Véanse a ustedes mismos en septiembre de 2046. Imaginen a un tipo llamado Salah Abdeslam, que cruza las rejas del portón de un centro penitenciario situado en la Region Parisienne, al norte de Francia. Lleva 30 años encarcelado a 400 kilómetros del barrio de Molenbeek, en Bélgica, donde residía y donde preparó los brutales atentados yihadistas de París, en noviembre de 2015. 130 personas fueron asesinadas y otras 365 llevarán de por vida en sus cuerpos marcas de crueldad. Ninguna de ellas le espera a su salida de la cárcel. Sí lo hace una pequeña comitiva da familiares y amigos. También líderes de fuerzas políticas con representación en la Asamblea Nacional francesa.
Allí, orgullosos ante las cámaras, los diputados que acuden a su encuentro abrazan a Abdeslam y le agradecen la coherencia mostrada durante 30 años. Ven valía en que no haya renunciado a las ideas que le llevaron a prisión. Los agasajos de los diputados electos y de los elegibles responden a la actitud que Abdeslam ha mantenido durante tres décadas entre barrotes: no sólo no se ha arrepentido de lo que hizo, sino que manifiesta seguir defendiendo su causa, su particular defensa de Dar-al Islam (tierra del islam).
Abdeslam entró en la cárcel con 26 años siendo el enemigo público número uno. Hoy, en 2046, tiene 57 y es un héroe, el ejemplo vivo del éxito social. Es inmortal.
El escenario que acaba de ser narrado es hipotético en Francia, no en España, donde se ha institucionalizado y hasta normalizado el agasajo público a militantes de la banda terrorista más letal que ha operado en nuestro país: ETA. El último episodio ha tenido lugar en la localidad guipuzcoana de Oñate. Allí, centenares de personas recibieron con honores a Xabier Ugarte, uno de los etarras que mantuvo secuestrado al funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara durante 532 días con sus noches en un zulo de madera de tres metros de largo, dos de ancho y 180 centímetros de alto.
Con esa escenografía se quiere presentar al miembro de la organización como pilar de la construcción nacional
Según datos del Observatorio contra la Radicalización del COVITE, este es uno de los 52 actos de culto al terrorismo que se han producido en el País Vasco y Navarra en lo que va de 2019. En 2018 se documentaron 192. Se trata de actos y homenajes alentados por la izquierda abertzale desde instituciones y tribunas públicas sin que eso acarree un coste político a los herederos de Batasuna que les haga desistir.
A la luz de los datos asistimos a un intento medido y meditado de construir una verdad pública de la mano de un modelo tremendamente efectivo en comunicación política, un modelo mediante el cual se construyen identidades colectivas: el modelo héroe, víctima, villano.
El héroe es el protagonista de la historia, alguien que se mueve por justicia o lealtad (el militante de ETA que sacrifica su juventud para liberar al pueblo vasco). Es el encargado de desarrollar la misión o tema central de la trama política. El villano representa los atributos negativos propios del que impide una misión supuestamente legítima (el Estado español y el francés). Contra el villano se construye la misión de la trama. Finalmente, la víctima, a la que hay que salvar y proteger porque en torno a ella se establece el conflicto narrativo (el pueblo vasco).
La escenografía de estas bienvenidas u ongi etorris fue diseñada al detalle para proponer un marco interpretativo coherente y capaz de promover un relato sólido a pie de calle, allí donde es difícil desarrollar contranarrativas eficaces. Con esa escenografía se prevé potenciar símbolos que encarnen la unión del pasado con el futuro, así como de presentar al miembro de la organización como pilar fundamental de la construcción nacional.
Los niños tienen cada vez más protagonismo para generar marcos cognitivos que representen una visión de la realidad
El preso recién salido de prisión llega a su pueblo, donde recorre un pasillo conformado por vecinos potando banderas. El pasillo es el primer ejercicio de pleitesía hacia el etarra orgulloso de serlo. Las banderas, el motivo de su sacrificio y emblema representativo de su misión.
