Las altas cifras de muertos por covid en el sur de Europa y las imágenes de hospitales y personal sanitario sobrepasados han calado fuertemente en la opinión pública noreuropea. Sus gobiernos no permitirán a sus ciudadanos ir de vacaciones a España este verano. Tampoco nuestro gobierno permitirá la entrada de vuelos de países extranjeros.
La industria turística española atisba con horror al profundo y negro abismo de hoteles vacíos. El “disputado bañista de Valladolid” no compensará las hordas extranjeras que no podrán disfrutar de nuestro clima y cultura. El impacto en la economía nacional es inconmensurable; para la de determinadas regiones dependientes de esta industria, apocalíptico.
El sufrimiento es recíproco. Los ciudadanos del norte de Europa, que consideran sus vacaciones al sol como un derecho irrenunciable tras el largo invierno septentrional, también escrutan el verano con aprensión. Después de una primavera traumática con restricciones por covid, les espera un verano con libertades civiles casi plenas, pero con unas vacaciones que no merecen tal nombre. Libres, pero ¿para qué?
Los gobiernos del norte de Europa animan a sus ciudadanos a redescubrir la belleza de sus propios países este año, emulando el turismo de sus abuelos, tiempo ha. Austria y Alemania dialogan sobre una posible apertura bilateral de fronteras, facilitando un turismo internacional de corta distancia. Pero, parafraseando a Serrat, ay, qué le voy a hacer, si yo amo el Mediterráneo, más que el mar Báltico, o los lagos de los Alpes.
El coronavirus ha tenido un impacto desigual en diferentes partes de España. Las islas y el sur han tenido un trascurso de la enfermedad en general más leve, y algunas zonas están hoy ya prácticamente libres de contagios.
Propongo dividir este verano el territorio en dos compartimentos turísticos estancos: la península y las islas
Las regiones más afectadas, como Madrid y Cataluña, también muestran curvas de contagios a la baja, y posiblemente controlen la enfermedad antes del verano. Pero será demasiado tarde para convencer a los turistas extranjeros y a sus gobiernos de que España en su conjunto en un destino seguro al que pueden venir de vacaciones.
¿Significa que tenemos que renunciar irremediablemente a rescatar la campaña turística?
Solamente ideas fuertemente rupturistas pueden abrir, en esta situación límite en la que se encuentra el sector turístico, una ventana de oportunidad para salir, no ciego, sino meramente tuerto de este entuerto.
Propongo dividir este verano el territorio español en dos compartimentos turísticos estancos: la península y las islas.
Durante julio y agosto, cada isla española con aeropuerto propio queda dedicada exclusivamente a los turistas de uno de los dos mercados principales emisores de turistas: Alemania y el Reino Unido. Solamente los ciudadanos residentes en estos dos países pueden tomar sus vacaciones en las islas correspondientes. Gran Canaria británica, Tenerife alemana. Fuerteventura británica, Lanzarote alemana. Menorca e Ibiza británicas, Mallorca alemana. El turismo español se queda en la península.
El transporte de personas entre la península y las islas queda cerrado, salvo viajes esenciales o personas con residencia propia en las islas, excepciones que hay que justificar y controlar de manera análoga a las limitaciones de libertad de movimientos durante el estado de alarma. Los suministros logísticos de mercancías desde la península siguen abiertos y plenamente operativos.
Ante un reto de la envergadura de la crisis que se avecina creo un imperativo salirse de los esquemas normales
Las islas necesitan, como cada año, gran cantidad de personal de temporada residentes habituales en la península. Para estos trabajadores se establece un régimen de cuarentena de dos semanas, en la segunda mitad de junio, que deben pasar en su isla de destino, antes de comenzar su trabajo en julio.
Tras acordar la compartimentación turística del territorio nacional para este verano, el gobierno español negociará acuerdos bilaterales de apertura de fronteras entre estos dos países y las islas correspondientes.
No tenemos tantas islas como países hay en Europa. Pero una alta sensibilidad es necesaria para no enfadar a los países europeos más pequeños. Si por ejemplo Alemania y Austria llegaran a un acuerdo bilateral de apertura de fronteras, o si como segundo ejemplo Alemania y los Países Bajos reestablecieran el espacio Schengen de manera fáctica entre ellos, los turistas austríacos o neerlandeses podrían automáticamente también volar a Mallorca. Campañas internacionales de información explicarían la decisión del gobierno.
Ésta es sin duda una propuesta con alta carga emocional. Pero en la legislación española hay casos vigentes de excepciones a la unidad de mercado nacional, como el régimen arancelario especial de Canarias, Ceuta y Melilla, o el régimen tributario especial del País Vasco y Navarra.
Hay también complejidades constitucionales, legislativas y organizativas importantes que solucionar en tiempo récord. Pero ante un reto de la envergadura de la crisis económica que se avecina creada por la crisis sanitaria del covid, creo un imperativo salirse de los esquemas normales y buscar soluciones extraordinarias.
*** Francisco Javier González es un empresario vallisoletano afincado en Fráncfort.