¿Qué pasa cuándo le bajamos el volumen a la histeria colectiva? ¿Qué pasa cuándo dejamos de estar horas en las redes sociales o no sintonizamos la tertulia nocturna? A riesgo de dispararme en el pie, ¿qué pasa cuándo dejamos de consumir como fanáticos cualquier artículo que nos cae en el regazo a través del aparato de turno? Pensemos por un segundo si no llenamos cada momento que tenemos libre con las opiniones de otro. Cuando vamos camino al trabajo, cuando regresamos del trabajo, cuando tomamos un pequeño descanso en nuestras obligaciones, cuando por fin llegamos a casa, cuando estamos acostados en la cama y hasta en los momentos más íntimos.
Siempre encontramos el tiempo para consumir información de cualquier tipo, pero no para procesarla. Cada pedazo de información que nos llega -por redes sociales, por mensajería de texto o por un medio de comunicación-, tiene un autor con su respectiva intención. No importa si es una foto de un 'gatico' jugando con un pabilo o un reporte político. ¿Nos detenemos a pensar por qué ese texto, vídeo o foto terminó en nuestras manos? ¿Cruzamos ese punto de vista con otro distinto o simplemente nos quedamos con el que más satisface a nuestro ego? A todos nos gusta que nos den la razón.
La reflexión trae el entendimiento. Particularmente, me sobrecoge pensar que la mayoría de los políticos consume pero no procesa. Para ganar retuits o “me gusta”, se limitan a decir lo que sus electores quieren oír, y así van dando tumbos de un cargo a otro. Pero, si apagamos la pantalla por un momento, digerimos toda la información y comenzamos a darnos cuenta de las intenciones, empezamos a conectar los puntos y a encontrar el negocio detrás de cada movida, como en el caso de la arremetida del régimen de Nicolás Maduro contra la opositora Asamblea Nacional.
A simple vista, parece un régimen fuerte, confiado, estable. Se atreve a todo. Impone su directiva en el Parlamento impidiendo por la fuerza que ingresen los diputados opositores, a quienes una semana después sus paramilitares caen a balazos. Esa sensación de fortaleza de Maduro y su pandilla se eleva cuando se escucha, sin procesar, a los voceros de la oposición radical.
El chavismo necesita que la economía mejore. Medidas como la dolarización de facto y la reducción de aranceles son compresas para un enfermo de gravedad
Para ellos, elementalmente, si Juan Guaidó no puede entrar a la sede física de la Asamblea Nacional, está débil. Ergo, si Guaidó está débil, Maduro está fuerte. Pero en la receta de ese caldo se obvia, por ejemplo, que ese chavismo tan aparentemente robusto pudo haber esperado solo unos meses para convocar las elecciones parlamentarias previstas constitucionalmente y sacar del camino a Guaidó con métodos como el fraude electoral o la abstención opositora, a lo cual ya han recurrido en otras ocasiones con menor costo político.
¿Qué hizo que el régimen cometiera este exabrupto? Busquemos el negocio. Según información de Bloomberg, las reservas venezolanas ya cuentan con solo 800 millones de dólares en efectivo. Lo demás está en oro que difícilmente se puede liquidar por las sanciones internacionales. El chavismo necesita como agua de mayo que la economía mejore. Es la principal preocupación de la población, sobre todo del pueblo llano que tradicionalmente se ha identificado con ellos. Medidas como la dolarización de facto y la reducción de aranceles son compresas para un enfermo de gravedad. Relanzar económicamente al país de manera estable requiere una destreza que nadie tiene en el gabinete de Maduro, por lo que necesitan el viejo recurso tantas veces utilizado por Chávez: el préstamo ruso y/o chino.
Cuando se veía con el agua al cuello, algo absurdo en un país con las mayores reservas petroleras del mundo en un momento en que el petróleo pasaba de largo los 100 dólares por barril, Chávez llamaba a sus protectores internacionales. No había problema a la hora de la transferencia: contaban con el aval legal de la Asamblea Nacional. El problema empezó cuando la oposición ganó el Parlamento en el 2015 y le cerró el grifo al régimen.
Ahí empezó la desesperación: el Supremo controlado por el chavismo comenzó a usurpar las funciones de un Parlamento al que decretó en desacato sin el debido proceso y se instaló fraudulentamente una Asamblea Nacional Constituyente que en más de dos años no ha redactado una nueva Constitución sino ejercido de parlamento paralelo, entre otras maniobras que ni el gobierno ruso ni el chino han comprado. No es que Beijing y Moscú sean paradigmas de la legalidad republicana, pero se cuidan del barniz legal de cara a la comunidad internacional.
En ese sentido, con 800 millones de dólares en las reservas y bajando, el chavismo compró a algunos diputados opositores para ponerlos a su servicio. La jugada ha salido muy torcida: más de 50 países siguen reconociendo a Guaidó como presidente de la Asamblea, los obispos representantes del Papa Francisco en Venezuela se niegan a recibir a los diputados opositores comprados, se filtró el acta que demuestra que no hubo quorum en la sesión en la que el PSUV eligió fraudulentamente a una nueva cabeza del Poder Legislativo y, para colmo, se filtró también un audio en el que uno de los parlamentarios corruptos relata la trama mientras intenta comprar a otro que se negó. Así las cosas, difícilmente Putin y Xi soltarán dinero a Maduro.
Todo eso está a la vista. Sólo hay que bajarle el volumen a la histeria colectiva.
*** Francisco Poleo es un analista especializado en Iberoamérica y Estados Unidos.