Las seis revoluciones más estéticas de la historia, y la que menos
Las revoluciones suelen ser una fuente de inspiración incalculable para el arte y la creatividad. Pero no ha sido así en todos los casos.
1. La guerra de Independencia de los Estados Unidos (1763-1783)
Washington cruzando el río Delaware, La muerte del general Warren, La batalla de Trenton, El general George Washington renuncia a su cargo, La marcha hacia Valley Forge, La batalla de Bunker Hill e incluso La muerte del mayor Peirson, en el contexto de la guerra anglo-francesa (1778-1783), son sólo algunas de las maravillosas obras de arte producidas por la primera revolución liberal de la historia de la humanidad.
Mención especial para una obra contemporánea de un autor español. Por España y el Rey, Gálvez en América, de Augusto Ferrer-Dalmau, que reproduce una escena de la Batalla de Pensacola, uno de los episodios menos conocidos en nuestro país de la Guerra de Independencia de los Estados Unidos: el de la ayuda que España prestó a las Trece Colonias para que estas se independizaran de Inglaterra.
2. La Revolución francesa (1789-1799)
Llevan más de doscientos años vendiéndole lo contrario al resto del mundo, pero los franceses llegaron a la libertad en segundo lugar. Lo hicieron, claro, tras esas Trece Colonias que con el tiempo se convertirían en los Estados Unidos de América que conocemos hoy.
También, para su desgracia, llegaron los franceses en segundo lugar en el terreno de la estética. Puede que La libertad guiando al pueblo, de Eugène Delacroix, se haya convertido en el emblema por antonomasia de la idea de la revolución, la del pueblo alzándose contra el tirano de turno empujado por la idea de la libertad. Pero seamos adultos: Marianne no existió jamás, y George Washington sí.
3. La alt-right
Una asonada política, pero también moral y estética, que partiendo de las redes sociales y los foros de debate underground ha generado una iconografía inmediatamente reconocible que bebe tanto del feísmo digital como del art brut y del punk, y que cuenta ya con iconos propios: la rana Pepe, el Chad, el NPC…
Irreverente, blasfema, desacomplejada, ácida y con mucho sentido del humor, la estética de la nueva alt-right ha sido capaz de convertir a Donald Trump, Boris Johnson o Jair Bolsonaro en iconos pop contra las nuevas religiones socialdemócratas.
Pero si algo confirman los iconos de la alt-right es que, a día de hoy, el inconformismo y la verdadera transgresión, la que revuelve vísceras y genera la indignación de los beatos de la vieja moral, tienen su mejor caldo de cultivo posible en la derecha alternativa.
Hay una revolución en marcha y no es la de Greta. Al tiempo.
4. La Revolución de Octubre
Comprendo que alabar la estética de la ideología más criminal de la historia de la humanidad, la que más muerte, miseria, hambre y ruina ha provocado en el planeta, entra de lleno en lo inmoral. Pero haciendo un ejercicio de abstracción racionalista extremo es posible aislar la estética de la Revolución de Octubre de su mensaje político y admirar su capacidad para generar una serie de iconos que han sobrevivido a su tiempo para instalarse, como el virus informático de un hacker, en el inconsciente colectivo. A veces, los totalitarismos crean arte y moda. Y si no, que se lo pregunten a Hugo Boss.
5. La Revolución cubana
Seguimos en el mismo caso del punto anterior: una ideología repulsiva –la misma, de hecho– capaz de generar, precisamente gracias a sus carencias técnicas y a su aislamiento respecto a las modas del resto del planeta, una iconografía propia. Incluso a día de hoy, y demostrado su inapelable fracaso histórico, su estética sigue inspirando a cientos de artistas de todo el mundo fascinados por la mística de la revolución castrista.
Y aquí, por experiencia personal, he de hacer parada y fonda en la maravillosa cartelería cinematográfica cubana, de la que cuelga algún que otro ejemplo en mi casa del Puerto de Santa María. Concretamente, un cartel cubano de la película La naranja mecánica capaz de cegar a un topo (en la segunda imagen de la composición de debajo de estas líneas). En mi descargo he de decir que sólo he hecho lo que todos deberíamos hacer con el totalitarismo: colgarlo de una pared.
6. Mayo del 68
Como revolución resultó ser una filfa y a ella le debemos medio siglo de poetas urbanos lamentables capaces de mezclar marxismo y Gloria Fuertes en haikus de vergüenza ajena destinados a acabar languideciendo en el paso de cebra de alguna calle de Madrid.
Pero no seamos demasiado crueles con los niños bien franceses. La estética de Mayo de 68, básicamente la de sus serigrafías y litografías a un solo color, con ilustraciones apenas silueteadas y eslóganes escritos con tipografías rudas dibujadas a mano, es inmediatamente reconocible y demuestra una fuerte personalidad. Al César lo que es del César.
7. Y la peor de todas: el procés
Había tantas candidatas al farolillo rojo estético de las revoluciones que escoger sólo una ha resultado ser una misión casi imposible. El feminismo interseccional, con sus bailes espasmódicos al grito de "el violador eres tú", puntuaba muy alto en la lista. Pero también lo hacían el resto de revoluciones progresistas contemporáneas, como la del cambio climático o la de las políticas de la identidad.
El motivo de que todas ellas hayan caído en el espanto estético tiene tanto que ver con razones generacionales, puesto que la de los millennial ha resultado ser la generación menos talentosa de los últimos cien años, como con motivos políticos. Todas ellas son revoluciones de las elites occidentales contra las clases populares. O dicho de otra manera: revoluciones de los señoritos contra su propio servicio doméstico.
Una característica, por cierto, que todas esas revoluciones comparten con el procés. Probablemente la revolución más vergonzosa, ridícula y estéticamente lamentable de la historia de la humanidad. Su mérito, sin embargo es innegable. Haber mezclado sin complejos lo siniestro con lo cursi como quien dibuja una esvástica en una taza de Mr. Wonderful.