Un muy querido compañero de aquel inolvidable Consejo de Ministros de 1977 acaba de dejarnos con la discreción y elegancia habituales en él.
Conocí a Landelino el mismo día que jurábamos nuestros cargos en el Palacio de la Zarzuela en presencia del Rey D. Juan Carlos.
Ya en Moncloa y en las reuniones del Consejo, siempre en viernes, era un espectáculo oírle intervenir en los debates que el presidente Suárez abría, por lo general, a la hora de aprobar cualquier Decreto o simplemente cuando el presidente solicitaba su punto de vista sobre otras materias ante las que Landelino contribuía con especial brillantez y pulcritud jurídica.
Suárez solía mirarle con ojos de verdadera admiración ante la catarata de argumentos jurídicos y legales que Landelino utilizaba con soltura y enorme precisión.
Lavilla ha sido fundamentalmente un prestigioso jurista pero con vocación política de servicio al país. Cuando vio que su papel en la vida política había sustancialmente concluido se dedicó por entero al Consejo de Estado a cuyo Cuerpo de Letrados pertenecía desde muy joven. Esta actividad la conjugó con sus trabajos en las dos Academias de las que formó parte, la de Jurisprudencia y Legislación y la de Ciencias Morales y Políticas. No quiso, en este sentido, aceptar ningún otro ofrecimiento de carácter político que asimismo se le ofreció pero que rechazó con la modestia que siempre le caracterizó.
Cuando Landelino fue elegido presidente del Congreso tuve el privilegio de colaborar y tratarle personalmente con más intensidad, dada mi condición de presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores por aquel entonces. Fueron unos años en los que Lavilla estoy seguro que disfrutó enormemente porque ese puesto le iba como anillo al dedo. Lástima de la bochornosa jornada del 23-F que él tuvo que sufrir de manera muy relevante y que me consta le apenó profundamente.
Imaginaba que UCD podía ser ese partido capaz de dialogar con derecha e izquierda para no partir al país en dos
Pero en estos momentos quiero destacar una de sus dimensiones políticas menos conocidas. Landelino fue siempre un hombre leal al Centro Político hasta sus últimos momentos. Un hombre de Centro, entendido éste como el atributo de aquellas personas que buscan siempre el diálogo y la moderación –no exenta de firmes convicciones–, partidario de la reflexión con un talante arbitral y alejado de los extremismos. Se apartaba así de todo lo que pudiera recordar la tradicional visión de las dos Españas y el enfrentamiento como forma de solucionar los conflictos que habitualmente se dan en la vida pública.
Trabajé muy íntimamente con él en los últimos momentos de UCD cuando tomó las riendas de un partido que se resquebrajaba por momentos. Soy testigo de su afán de conservar lo que había sido el espíritu fundacional de UCD cuando algunos se marchaban ya, sin remedio, a Alianza Popular, otros al PSOE y el mismísimo Adolfo Suárez emprendía la aventura del CDS.
José Luis Álvarez, el ex ministro y antiguo alcalde de Madrid, muy cerca ya de Fraga en los momentos previos a la consulta electoral convocada para octubre de 1982, ofreció a Landelino, por encargo del líder de Alianza, una Coalición AP-UCD en la que se reservarían cerca de 60 puestos de salida a diputados de UCD en las listas electorales que entonces empezaban a fraguarse.
Fraga creía que con listas conjuntas de los dos partidos se obtendría un magnífico resultado, beneficioso para ambos y para la constitución de lo que el llamaba, desde entonces, la Mayoría Natural. Aceptar la oferta de Fraga suponía, en definitiva, sepultar el diseño que entonces tenía Lavilla en la cabeza, aunque luego el resultado electoral que aconteció no lo permitió.
Landelino imaginaba que la UCD podía ser ese partido de centro capaz de dialogar y negociar con la derecha y con la izquierda para no tener que partir al país en dos. Al final, prefirió ser fiel a su creencia de que a España le conviene en buena medida mantener un partido de Centro ante la necesidad de amortiguar los habituales encontronazos políticos que son propios de un país como el nuestro. Pero su deseo no se vio por desgracia cumplido. A decir verdad, por una razón o por otra, el Centro Político en España no acaba nunca de cuajar por más que se intente.
Descanse en paz Landelino Lavilla, un español insigne. Sus amigos y colaboradores apreciaremos su hombría de bien y pervivirá siempre en nosotros un recuerdo imborrable de su bondad y caballerosidad ejemplar.
*** Ignacio Camuñas Solís fue ministro en el Gobierno de Adolfo Suárez.