I. No hay prisa.
Ojalá no hubiésemos perdido estos meses. Y ciertamente convendría cambiar este sistema tan lento para formar gobierno (si bien nada impide que el acuerdo se amarre informalmente tan rápido como se quiera). Pero hoy por hoy tenemos tres semanas hasta que se constituyan las Cortes, al menos otro par de semanas (aunque en las anteriores elecciones el PSOE lo dilató casi dos meses) para que se intente la investidura y, a partir de ahí, si el proceso fuera infructuoso y acabaran produciéndose unas terceras elecciones, habría 76 días (dos meses y medio) para que cada partido se prepare, actualizando propuestas y candidatos si así lo deciden sus militantes.
Así que, aunque muchos animaban a dimisiones espectaculares en la propia noche electoral –especialmente en partidos que no son el suyo–, la realidad es que lo único que provocarían es debilitar las capacidades de negociación, lo cual sería malo para la formación que lo hiciera pero también para el conjunto del país porque aumentaría el riesgo de seguir bloqueados.
II. Rivera, el líder más importante de su generación.
En 2006 Albert Rivera con talento y coraje encabezó un pequeño grupo que se atrevió a combatir desde su epicentro al nacionalismo. Luego supo atraer hacia esa causa a tantas personas como para desafiar un bipartidismo que aguantaba como dos boxeadores que se abrazan para no caer. Y durante trece años ha cometido muchos menos errores que aciertos, de manera que hoy nadie duda de que ese espacio político irá subiendo y bajando como todos pero está aquí para quedarse y confío que más pronto que tarde gobernar nuestro país.
Hay que cortar los nudos gordianos que llevan demasiado tiempo bloqueando nuestras políticas públicas
Mi confianza y reconocimiento en Albert Rivera se mide pues en esa década larga de compromiso político, pero además no comparto la crítica de quienes lo acusan de haber realizado un giro radical en los últimos meses. El billar a varias bandas de los intentos de investidura de la anterior legislatura y la absoluta falta de fiabilidad de Pedro Sánchez implicaban que quien desvelara demasiado pronto sus cartas se enfrentaría a la manipulación de una negociación imposible de rematar –como sufrió Pablo Iglesias–, así que Ciudadanos acertó en apurar los plazos para una oferta que fue la única que llegó a producirse –apostando por un pacto constitucionalista– y que el PSOE también desdeñó en diez minutos mientras subía el volumen del desentierro de Franco para que no se oyese nada más. Personalmente, la única decisión relevante de Ciudadanos que no entendí fue durante la elección del alcalde de Barcelona.
Rivera ha demostrado su sentido democrático en la misma noche electoral anunciando que pone su cargo a disposición al convocar un congreso extraordinario del partido; algo que no han hecho los demás que han bajado resultados y que por lo tanto también han sido señalados por los electores como corresponsables de la repetición. Y además ha demostrado su sentido de la responsabilidad al no dimitir inmediatamente para no provocar un vacío de poder en este difícil periodo de formación de gobierno en que hay que hacer valer los casi dos millones de votos que ha recibido Ciudadanos.
Por eso, creo que es importante que la ejecutiva y luego el Consejo General (parlamento interno) del partido le confirmen su confianza para negociar hasta que se celebre el Congreso extraordinario. Y confío en que cualquier aspirante serio a dirigir el partido se abstenga de postularse demasiado pronto, sino que espere con discreción para ir pensando las propuestas que será necesario aportar pronto en unas primarias donde tan importante serán las ideas como las personas.
Ciudadanos no debe perder la esperanza: se lo debemos a los miles de afiliados y simpatizantes, a los votantes que han vuelto a confiar este 10 de noviembre, a los muchos más que quieren volver a creer, y sobre todo a todos los españoles por los que desde hace 13 años luchamos. Debemos seguir para cortar los nudos gordianos que llevan demasiado tiempo bloqueando nuestras políticas públicas: oponiendo igualdad a meritocracia, autogobierno contra unidad de mercado, interés general a derechos individuales, enfrentando a unas generaciones contra otras, a unas feministas contra otras, a los trabajadores estables contra los precarios, a los impuestos y al medioambiente frente al progreso o, de manera más clásica, al Estado contra el mercado. Y no faltará talento para seguir encarnando ese proyecto.
Toca negociar un gobierno y evitar las terceras elecciones, para lo que hay que tener generosidad pero también imaginación
III. Síes, abstenciones y noes; y un pacto constitucional como garantías.
Y ahora toca negociar un gobierno y evitar unas terceras elecciones para lo que hay que tener generosidad pero también imaginación. De las muchas combinaciones posibles, creo fundamental fijarse en que la suma de los populismos y nacionalismos de alta y baja intensidad son 130 escaños, que probablemente votarían no a un gobierno del PSOE que ofreciese garantías programáticas importantes a PP y Ciudadanos. Es decir, que los 120 síes del PSOE por sí solos no bastarían frente a esos 130 noes y la abstención de PP y Ciudadanos, aunque lograse rascar algún apoyo menor como PRC, CC o Coalición por Melilla.