En ese pasillo los niños, las nuevas generaciones, toman cada vez más protagonismo en la medida en que así se generan marcos cognitivos que representen una lucha, una visión de la realidad, trasladable de padres a hijos. Un ejemplo: cuando uno de los últimos jefes de explosivos de la banda, Mikel Oroz, alias Peru, recorrió su particular pasillo multitudinario en agosto de 2017 en Burlada (Navarra), lo hizo con dos bebés en brazos, uno en cada brazo.
Otro ejemplo: cuando Hodei Ijurko fue acogido con honores en Echarri Aranaz (Navarra) en septiembre de 2018 tras cumplir condena por tratar de quemar vivos a un grupo de policías forales, 11 niños fueron los encargados de darle la bienvenida con una pancarta que rezaba en euskera "Bienvenido Hodei". Los niños dibujaron tres corazones rojos y una mariposa verde en la pancarta.
Después de recorrer el pasillo, los miembros convencidos de ETA –los que reniegan de la banda no son aclamados en público– suelen ser obsequiados con una txapela de 16 pulgadas destinada a coronar a campeones, el equivalente a un trofeo. En agosto de 2017 la recibió Kemen Uranga, condenado por proporcionar pisos francos a ETA, y en marzo de 2018 la recibió Zunbeltz Larrea, condenado por pasar información para asesinar a concejales del PP y del PSOE. Tras el obsequio, a los presos salidos de la cárcelles bailan un aurresku de honor, danza popular vasca revestida de solemnidad y ejecutada a modo de reverencia ante personalidades destacadas de la comunidad.
Si un criminal acaba siendo percibido como un ciudadano comprometido, ningún dique moral impedirá seguir su ejemplo
El homenaje concluye con los homenajeados accediendo a la herriko taberna del pueblo. Allí retiran su imagen de la pared, donde descansan los rostros de los etarras aún encarcelados. En agosto de 2017, la que fue jefa del aparato logístico de ETA, Itxaso Zaldúa, retiró su imagen en Hernani, la misma localidad donde el pasado sábado se rindieron honores a José Javier Zabaleta, alias Baldo, número dos de ETA en el momento de su detención. Cuando Itxaso Zaldúa recogió su foto, se giró y entre aplausos se la entregó a un niño que apenas le llegaba por la cintura. Una lucha, una visión de la realidad, trasladable de padres a hijos.
Las imágenes de hombres, mujeres y niños aclamando a un secuestrador o a un asesino generan sorpresa e indignación, pero la batalla no es sólo social y jurídica, sino también política. Es capital contextualizar el fenómeno de los ongi etorri, que tiene poco que ver con solidaridad vecinal y que sin embargo está íntimamente relacionado con una estrategia de comunicación destinada a generar una verdad pública que convierta a asesinos en héroes y a poderes públicos en villanos; una verdad que debe ser confrontada con la crítica sistemática de actos de culto al terrorismo y con el aislamiento político de quienes alientan y disculpan la promoción de la radicalización.
El terrorismo no son balas y bombas, sino un relato en el que el asesinato selectivo de seres humanos se concibe como una herramienta legítima o disculpable, un relato que de ganar enteros abrirá las puertas de la radicalización, entendida como el proceso por el cual un individuo llega a justificar el terrorismo.
Que un criminal de hoy siga siendo un criminal mañana depende de los marcos cognitivos que los gobiernos –sobre todo el Gobierno vasco–, la clase política, los medios de comunicación y hasta el público construyen a diario. Y esto es importante porque si alguien que antepone un proyecto político al derecho a la vida acaba siendo percibido por las nuevas generaciones como un ciudadano comprometido, ningún dique moral impide a esas nuevas generaciones seguir un mal ejemplo.
*** Juanfer F. Calderín es periodista y socio de la consultora The Queen.