Si solo fuésemos un conjunto de moléculas adosadas a un cuerpo tendría sentido celebrar el ejemplo de Asia y de sus “exitosos” programas de aislamiento y vigilancia digital. Solo entonces uno aplaudiría las reflexiones de tipos como Byung-Chul-Han (La emergencia viral y el mundo del mañana) que apelan a una radicalización de las medidas de confinamiento y de estricto control social para Europa.
Fue la temerosa Europa que hoy admira los resultados del “estado policial digital” chino la que demostró tiempo atrás que la ventaja del esclavo (nunca se equivoca) es inferior a la virtud del hombre libre (arriesga su vida).
No es solo de salvar vidas de lo que se trata con el Covid-19 sino de salvar al hombre del autoritarismo y la vergüenza. ¿O es que esas ventajas “asiáticas” que anhela la izquierda posmoderna para mitigar el virus (reclusiones masivas, video vigilancia; ¡el big data!) no busca la restauración del viejo Leviatán que nos confina a la estricta obediencia y sumisión? ¿No es este sistema de control social la mayor amenaza que pende sobre una Europa confundida por el miedo? ¿No servirá la sombra del Covid-19 de alimento a un estado de alarma permanente donde las libertades serán recurrentemente suspendidas (se habla de que en octubre llegue otro brote) en favor de cataclismos sobredimensionados?
La pandemia ha demostrado no ser mortífera. Sus ratios serían muy bajos si conociésemos todos los infectados y distinguiéramos las muertes por coronavirus de las muertes con coronavirus. No es el número de fallecidos como el colapso del sistema sanitario lo que instiga la mente de los políticos (el famoso achatamiento de la curva). Por eso es incomprensible que la autoridad médica haya asumido las labores de gestión y dirección pública. El miedo del pueblo les ha facilitado las cosas.
Confinar a todo un país por la tendencia que muestra una estadística nos coloca ante riesgos inasumibles
El médico analiza la realidad en términos absolutos; para él una vida es igual a todas las vidas. Pero cuando la sociedad entra en escena la vida resulta ser más que la suma de cada una de ellas. La salud es un asunto individual (absoluto a cada vida) y la sanidad relativo (trabaja por el bienestar de cada uno en relación al de todos). Es un error interpretar los desafíos generales como si fueran situaciones que perjudican a cada uno.
La política de hoy está presa de la ideología de la intimidad (los problemas de la sociedad son los problemas que afectan a cada uno). Así, la figura del médico se eleva y asume la función que en otros tiempos se reservaba al sacerdote. La sociedad se medicaliza como si de un cuerpo enfermo se tratara. Su diagnóstico no se guía por los principios de la razón pública y convierte la sustancia social en una sumatoria de conflictos particulares. Esta política irresponsable de confinamiento masivo hace de la sociedad un paciente moribundo. Su obsesión por evitar que nadie muera pone en riesgo la vida de todos.
A todo ello se une un costo de oportunidad muy elevado en países donde la libertad está garantizada (el esclavo no tiene otra cosa más que su vida). Confinar a todo un país sin ningún plazo y en función de la tendencia que muestra una estadística cogida por los pelos nos coloca ante riesgos inasumibles.
¿Por qué la reducción de los efectos secundarios es esencial para el éxito de la vacuna y no para las políticas de contención de daños? No somos un cuerpo sometido al peligro de un virus, nuestra vida exige de la reactualización de infinitos acontecimientos solo satisfechos en el mundo que nos empeñamos en aislar.
Todo se hace más dramático en los países en desarrollo. En ellos, la política de aislamiento no solo generará destrucción de empleo, cierre de empresas, y caída de la producción. La dificultad económica se une a la gran debilidad de las instituciones públicas, incapaces de llegar a una gran mayoría excluida de los mecanismos formales de asistencia.
Muchos han criticado en Latinoamérica el eurocentrismo... ahora abrazan las medidas europeas de confinamiento
Justificada la política de #yomequedoencasa en nombre de los más débiles serán estos finalmente los que paguen el precio más alto. No es cierto que el virus suponga una paralización del capitalismo en los términos que sostiene Slavoj Žižek (el Covid-19 es un golpe a lo Kill Bill al sistema capitalista), sino todo lo contario. Los desequilibrios del sistema se harán más acuciantes y en América Latina problemas de seguridad y orden público extenderán hasta sus límites las consecuencias de la hiriente desigualdad.
Hubiese sido suficiente multiplicar temporalmente el gasto público para sostener la infraestructura sanitaria de emergencia unida a programas de asistencia social para los grupos más vulnerables en lugar de enfrentar el virus a martillazos.
De esta crisis se pone en evidencia el vacío ideológico de la izquierda posmoderna. Muchos intelectuales han criticado el fuerte eurocentrismo que pesa sobre el destino de Latinoamérica. Una Europa férrea los postergaba a seguir recomendaciones ajenas a la idiosincrasia de sus pueblos (críticas al FMI, Banco Mundial, OMC, etcétera). No han ponderado la diferencia de sus modelos económicos, tampoco lo han hecho en vista de las dificultades materiales que supone una política de reclusión prorrogable, ni de los efectos sociales que implicará para la salud y el bienestar general.
Paradójicamente, vemos ahora como intelectuales de la talla de Martín Caparrós abrazan sin vacilación las medidas europeas más extremas de confinamiento. Ya pasó el tiempo del pánico; es hora de repensar con urgencia las políticas de confinamiento antes de que lamentemos no poder volver atrás.
*** Antonini de Jiménez es doctor en Ciencias Económicas (Universidad Católica de Pereira, Colombia).