País Vasco. Mediados de los años noventa. Un grupo de jóvenes, universitarios en su mayoría, deciden afiliarse al Partido Popular e ir en las listas electorales del partido para las próximas municipales. Hasta aquí todo resulta normal, cotidiano, instranscendente si lo extrapolamos a tiempos actuales, donde cada partido político trata de forjarse su propia cantera, a través de la cual los jóvenes pretenden canalizar su vocación política o sus ganas de trabajar por el bien de sus convecinos.
Sin embargo, en el País Vasco de aquellos años nada era normal. El terrorismo lo marcaba todo. Los constantes atentados, las algaradas callejeras de los chicos de la gasolina y las pintadas, persecuciones y chivatazos que existían en muchos municipios, condicionaban el día a día de muchos ciudadanos.
En muchos lugares de la Euskadi más profunda para los vascos que sí creían en la democracia y en una idea de un País Vasco dentro de España, lo más cómodo era no hacerle demasiado caso a sus principios. Comulgar con el ideario abertzale era sinónimo de una vida, como mínimo, mucho más segura. Y si no, en caso de duda, siempre quedaba el Partido Nacionalista Vasco que, como en la actualidad, daba cobijo a muchos colectivos, fuesen o no nacionalistas, entre ellos también a los indiferentes o complacientes con la causa etarra.
En un ambiente que comenzaba a ser ciertamente irrespirable, asfixiante en algunas zonas del País Vasco, se produce un hecho que marcaría el devenir de ese grupo de jóvenes: el 23 de enero de 1995 ETA acaba con la vida del teniente de alcalde de San Sebastián y dirigente del Partido Popular, Gregorio Ordóñez, de un disparo en la nuca mientras comía con dos compañeros del partido en un restaurante de la ciudad.
Ordóñez era una persona muy querida y respetada en San Sebastián a pesar de su discurso beligerante contra ETA y el nacionalismo vasco. Tenía cada vez más adeptos dentro del partido a nivel nacional y su muerte causó una fuerte conmoción en una parte importante de la sociedad vasca.
En cada reunión que el partido celebraba, todos hablaban sabiendo que quizá sería la última vez que se viesen
A raíz de este atentado, todos estos jovenes vascos quedan fuertemente marcados, deciden dar un paso al frente y dejar el miedo atrás. Muchos entendieron que el Partido Popular era el mejor lugar para rebelarse en la Euskadi de aquellos años, se afiliaron al partido con el corajudo espíritu del idealista, para plantar cara a la banda terrorista desde las instituciones, hartos ya de esconderse y de someterse al pensamiento único que marcaban Herri Batasuna y sus secuaces.
En la foto superior, tomada bajo el Árbol de Guernica en 1996, todos aquellos afiliados a Nuevas Generaciones que, por vez primera, obtuvieron representación municipal en las elecciones del año anterior. Entre ellos, quienes hoy siguen siendo cargos públicos del partido en Euskadi como Iñaki Oyarzábal o Ramón Ugalde. También quienes serían luego candidatos a lehendakari como Arantza Quiroga o Antonio Basagoiti; o quienes, tras entrar en política con apenas 18 años, dejaron la misma hace escasos meses, como Borja Sémper.
Todos y cada uno de los presentes en aquella instantánea tuvieron que convivir con escolta oficial durante años. Todos, menos uno. A la izquierda, con chaqueta verde oscura y pantalón vaquero, Miguel Ángel Blanco Garrido (Ermua,1968). El asesinato del joven concejal que mantuvo en vilo a todo un país fue de los primeros de aquella sanguinaria estrategia que tenía planificada la organización terrorista. El Partido Popular había pasado a estar en la diana de la organización criminal y todos estos jóvenes eran conscientes de que podían ser los próximos. El cruel asesinato de su compañero provocó una fortaleza aún mayor en sus convicciones.
A finales de 1994, ETA anuncia en su ponencia Oldartzen (Acometiendo) que su próximo objetivo serían los eslabones más bajos de la cadena política, pretendiendo conseguir así la denominada por ellos "socialización del sufrimiento"’. Y así ocurrió. Lo que había iniciado con Gregorio Ordoñez y Fernando Múgica, lo continuaría con Miguel Ángel Blanco y multitud de concejales en los años siguientes.
En cada reunión provincial o regional que el partido celebraba, todos hablaban sabiendo que quizá sería la última vez que se viesen. Así fue. Cada vez más sillas vacías, más silencios angustiosos. ETA llegó a asesinar, en el período de un año, hasta a seis concejales y siguió con su plan más allá de las fronteras del País Vasco, para acabar con la vida de Alberto Jiménez-Becerril o del concejal en el ayuntamiento de Málaga, Martín Carpena, entre otros.
Desde Madrid, con Aznar presidiendo el Gobierno central, se decide reforzar la seguridad de estos jóvenes veinteañeros. Hoy día, propio de una película de Scorsese, dura realidad en aquellos años de plomo y sangre. El zarpazo de ETA era cada vez más doloroso y el aliento de los terroristas lo sentían cada vez más próximo. Asumieron que su vida cambiaría, que ya nunca volvería a ser la misma.
De aquella generación de chavales fotografiados en Guernica, solo falta uno, el joven batería de Ermua
Borja Sémper (Irún, 1976), con escolta desde los 19 años, vivía con sus padres mientras estudiaba Derecho en la UPV. Cada vez que acudía a dicha universidad, daba un paseo por un parque o iba al cine, la escolta estaba presente. Como si se tratara de una forma de recordarle permanentemente la vida que había escogido vivir.
Tras aparecer su nombre en los papeles del comando Ibarla, tuvo que marcharse de casa y pasar unos días viviendo en la sede de la Delegación del Gobierno. Paseaba con sus padres contemplando cómo su nombre decoraba las calles y plazas de su pueblo y recibía llamadas amenazantes invitándole a que se marchara de Euskadi. Tuvo que acudir a numerosos funerales de compañeros de partido, con una edad en la que se supone que uno está para otras cosas en la vida. Pese a todo, aguantó e hizo carrera política durante 25 años.
Arantza Quiroga (Irún,1973), ya como concejal y con apenas 22 años, no podía tomar una cerveza con amigos o pasear con su novio sin la presencia de su guardaespaldas. Una noche, tras una reunión del partido, se despidió de su compañero José Luis Caso, concejal en Rentería y recién jubilado, para, dos horas más tarde enterarse de que éste había sido asesinado a escasos metros de su vivienda.
Pudo ver el cuerpo de su compañero tendido en el suelo, bajo una intensa lluvia y cubierto con una manta en una imagen que aun hoy le retrotrae a los tiempos más duros. Aquella noche Arantza, llorando desconsolada, se prometió continuar. Hoy se pregunta cómo sus padres no se lo impidieron. Ellos, a pesar del miedo y la preocupación, vieron en los ojos de su hija convicción, fuerza y compromiso.
De aquella generación de chavales fotografiados en Guernica, conocida como la generación Blanco, solo falta uno, el joven batería de Ermua. Casi veinticinco años después, contemplando la foto, pueden decir orgullosos que se impuso la paz y la palabra, y la banda terrorista fue derrotada. También en su recuerdo, algo que ETA sí les quitó y ya nunca podrán volver a recuperar, a Miguel Ángel y a todos sus compañeros que perdieron la vida por defender la libertad y los valores democráticos.
*** Jaime González es graduado en Relaciones Laborales y Recursos Humanos por la Universidad de Extremadura.