Comenta Niall Ferguson en The Great Degeneration que a lo largo de las últimas décadas, la ciudadanía occidental ha abandonado por completo sus obligaciones y deberes políticos, relegándolos en un ente, por la gran mayoría desconocido a la par que deificado, como es el Estado.
Durante años hemos pensado que la política era algo de lo que han de ocuparse exclusivamente los políticos y que la sociedad civil no tenía ningún deber político ni rol que desarrollar al respecto. Hemos olvidado e incluso ridiculizado durante mucho tiempo la importancia de cuidar la res pública, en la que se incluye el orden económico y social.
Fukuyama nos proporcionó una morfina político-ideológica que causó que la democracia liberal y sus defensores hibernaran profundamente durante décadas, sin preocuparse en absoluto por la inestabilidad económica, social o cultural que se estaba fraguando en nuestras sociedades. Y no procede alegar que no se podía saber. Sobre todo, porque sería faltar a la verdad. Occupy Wall Street, el 15-M, Syriza, Salvini, Orbán, Kaczynski, Hofer, Le Pen, etc., sirvieron de pregón al momento populista -en términos de Laclau- que se aproximaba.
La socialdemocracia ha muerto de éxito y no podemos contar con ella en exclusiva para confrontar la marea populista que viene. En parte, porque dicha marea ha sido generada y consolidada por la ardua afición de la socialdemocracia moderna a jalear el posmodernismo y las políticas de identidad. La socialdemocracia europea ya no es la misma que la de los Trente Glorieuses.
No imagino a Tony Blair siendo socio de gobierno de Pablo Iglesias, acudiendo a un mitin con Alexandria Ocasio-Cortez o debatiendo si es correcto el empleo del he/she o it a la hora de referirse a un individuo de “género neutro”. Ruego que no me malinterpreten, esto no es un alegato conservador, más bien al contrario, es un alegato en favor del realpolitik del siglo XXI. Un alegato a favor de mirar al populismo extremista a la cara y confrontarlo no en su terreno -que es el barro- sino en el nuestro, que es el de la racionalidad.
Comprendo que es difícil. Que seguramente habrá que renunciar a muchos intereses políticos por el camino. Habrá que renunciar a blanquear al populismo cuando nos resultaría muy cómodo y menos conflictivo poner la cama en ciertas ocasiones. Para vencer al populismo de extremos hay que volver a dar la importancia que se merecen a los analistas de datos, a los científicos, a las élites académicas y a los expertos en cada materia.
Es hora de conseguir que las urnas arrebaten el micrófono a los que se dedican a golpearlo
Es hora de conseguir que las urnas arrebaten el micrófono a los que se dedican a golpearlo tras cada intervención, mostrando la rabia interna que contienen. Es hora de conseguir que las urnas arrebaten el micrófono a aquellos que piensan que todos los días es 12 de octubre.
Todos ellos aman las situaciones excepcionales, ya que les permiten desarrollar en el Congreso una perfecta dialéctica hegeliana, con violentas y estruendosas tesis y antítesis -todas ellas notorias en los medios de comunicación, y aplaudidas por los votantes que creen que cada sesión en el Congreso es una final de Champions- pero, en un ejercicio de contradicción al archiconocido filósofo germano jamás alcanzarán una síntesis, porque viven de la confrontación, y si esta puede ser representada por una curva exponencial, mejor para ellos.
Es hora de que los demócratas liberales, desde el centro izquierda constitucionalista hasta el centro derecha europeísta, nos unamos para plantear una nueva estrategia política y planteemos una nueva línea de análisis sobre políticas reales y realistas. Es hora de que pensemos sobre los equilibrios democráticos.
La ciudadanía, posiblemente la porción de ella menos activa y/o menos adscrita políticamente, ha alcanzado su punto álgido de hartazgo al respecto de que la política se haya convertido en un deporte de contacto en el que solo se puede vencer por K.O. técnico.
Pero para ser capaces de proponer soluciones a los problemas reales, y evitar que la Comisión de Reconstrucción Económica devenga en una taberna del Madrid castizo un viernes al caer la noche, es necesario conocer la situación política de España. No somos demasiado duchos al respecto. Grabando en mármol las palabras de Ortega y Gasset: “No sabemos lo que nos pasa, y esto es precisamente lo que nos pasa, no saber lo que nos pasa”.
Tampoco confundamos. No se trata de encontrar un líder supremo con capacidad panóptica de análisis y ejecución política. Nada más alejado de ello. Son precisamente los movimientos populistas los que beben de la idealización y cuasi sacralización de sus líderes políticos.
Debemos plantear políticas útiles para que los ciudadanos no se sientan huérfanos de futuro
Tampoco debemos padecer una ansiedad cartesiana por cartografiarlo hasta el último detalle, sino únicamente ser capaces de emprender un discurso y una acción política realista, racional y basada en la responsabilidad para con los demás ciudadanos. Debemos evitar que el Gran Encierro se convierta en el Gran Retroceso. Desde la sociología, desde la economía y desde la política. Nunca antes, desde el segundo cuarto del siglo pasado había sido tan necesaria la cooperación y la fraternidad entre conciudadanos.
Desde la política y desde la sociedad civil debemos plantear políticas útiles, porque si no lo hacemos corremos el riesgo de que muchos ciudadanos miren por el retrovisor y se sientan huérfanos de futuro, añorando un supuesto pasado dorado. Actualmente nos encontramos en lo que la filosofía gramsciana cataloga como el interregno, un proceso histórico-social en el cual hemos dejado atrás el pasado pero desconocemos cómo será el futuro ante la convulsión e incertidumbre del presente.
Desconocemos cómo hemos llegado hasta aquí, y en lugar de emplear la brújula para guiarnos en la correcta dirección la empuñamos como arma blanca frente al adversario político, tristemente devenido en enemigo de trinchera, según algunos.
No debemos permitir que se rebobine la Historia, porque eso únicamente causará que en un momento político de imperante presente dediquemos energías a debatir con los que gozan vejando estatuas o los que pretenden convencernos de que viviríamos mejor emprendiendo un retorno al pasado, a la monopolización de la soberanía nacional por parte del Estado, a un férreo control de las fronteras o a los controles de capitales para evitar que “las élites financieras inunden nuestra patria”. Ambos grupos no merecen nuestra atención más que para rebatirlos con la evidencia en la mano.
Frente a los del puño en alto, Ortega y Gasset. Frente a los que creen que han encontrado el elixir mágico en el euroescepticismo, Schuman y Adenauer.
Frente a las políticas de identidad, racionalidad y liberalismo.
*** Malena Contestí es jurista y exdiputada nacional, y Álvaro Martín es analista económico y político, autor de 'La Revolución del Mercado'.