Sánchez ha dicho desde el balcón de Ferraz que descarta pactar con “quienes siembran el discurso del odio y se sitúan fuera de la convivencia y la democracia”. Tomémosle la palabra de que no quiere ser presidente con Vox pero tampoco con ERC, JxC ni Bildu aunque votaran por él en la moción de censura. Se piensa entonces en una gran coalición entre PSOE y PP y quizá Ciudadanos, donde Sánchez no fuese presidente, que resulta difícil además de por esta renuncia del actual presidente, por el encaje en el modelo socioeconómico entre socialistas y populares.
Alternativamente, propongo considerar la opción de un gobierno de PSOE con Ciudadanos y Navarra Suma (132 síes) que el PP facilitara con su abstención. ¿Qué se puede ofrecer al PP para esa abstención? En primer lugar, se reservaría la indiscutible primacía de la oposición a la vez que podrían reivindicar que han contribuido a desbloquear la situación. En segundo lugar, el acuerdo habría de implicar una ruptura del actual pacto entre socialistas y nacionalistas en el gobierno de Navarra, que justificaría el apoyo de Navarra Suma que pasaría a gobernar esa comunidad.
Pero quizá no bastara puesto que conviene recordar la asimetría en nuestra Constitución entre la investidura y la moción de censura. Mientras que para la primera es suficiente una mayoría simple en segunda votación (que los síes superen a los noes), una censura no solo ha de ser constructiva (presentar un candidato alternativo) sino que requiere mayoría absoluta (es decir, 176 síes, con lo que una abstención tiene el mismo efecto que un no). Así que PP y Ciudadanos podrían temer quedarse en manos de Sánchez tras la investidura dado que no podrían formar una mayoría absoluta para sustituirlo.
El espacio constitucionalista contaría con 220 diputados: 132 sustentando el gobierno y 88 con los que apuntalar la reforma
¿Qué garantías podría ofrecer Sánchez para amarrarse a sí mismo y dejar claro que no podría buscar más adelante la complicidad de los nacionalistas? La más eficaz sería una reforma constitucional para abordar el título VIII (organización territorial) que requiere 210 diputados que solo alcanzan juntándose PSOE, PP y Ciudadanos. Ese espacio constitucionalista contaría pues con 220 diputados: 132 sustentando el gobierno y otros 88 con los que apuntalar la reforma constitucional y otros pactos de Estado (como la ley electoral –se ha visto de nuevo el escandaloso efecto de la falta de proporcionalidad–).
Aunque nunca se ha aprovechado la posibilidad, las Cámaras tienen plena competencia legislativa nada más constituirse, de manera que esas reformas podrían ponerse en marcha desde el primer día y votarse incluso antes que la investidura del gobierno, independientemente de si la reforma constitucional implicaría un referéndum posteriormente por solicitarlo el 10% de los diputados.
El uso de este mecanismo novedoso requiere de mucha voluntad política, pero es perfectamente factible. Debería concretarse suficientemente antes de la elección de las Mesas del Congreso de los Diputados y del Senado ya que estos órganos, y en particular sus presidentes, deberían concurrir a que se lograsen cumplir en plazos los trámites necesarios.
Abordaríamos pues unos meses de una segunda Transición, impulsados por el núcleo constitucionalista que aún es muy mayoritario y al que quizá finalmente sabrían contribuir otros grupos políticos para abordar retos pendientes desde hace años como la educación, financiación territorial, la fiscalidad y sobre todo la respuesta al nacionalismo. Y se pondría en marcha un gobierno progresista anclado en el centro (PSOE más Ciudadanos) con una oposición también constitucionalista de centro-derecha (PP). Veremos en los próximos días si Sánchez entiende el progresismo por esa senda o vuelve a intentar blanquear a la pseudoizquierda populista y al nacionalismo insolidario del PNV.
Por parte de Ciudadanos, fiel al compromiso desde el que se fundó y que Albert Rivera ha sabido mantener vivo, no tengo dudas de que seguiremos buscando ilusionar a los españoles con un nuevo contrato social que logre acuerdos mucho más amplios sobre nuestra convivencia en todos los rincones de España. Se abren tiempos inciertos para nuestro país, pero la sociedad tendrá más fuerza para hacerlos frente cuanto más claro vea otro camino posible. Hoy nos toca pensar, debatir y volver a convencer, y quizá tener un influjo menor en un gobierno. Pero seguimos aspirando a liderar el gobierno: la llama de la libertad, la igualdad y el progreso sigue brillando.
*** Víctor Gómez Frías es militante de Ciudadanos y consejero de EL ESPAÑOL.