La Tercera Guerra Mundial ha llegado y lo ha hecho como habíamos predicho los científicos. La catástrofe está alejada de conflictos religiosos, intrigas entre potencias y escaladas nucleares.
El enemigo es común para toda la humanidad, no lo podemos ver y le da lo mismo viajar en una patera que en primera clase. Se llama SARS-CoV-2 y provoca el Covid-19. Un virus que no distingue entre pobres y ricos, no se pone exquisito respecto a las razas, ni hace una evaluación de tu intención de voto. Simplemente te infecta y, acto seguido, devienes un transmisor eficiente de la enfermedad.
Poco sabemos de él. Al principio Occidente lo vio lejos, luego se fue acercando y nos calificaron de exagerados a quienes dijimos claramente: “Esto no es una gripe”.
Según los datos científicos, surgió debido a un proceso que llamamos zoonosis. En palabras sencillas, un salto desde otras especies a los humanos. No es la primera vez que ocurre, quizá el caso más tristemente famoso haya sido el VIH, el virus que causa el sida.
A diferencia del VIH, el SARS-CoV-2 se transmite con gran facilidad. Es capaz de mantenerse activo en superficies de todo tipo, en las manos y hasta en partículas del aire durante algún tiempo. Esto provoca que una sola persona sea capaz de contagiar a otras muchas y cada una de ellas a otras tantas. La progresión es exponencial, ya lo hemos visto en las gráficas que se publican casi en tiempo real.
Pero, ¿por qué nos tomó desprevenidos? La respuesta se deberá dar con la perspectiva del tiempo, la cabeza fría y los datos en las manos. Por ahora sólo diría que lo urgente robó espacio a lo importante.
Muchas fueron las voces que, desde la ciencia y la divulgación, previeron este desastre
Demasiadas son las veces que la visión nos falla porque el contexto sociopolítico es especialista en urgencias, esas que restan importancia a las evidencias científicas. El modelo ya se estaba desarrollando en China y se reproducía con contundencia en Italia. Cabe entonces preguntarse ¿cuál era la razón por la que no ocurriría en España?
Muchas fueron las voces que, desde la ciencia y la divulgación, previeron este desastre. Sin ir muy lejos, ni buscar al profesor de una reconocida universidad norteamericana, en un libro escribí: “Se estima en la cifra de 320.000 el número de virus de mamíferos por descubrir. La próxima gran pandemia podría estar en uno de ellos. ¿Qué hacemos cruzados de brazos y sin estudiarlos para prevenir?”. Mas los mandamientos de una economía post-crisis prevalecieron sobre el criterio científico.
El Covid-19 es una pandemia que, aunque aún no podemos calificarla de excesivamente mortal, es extremadamente dañina. Las afectaciones que sufren los infectados tienen un amplio espectro: desde la persona asintomática hasta el paciente en estado grave que precisa de respiración asistida y cuidados intensivos. Esto provoca una situación cercana al colapso de cualquier sistema sanitario. El español no se salva de ello a pesar de poder calificarse de muy bueno.
Recordemos que este virus no había sido visto por el sistema de defensa de los humanos hasta que apareció en China, nadie en el planeta tenía anticuerpos frente a él. Esto eleva enormemente las posibilidades de infección, ninguna persona es inmune, tampoco el personal sanitario.
Y aquí radica otro problema, muchas de las personas que trabajan en sanidad se infectaron antes de ser decretada la alarma. Otras, debido a la falta de material de protección que la demanda no prevista provocó, se contaminaron después. En algunos hospitales la cifra del personal positivo para el virus roza la mitad de la plantilla. En cualquier sistema esto supone una debacle difícil de gestionar. No somos la excepción, lo estamos viendo.
¿Qué se está haciendo para tratar a los pacientes? Un número importante de los infectados tienen síntomas leves o incluso están asintomáticos. La mayoría evolucionan en sus domicilios y no requieren atención médica presencial. Sin embargo, otros desarrollan estados de gravedad con neumonías que necesitan hospitalización. Esos otros, son demasiados y de un golpe. No es lo mismo atender a cien personas durante 10 días que el mismo número en 24 horas.
Muchas de las personas que trabajan en sanidad se infectaron antes de ser decretada la alarma
Tratamientos completamente efectivos no hay, los facultativos se basan en enfermedades parecidas para establecer pautas. El día a día es una guerra en tiempos de paz. No obstante, hay algunas observaciones que nos dan pistas: los niños parecen estar protegidos de una evolución desfavorable, el empeoramiento de los pacientes se hace evidente a partir del sexto-octavo día y casi la totalidad de los fallecidos mueren por sepsis.
Con esto en la mente, los científicos estamos elaborando proyectos de investigación para buscar los puntos débiles y aprovecharlos. Pero todo se complica por las condiciones actuales. Investigar es prioritario, mas los centros e institutos de investigación están cerrados.
Por otra parte, la presión y las prisas son las peores compañeras en el viaje científico. La ciencia se cuece a fuego lento y sin orientaciones. Investigando sobre sepsis una vez llegué a un mecanismo que usa el cáncer para evitar las defensas humanas. Tiempo después logré aplicar algo que aprendí en la investigación contra cáncer al, supuestamente, alejado campo de las infecciones bacterianas. Y así podría citar miles de casos parecidos.
Justamente la sepsis es una de las principales causas de muerte en el mundo desarrollado, supera a la suma de varios tipos de cáncer y los infartos. Sin embargo, poco hemos desarrollado para poder tratarla. No es una enfermedad visible, los pacientes mueren rápidamente, no da tiempo a que una celebrity haga una story con el tema.
En resumen, apenas se dedican fondos para investigarla. ¡Qué oportunidad perdida! Ya tendríamos parte de la solución a esta pandemia, recordemos que la mayoría de los fallecidos lo hacen por una sepsis.
Para el día después, cuando salgamos a disfrutar del sol, los amigos y la familia… sólo pido que se escuche a la ciencia, pero toda la ciencia. Nunca sabemos qué descubrimiento nos salvará de la Cuarta Guerra Mundial que, quizá, venga de la mano del clima.
*** Eduardo López-Collazo es director científico del Instituto de Investigación Sanitaria del Hospital Universitario La Paz (IdiPAZ), de Madrid.