Estamos viviendo una situación epidemiológica sin precedentes. A todos nos ha cogido por sorpresa el incremento abrupto de casos de personas infectadas por coronavirus (COVID-19) en comunidades autónomas como Madrid, País Vasco y La Rioja.
La sensación en cada domicilio, en la calle y en las empresas es de incertidumbre, de preocupación y de miedo, estados de ánimo que no son recomendables en situaciones que requieren de conocimiento y experiencia del manejo global de una crisis sanitaria de consecuencias difíciles de cuantificar.
Ahora es el momento de sembrar certidumbre, tranquilidad y confianza entre los profesionales, en los pacientes en general, en los ciudadanos afectados en particular y en la sociedad en su conjunto.
En nada ayudan a generar la calma necesaria ni las perniciosas fake news -que desgraciadamente tanto se prodigan en momentos de zozobra social- ni las informaciones que no se ajustan a la realidad. En ese sentido hay que lamentar el discurso torticero, injusto e injustificado de algunas organizaciones sindicales, políticas y colectivos profesionales que han querido poner en duda el compromiso y la implicación del sistema privado de salud en la solución del grave problema al que nos enfrentamos.
Como todos sabemos, España tiene un sistema sanitario único con una doble provisión y aseguramiento, y en él conviven dos redes asistenciales y hospitalarias de primer nivel. Dos sistemas que han demostrado con creces su valía en términos de salud y sanidad. Dos redes que, a pesar de los avatares políticos y altibajos ideológicos, han venido cooperando históricamente. Y no debe ser de otra manera, dada la relevancia de la cuestión en juego y la capilaridad e implantación social de ambas.
La búsqueda de sinergias y cooperación, siempre deseable, se hace imprescindible en situaciones como la actual
La búsqueda de sinergias y cooperación, siempre deseable, se hace imprescindible en situaciones como la actual, en las que se tensiona al máximo la capacidad del sistema sanitario. Lo contrario, una vez que la utilización de todos los recursos disponibles se hace esencial, supondría un perjuicio para todos y especialmente para quienes sufren de forma directa las consecuencias de la enfermedad: los pacientes, sus familias y su entorno.
Al igual que el sistema sanitario y el paciente son únicos, los profesionales también lo son. Su capacitación y formación proviene de programas uniformes, consensuados y aprobados por los estamentos educativos y sanitarios correspondientes, y es precisamente a ellos, a los profesionales, a los que debemos el alto nivel alcanzado por la Sanidad en nuestro país.
Su tarea y dedicación es encomiable siempre, pero especialmente es digna de mención y reconocimiento en situaciones complicadas y de extraordinaria dificultad como la que estamos viviendo.
En estos momentos se les exige que estén en plena forma y rindiendo al máximo, pero además, al estar en primera línea, en la cabecera de la cama del paciente, tienen una mayor probabilidad de ser contagiados. Y ello a pesar de todas las medidas establecidas en los rigurosos protocolos de actuación y en los procesos y procedimientos internos de calidad y seguridad.
En cualquier caso, estudiar una carrera sanitaria conlleva una vocación especial de servicio y ayuda a los demás. Es una elección de vida que implica sacrificio, tenacidad y perseverancia en los momentos de mayor fragilidad del ser humano, que son aquellos en los que este pierde la salud por el motivo que sea.
Es en situaciones como la actual cuando adquiere todo el sentido lo aprendido a lo largo de años de carrera y estudio, y es cuando los profesionales sanitarios ponen todo su empeño, pericia y conocimiento en que todo salga bien y los resultados sean satisfactorios.
Hay que establecer cuantas sinergias sea necesario, reconocer el esfuerzo de todos y ayudar a los profesionales
Para que su compleja tarea no se vea afectada en una situación de estrés y crisis como la que estamos padeciendo, es fundamental que se sientan apoyados por las diferentes Administraciones. Hay que aliviarles de la enorme carga que recae sobre sus espaldas y que están asumiendo. Por eso es tan necesario nuestro reconocimiento.
Me refiero a la vertiente económica, que debería ser acorde a su trabajo y dedicación, pero también a aspectos internos del servicio como puede ser la contratación de sanitarios que contribuyan a descargarles de la presión asistencial -como ya se ha hecho por ejemplo la Comunidad de Madrid-, la convalidación de títulos pendientes o el control adecuado de visitas y la circulación de personas por el hospital, entre otras medidas que pueden facilitar su tarea.
Y como es lógico, las Administraciones deberían pensar también en otros aspectos externos al hospital, como ayudas a la conciliación, que deberían incluir asistencia en el cuidado de los hijos en el domicilio, subvenciones de guardería en el caso de los más pequeños o facilitación de la atención de las personas mayores a su cargo.
Dicen que si quieres llegar deprisa, viaja solo, pero si quieres llegar lejos, viaja acompañado; pues bien, en este viaje que atañe a la salud pública cargado de retos e incertidumbres hemos de aportar calidad y calidez a nuestras actuaciones. Y lograrlo a todos los niveles.
En este sentido, los encargados de abordar la crisis han de poner el acento en una adecuada comunicación, establecer cuantas sinergias sea necesario constituir, reconocer el esfuerzo de todos y, por supuesto, ayudar a los profesionales y a todos los pacientes en la difícil situación por la que están pasando. La solidaridad, la entrega, el reconocimiento y el bien común son algunos de los valores que deben de primar especialmente hoy en todos nosotros.
*** Juan Abarca Cidón es presidente del IDIS (Fundación Instituto para el Desarrollo e Integración de la Sanidad).