El sentido del pacto con EH-Bildu para derogar la reforma laboral es quebrar el espíritu de la democracia de la Constitución de 1978. Un sistema empieza a fallar no por sus instituciones, sino por los agentes políticos que le dan vida, que sostienen el ánimo de consenso y respeto al adversario, que aceptan la existencia y la victoria del otro. Ese conjunto es al que Ackerman llama "época fría", un tiempo marcado por la primacía del consenso sobre el conflicto.
Esto supone en buena lógica liberal que la democracia se entiende como un modelo para la resolución de problemas, no para su creación. En la lógica comunista y populista, el sistema democrático es un campo de batalla donde la exaltación de las diferencias, no de las coincidencias, es el motor de la vida pública. Es la vieja tradición marxista-leninista, esa versión hegeliana de la Historia como el resultado del enfrentamiento de contrarios en el que solo puede quedar uno.
El comunismo populista de Podemos entiende que la mejor forma de romper "el régimen del 78" es quebrando esa "época fría" y convertirla en "época caliente"; esto es, en un tiempo en el que el espíritu de concordia entre los grandes actores políticos y sociales no exista, cunda la desconfianza, y se haya perdido el respeto al adversario convirtiéndolo en enemigo. Para eso firman pactos con todos aquellos que están fuera del orden constitucional, para trasladar el consenso de un lado a otro, de los partidos de la Transición a los de la ruptura.
El pacto con EH-Bildu tiene ese sentido: llevar a los partidos constitucionalistas a un enfrentamiento irreconciliable. Y el PSOE ha caído en esa estrategia. Estos comunistas saben que una democracia liberal se asienta en un sistema de partidos de gobierno, y que rompiendo éste, se abre una oportunidad para derribar el régimen y crear otro. En eso está Podemos.
Sánchez conoce la estrategia podemita de ruptura. No en vano tolera y hasta colabora con el desprecio al Rey y al sistema autonómico. El problema para él, no para España, es que Iglesias acabe siendo el factótum y le arrincone. El presidente del Gobierno cree que a ese plan puede oponer con éxito su forma política, consistente en la posverdad y en la geometría variable y oculta para pactar con cualquiera. A esto añade con éxito la ingenuidad de alguno de los actores políticos, como la del Ciudadanos de Inés Arrimadas y Edmundo Bal.
En la lógica liberal, la democracia se entiende como un modelo para la resolución de problemas, no para su creación
Podemos se ha dedicado a blanquear a EH-Bildu desde que nació en 2014. Aceptó que el mundo batasuno tenía razón en las formas y en el fondo. Asumió como propio su discurso de desprecio a la Transición como prolongación del franquismo. Excusó la violencia, incluso el terrorismo, como respuesta política a la represión. Asimiló el derecho de autodeterminación como un ejercicio de democracia. Repudió los símbolos de España y el orden constitucional diciendo que no estaban adecuados a la realidad, y que son cosas de “fachas”. Alentó los pactos poselectorales con los filoetarras en el País Vasco y Navarra. Y todo esto lo acepta el PSOE de Sánchez.
El presidente del Gobierno cree que puede valerse de la estrategia de Podemos hasta cierto punto, que le sirve para sobrevivir, mantener la Moncloa, y arrinconar a la derecha. Su objetivo es lograr un remedo de Frente Popular con los comunistas y el nacionalismo de izquierdas, aunque sea independentista, que le asegure el poder territorial y la mayoría en el Congreso. Si para eso tiene que ceder lo hará, y además con gusto.
Sánchez sabe que mientras la derecha esté dividida no es peligrosa, pero que si se une podrá alentar el miedo al “fascismo”. Voces en la política y en la prensa no le faltan. Como tampoco una tropa de intelectuales orgánicos dedicados a extender y justificar esa política destructora de la convivencia solo por ambición personal de Sánchez y delirio totalitario de Iglesias.
El problema, por tanto, no es el PSOE, sino Pedro Sánchez. El partido socialista ya no existe salvo para servir a los intereses de su líder, y se pliega a cualquier opinión y orden suya. No hace falta más que ver el desprecio que hace a los líderes autonómicos del socialismo, o a los ministros del PSOE en el Gobierno. Nadia Calviño no tenía noticia alguna de la reforma laboral pactada con EH-Bildu por Adriana Lastra, una simple portavoz. Nadie pinta nada en el PSOE salvo Sánchez.
El coste de satisfacer su ambición va a ser muy alto. Ya ha salido caro que desoyera las alertas internacionales ante el Covid-19 solo para celebrar su manifestación del 8-M y no molestar a los nacionalistas con el estado de alarma. Ahora está en la penúltima fase de romper el espíritu de conciliación sobre el que se asienta la democracia liberal. Es cierto que el camino lo inició Zapatero con su Pacto del Tinell que dejaba fuera del sistema al Partido Popular, pero Sánchez ha dado una vuelta de tuerca que puede ser definitiva.
*** Jorge Vilches es profesor de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense.