Ante el impacto del Covid-19 muchos se plantean cómo afectará éste a la Humanidad. Un tercio de la población mundial confinada, millones de infectados, cientos de miles de fallecidos y una crisis económica y social histórica —todo ello en apenas unos meses—, suponen un shock que justifica preguntarse ¿y después qué?
Algunos reconocen no saber a dónde puede llevarnos todo esto; otros quieren abrazar cierto optimismo; por supuesto los hay pesimistas; y también están los que se centran en cómo debería ser el futuro. Sea como fuere, estamos tan absorbidos por la situación que es difícil verla con perspectiva, así que es necesario tomar distancia.
Si nos remontamos a la Segunda Guerra Mundial es fácil recordar algunos de sus efectos más desgarradores. Más de cincuenta millones de muertos, incontables heridos y desplazados, una destrucción sin precedentes y el uso de la bomba atómica por primera vez en la historia. Pues bien, después de todo esto, ¿qué?
Por un lado, una Guerra Fría que durante casi cinco décadas supuso una amenaza nuclear global y la proliferación de dictaduras de todo tipo. También cierta amnesia progresiva respecto de los crímenes del nazismo, denunciada ya desde 1953 por el filósofo alemán Jürgen Habermas.
Por otro, el nacimiento de la Organización de Naciones Unidas y de la Unión Europea —a las que todavía les queda mucho por recorrer—, y, sobre todo, el comienzo del periodo más largo de paz y distensión que jamás haya vivido Europa.
Sea con la intensidad que sea, esta crisis alimentará ese proceso histórico hacia un futuro más unido
Entonces, ¿pesimismo?, ¿optimismo? Al margen de comparaciones con la situación actual, lo que subyace a lo anterior es que la complejidad de las dinámicas humanas no puede abordarse desde posiciones simplistas de pesimismo u optimismo absolutos e inmediatos. Dicha complejidad requiere, por el contrario, que nos observemos a nosotros mismos con mayor perspectiva todavía.
Al comienzo hacía referencia a los que se centran en cómo debería ser el futuro. Muchos de ellos, como el también filósofo alemán Peter Sloterdijk con su “escudo universal para la Humanidad”, apuestan por una mayor colaboración y unión de dicha Humanidad. Habrá escépticos al respecto, o quienes se opongan frontalmente, pero es algo que ya se produjo tras las Segunda Guerra Mundial y que, en realidad, viene produciéndose progresivamente desde hace milenios.
Las agrupaciones sociales de los humanos han ido evolucionando hacia uniones más amplias e integradas a lo largo de toda nuestra Historia. Desde los originarios núcleos familiares nómadas, pasando por la agrupación en tribus, hasta la aparición de pequeños poblados. De estos se fue evolucionando a las ciudades-estado y, de la unión de varias de ellas, a una miríada de reinos. Estos transitaron después hacia uniones de reinos que acabarían siendo los actuales estados. Y posteriormente, unión de estados, entidades supranacionales y organizaciones internacionales. Y no, “El fin de la Historia” todavía no ha llegado.
Este peregrinaje hacia la Unidad es, en el fondo, connatural al ser humano y seguirá su curso después de la pandemia. De hecho, sea con la intensidad que sea, esta crisis alimentará ese proceso histórico hacia un futuro más unido, y lo hará, precisamente, porque dicha tendencia ha venido determinada, fundamentalmente y hasta ahora, por el sufrimiento. Han sido las dinámicas del sufrimiento —el agotamiento por la confrontación permanente con “el otro”, la destrucción y el dolor—, las que a lo largo de la Historia han ido desencadenando progresivas uniones más amplias que sirviesen para alejar los conflictos y afrontar con mayor fortaleza las amenazas.
Pero, si ya podemos apreciar cómo y hacia dónde nos hemos estado dirigiendo todo este tiempo, si inevitablemente vamos a llegar al mismo destino, ¿por qué seguir transitando el tortuoso camino del pasado? Antes o después la Unidad llegará, así que, la verdadera cuestión es si vamos hacia ella dejándonos zarandear por las perversas dinámicas del sufrimiento, o si potenciamos las dinámicas de la voluntad para anticiparla proactiva y conscientemente.
Los destructivos nacionalismos seguirán violentando cualquier avance constructivo hacia la Unidad
Llegados a este punto, no pocos responderán que los homo sapiens solo avanzamos a base de golpes. Confunden que todo cambio requiera de tensión previa, con que dicha tensión tenga que surgir necesariamente del sufrimiento. Además, su escepticismo reduccionista de las capacidades del ser humano contribuye a que su afirmación se convierta en lo que los sociólogos y psicólogos denominan una “profecía autocumplida”.
Adicionalmente, los destructivos nacionalismos —ya sean secesionistas o aislacionistas—, atrincherados en sus artificiales identidades supremacistas, seguirán violentando cualquier avance constructivo hacia la Unidad. Continuarán embaucando a los más inseguros haciéndoles creer que, escondiéndose detrás de ensoñaciones identitarias, es posible protegerse de amenazas y desequilibrios globales, cuando, de hecho, solo una unión social y política de proporciones similares podrá hacerles frente.
Además, se ocultan a sí mismos el hecho de que las identidades estancas que tratan de imponer son, en realidad, la suma de identidades preexistentes que se abrieron a su entorno compartiendo y distribuyendo su soberanía. No se dan cuenta de que en su interior ya conviven diferentes vínculos identitarios sin excluirse mutuamente. No comprenden que la futura Unidad solo será exitosa protegiendo, precisamente, la diversidad y especificidades de cada comunidad con el único límite de los derechos humanos. En definitiva, su estrechez de miras les impide apreciar la exuberante complejidad del ser humano y cómo éste es capaz de interiorizar, articular y disfrutar una riqueza identitaria diversa.
A pesar de todo, la intensidad del sufrimiento por la actual crisis posiblemente alcance para que nos acerquemos a esa “conciencia planetaria de la Humanidad” que ansía el filósofo francés Edgar Morin, pero ya deberíamos poder tomar conciencia, también, del imparable proceso hacia la Unidad, planteándonos cómo queremos avanzar hacia ella.
Habrá quienes, ya sea por egoísmo, derrotismo o fanatismo, contribuyan a que sigan operando las dinámicas del sufrimiento. Sin embargo, es posible optar por las dinámicas constructivas de la voluntad. No es la opción fácil. Tampoco es rápida. Requerirá del esfuerzo de generaciones. Pero podemos elegir no necesitar nuevas catástrofes bélicas, sanitarias, económicas o climáticas, para sumar ya, voluntades, aportaciones y apoyos, en el diseño y articulación de la imperiosa Humanidad Unida.
*** B. V. Conde es auditor del Estado.