infantería llamado Legazpi, en honor del conquistador de Filipinas y fundador de Manila, natural de Zumárraga (Guipúzcoa).
Con todos estos personajes vascos tan imbricados en la historia común de España, como Elcano, Lezo o Legazpi, los actuales nacionalistas vascos no saben qué hacer. No entienden que fueran vascos y a la vez españoles. Es lo que le ocurría al propio Sabino Arana, que consideraba a todos los vascos anteriores a él como vascos equivocados.
La revista más importante de la cultura vasca, la Euskal-Erria de San Sebastián, con sus 79 gruesos volúmenes y treinta y ocho años seguidos de publicación, entre 1880 y 1918, recoge la colección más completa de referencias de autores vascos a lo largo de toda la historia y todos se consideraban a sí mismos inconfundiblemente españoles.
Sabino Arana no podía soportar que otros tan vascos o más que él se sintieran españoles hasta el tuétano
Sabino Arana no podía soportar eso, le ponía de los nervios porque eran todos tan vascos o más que él y además se sentían españoles hasta el tuétano. Por citar solo unos cuantos destacados, del siglo XVIII para acá, tenemos a Larramendi, Astarloa, Ortiz de Zárate, Sagarmínaga, Moraza, Novia de Salcedo, Soraluce, Echegaray, Iturralde, Trueba o Azcue. Como no eran nacionalistas, Sabino Arana los tachaba de malos vascos y llegó hasta a construir una sentencia lapidaria para estigmatizarles: "conocieron a su patria pero no la amaron sino que la entregaron en manos de sus enemigos". Los enemigos, para el fundador del nacionalismo vasco, eran, claro está, el resto de españoles.
Pero la visita del Juan Sebastián Elcano nos trae también otra referencia histórica mucho más contemporánea que la del glorioso marino que le da nombre. Nos referimos a su constructor en los años veinte del siglo pasado, el magnate republicano y bilbaíno Horacio Echevarrieta. Se trata de un personaje absolutamente crucial para entender el siglo XX español, puesto que a su republicanismo familiar –su padre Cosme fue sin duda el líder indiscutible del republicanismo histórico bilbaíno– sobrepuso su condición de empresario.
La actividad emprendedora de Horacio Echevarrieta está detrás de la creación de empresas señeras como Iberdrola, Iberia o Astilleros Españoles en Cádiz, donde en 1927 se botó el Juan Sebastián Elcano, destinado desde el principio a ser el buque escuela de la Armada Española. El nombre del barco se debe, parece ser, a sugerencia del mayor de sus seis hijos, llamado Horacio como su padre.
La vida política de Echevarrieta resulta asimismo imprescindible para explicar la conjunción republicano-socialista en Bilbao a partir de 1909, donde por la parte socialista Indalecio Prieto se hizo con el protagonismo, en buena medida gracias a la influencia sobre la militancia que le proporcionaban sus artículos en el periódico El Liberal, que luego pasaría a ser también propiedad de Echevarrieta.
El 'Juan Sebastián Elcano' representa una visión de la historia que nos permite comprender mejor la realidad vasca
La amistad entre ambos personajes creó una sinergia que recorre las décadas decisivas de los años veinte y treinta, durante las cuales el empresario bilbaíno alcanzó las más altas cotas de influencia económica, social y política, que le situaron en el estrecho círculo de confianza del rey Alfonso XIII.
Pero al llegar la Segunda República y la Guerra Civil, paradójicamente, y respecto de la etapa monárquica, el republicanismo del empresario bilbaíno no le deparó más que una pérdida continua del estatus alcanzado en la etapa anterior, hasta el punto de que uno de sus principales biógrafos se refiere a "la traición de Indalecio Prieto", que en ese periodo histórico fue varias veces ministro y serio candidato a la presidencia del gobierno.
Tras la Guerra Civil, que pasó refugiado en Madrid, fueron el ascendiente empresarial de Echevarrieta y su amistad con los vencedores los que prevalecieron sobre sus veleidades republicanas anteriores y que le permitieron, durante el régimen de Franco, continuar con sus empresas y propiedades, hasta su fallecimiento en 1963 en su palacete Munoa de Baracaldo.
Por todo lo dicho, el buque escuela Juan Sebastián Elcano, además de la majestuosidad y elegancia con la que surca los mares, mostrando los valores de disciplina y patriotismo de quienes lo tripulan y aprenden en él, representa también –tanto por el personaje histórico que le da nombre, como por el de quien lo construyó– toda una visión de la historia de España pasada y reciente que nos permite integrar en un todo comprensible la realidad histórica vasca, con su desviacionismo nacionalista, así como la frustrante y excluyente opción republicana en España, en la que ni sus mejores representantes encontraron el acomodo y la comprensión de sus propios conmilitones.
*** Pedro José Chacón Delgado es profesor de Historia del Pensamiento Político en la UPV/EHU.