Pedro Sánchez te volverá a engañar
El autor cuestiona la sinceridad del Gobierno cuando plantea pactos a la oposición y también su credibilidad ante la Unión Europea.
Un pacto político nacional es lo que exige hoy el patriotismo y el sentido común. El problema es que Pedro Sánchez convierte todo, por sagrado que pueda parecer, en material publicitario para sobrevivir. El acuerdo es necesario como agua de mayo, pero no es viable si el gobierno practica lo que Orwell llamaba “doblepensar”, la aceptación de ideas contradictorias. Tendrá que decidir: o pacto nacional o bloque de la moción de censura.
Para empezar, quién va a creer que Sánchez se toma en serio unos pactos con la oposición si el Departamento de Seguridad Nacional, a las órdenes del publicitario Iván Redondo, sigue funcionando como órgano de propaganda. Es lo que tiene confundir política con marketing, que se terminan destinando los recursos para salvar vidas a fabricar falsedades como la de los test y la OCDE. Argumentos fallidos que se deshacen como hongos cuando se contrastan con hechos: los primeros del mundo en contagio de sanitarios, con 19% de los casos; Italia, 9%, Alemania, 4% (Imperial College London, 23 de abril).
Actitud poco favorable a pactos nacionales reforzada por el sectarismo de los seguidores acérrimos de la coalición Sánchez-Iglesias, cohesionados por el manido “antifascismo” de supermercado. Se han disciplinado para justificar cualquier error del gobierno, antes incluso de que se produzca. Son como un capitán “a priori”: hagan lo que hagan, dirán que está bien hecho.
Como oxígeno que le mantiene con vida, el sanchismo depende de ese fanatismo fabricado. Antes de decidirse a convertir la gestión de la epidemia en material publicitario, tendrían dudas, supongo. Pero, ni las inapelables matemáticas del Covid-19 les hacen rectificar. España es el país con las medidas más duras, repiten en cada telediario, pero ocultan que han sido obligadas por la negligencia inicial del gobierno que provocó un crecimiento exponencial de contagios y muertes.
Nada inquieta a los seguidores fanatizados. El historiador Timothy Snyder en Sobre la tiranía analiza esta forma de irracionalidad política. Interpreta la sumisión ciega como una “obediencia por anticipado”. En cualquier circunstancia, darán apoyo a los “suyos”, provocando así que esos dirigentes se reafirmen en su desprecio por los hechos. Aunque se demuestre que un simple retraso de cuatro días en las medidas se traduce en un aumento del 60% de contagios, el capitán “a priori” colectivo recurrirá a la banalización sin complejos –“en todos los países han hecho lo mismo”, “si hubieran estado los otros, habrían actuado igual”…–.
En el Consejo Europeo quien se la juega es España, que debe convencer a sus socios sobre nuestra seriedad
Y si el factor R, que mide a cuántas personas transmite el virus cada infectado, se resiste a bajar, se modifican las series que contabilizan los niveles de contagio. Hasta el experto de El País Kiko Llaneras ha protestado por una chapuza inconcebible en una sociedad desarrollada. ¿Cómo se atreven a tanto? En la “obediencia anticipatoria”, en el apoyo “a priori”, está la respuesta. Para qué rectificar si les aplauden.
Sectarismo reforzado por el recurso comercial al reñidero español izquierda-derecha convertido en caricatura, juego de telebasura. Y, de paso, se oculta la existencia en la sociedad española de una posición crítica de centroizquierda, es decir, anticomunista.
La neolengua sanchista exige un enemigo unificado, facha, al que combatir desde el simplismo del capitán “a priori”. Historia vieja guerracivilista: la crítica es traición, más estos días, cuando desde el gobierno se rinde homenaje a Lenin y Gramsci. ¡Viva el futuro!
Con acuerdo nacional o sin él, es difícil creer que puedan cambiar quienes han protagonizado una gestión tan mediocre de la crisis. Enredados aún en averiguar cuántos contagios se están produciendo, y dónde, no son los que uno querría tener al frente para organizar la vuelta a la normalidad en el trabajo o en el transporte. Responsables de las cuentas de 2019, déficit inaceptable incluido, tampoco les encargaría las decisivas negociaciones en Europa.
En el Consejo Europeo, quien se la juega es España, que debe convencer a sus socios sobre nuestra seriedad para, esta vez sí, cumplir con compromisos y obligaciones. Y quien debe conseguir ese objetivo nacional es Pedro Sánchez, aliado de Iglesias y de devotos seguidores de la “venganza de Varoufakis”, de tan mal recuerdo para los griegos. De verdad, en la situación actual, ¿debemos aceptar esto como inevitable?
Lo que se haga ahora definirá el futuro de generaciones. Portugal y Grecia nos sirven para contrastar alternativas
Los sanchistas más entregados ya tienen escrita “a priori” la crónica sobre el éxito de Sánchez en Europa. Como si hubiera alguna duda sobre la nula credibilidad del presidente español y de sus socios para exigir nada. Decidirá Angela Merkel –que ha desplazado al papa Francisco en el primer lugar de valoración de los españoles, según Elcano– y no le pedirá opinión al gobierno español.
Otro liderazgo nacional habría utilizado la credibilidad de Luis Garicano y su inteligente propuesta de un Fondo de Reconstrucción Europeo, con endeudamiento común pensado para lograr la aceptación de los socios del Norte. Pero, Pedro Sánchez, atrapado en la dependencia de los fans del capitán “a priori”, entiende como debilidad hacer visible esa cooperación, o la que le ofrece Inés Arrimadas, que debería estar preparada para el previsible engaño del sanchismo.
Nos espera una travesía larga y dura, y lo honesto es preguntarse por la capacidad real de este gobierno para pilotarla. Lo que se haga ahora definirá el futuro de generaciones. Dos experiencias nacionales de la catástrofe de 2008, Portugal y Grecia, nos pueden servir para contrastar alternativas, y hacerlo con un enfoque racional, libre de fanatismos.
Hoy, con la pandemia controlada y sin déficit en 2019, el presidente portugués António Costa puede exhibir cómo se aprovecha una “crisis nacional” para fortalecer un país. El fracaso de Alexis Tsipras representa la otra cara. Nuestro problema es que el gobierno Sánchez-Iglesias, que sigue en modo “bloque de la moción de censura”, cada día se parece más al del fracasado primer ministro comunista griego.
España necesita ya un gobierno del que se pueda fiar. ¿No merece un esfuerzo colectivo modificar esta deriva autodestructiva? Puede que la enésima careta que exhibe Sánchez, la de “ahora pongo cara de pacto”, confunda. En ese caso, recuérdese el consejo de David Runciman, el mejor experto en el uso de máscaras en política: “En los hipócritas, por serlo, no se puede confiar”.
*** Jesús Cuadrado Bausela es geógrafo y ha sido diputado nacional del PSOE en tres legislaturas.