Nuestro país vuelve a ser el conejillo de Indias de la Europa rica. Una oportunidad para que Pedro Sánchez demuestre que es capaz de gobernar a dos manos. La nueva normalidad financiera se mueve entre el marxismo de libro de Pablo Iglesias y el liberalismo doctrinal de Inés Arrimadas.
La encargada de llevar adelante el casamiento y cumplir y hacer cumplir las condiciones de la Unión Europea para recibir las ayudas, todas las ayudas, es Nadia Calviño. De los 140.000 millones de euros para socorrer los daños económicos y sociales del Covid 19, y de las otras cantidades que deben ayudar a la banca española en su conjunto a salir del mismo agujero en el que se encuentra la sociedad española. La presidenta del BCE ya calculó en abril que las necesidades de los bancos europeos llegarían a los tres billones de euros, con tipos negativos.
Viajes constantes a Frankfurt y a Bruselas tan solo conocidos por el presidente Sánchez para plantear con Christine Lagarde y Luis de Guindos una serie de fusiones o absorciones -que tanto va a dar una forma como otra- que constituirán de hecho un segundo rescate de nuestro sistema financiero, esa suerte de magia que es capaz de realizar el BCE a base de anotaciones, créditos avalados por los Estados, deducciones fiscales y todo un largo etcétera que están tan lejos de la comprensión de la llamada sociedad civil como del movimiento de los agujeros negros.
Condiciones no escritas pero con tanto valor y exigencias como las que se hicieron públicas. El ex ministro Luis de Guindos -que se encargó del rescate bancario durante el Gobierno Rajoy, aquel que no nos iba a costar un euro a los españoles- es el mismo que unos días antes de la anunciada fusión entre CaixaBank y Bankia ya dijo que en España seguía habiendo demasiados bancos y que se estaba tardando demasiado en hacer fusiones. Declaraciones que encontraron de inmediato apoyo en el gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, y en el número dos de Bankia, José Sevilla, que es también presidente de la Comisión Delegada de Riesgos, un dato a tener muy en cuenta si la fusión proyectada llega a buen puerto y Goirigolzarri quiere seguir contando con él en la nueva entidad.
Dicho y hecho. Ya estaban preparados los primeros esponsales desde hacía meses. Faltaba el anuncio oficial. Hay prisa por cumplir con Europa y la ministra Calviño se lo recordó al presidente y éste a su vez se lo trasladó a los contrayentes, a Isidre Fainé e Ignacio Goirigolzarri. A Jordi Gual y José Sevilla les queda hacer de testigos de la boda, pero con una buena dote por el sacrificio que supondrá dejar sus actuales cometidos.
El primero a buen seguro que puede mantenerse en el Grupo en alguna de las empresas que lo conforman, y el segundo puede acompañar a su actual presidente en Bankia en la nueva etapa. Los dos saben lo que significa trabajar en una gran corporación y no tendrán ningún problema en amoldarse a las nuevas circunstancias personales y profesionales que les esperan.
Sin el visto bueno del Banco Central Europeo las fusiones eran imposibles. Ni ésta, ni las que vendrán. El proceso es imparable sobre todo tras la justificación del presidente Sánchez para no comentarla con su vicepresidente segundo. Tampoco con Carmen Calvo ni el resto de ministros. Tenía que ser muy confidencial y no se fiaba de nadie. Es lo que se desprende de sus palabras.
Ya sabe Pablo Iglesias, por si tenía alguna duda, pese a sus declaraciones sobre la petición de perdón por parte de Sánchez por no haber sido informado de la salida de España del Rey Juan Carlos, que la confianza presidencial tiene sus barreras infranqueables. A ese nivel queda por hacer y hacerle al jefe del Gobierno una pregunta: ¿lo sabía su jefe de Gabinete, Ivan Redondo?
Conviene recordar que si hace apenas seis años el valor de las dos entidades apenas reflejaba una diferencia de 4.000 millones de euros a favor de CaixaBank, hoy el planteamiento que han aprobado los implicados en este último intento (Caixa lo lleva intentando desde la lejana época de José Vilarasau, cuando Isidre Fainé era director general) es muy diferente.
La operación se inició tras las palabras del número dos de Bankia en el inicio del verano: "Hay caldo de fusiones"
En el futuro banco, el reparto será de tres a uno, o lo que es lo mismo, el 75% de las acciones para CaixaBank y el 25% para Bankia, una ecuación de canje que incluso con un premio para los accionistas del banco madrileño llevará a que nuestro querido y poco eficaz FROB, dueño del 65% de la entidad, vaya a perder entre 15.000 y 18.000 euros el día que quiera vender su participación.
No parece que viendo los valores de todos los bancos en la Bolsa española las acciones vayan a tener el subidón que necesitarían para compensar los 24.000 millones que recibió tras la salida de la presidencia de Rodrigo Rato.
Aquellos días de mayo de 2012, cuando tras varias reuniones y comidas en el despacho del entonces ministro de Economía, Luis de Guindos, ninguno de los tres grandes banqueros que acompañaron en su particular vía crucis al ex vicepresidente del Gobierno Aznar y ex director general del FMI, estuvieron dispuestos a salvarle. Se trataba de cumplir con los respectivos papeles en la boda de teatro que ya habían escrito el ministro y el presidente Mariano Rajoy.
Mientras que Rato pensaba que con 7.000 millones de euros Bankia se salvaba de la nacionalización, tanto Emilio Botín como Francisco González doblaron esa cifra. Más cauto, Fainé pensó que con las ayudas, la entidad madrileña podía seguir actuando en el mercado con solvencia. En las intenciones históricas de CaixaBank la captura de una presa como la antigua Caja Madrid podía convertirse en un imposible si el Estado se quedaba de dueño y señor de la entidad. El 9 de mayo Luis de Guindos firmaba la nacionalización afirmando que se limitaba a seguir las indicaciones del Banco de España, en ese momento gobernado por el socialdemócrata Miguel Ángel Fernández Ordóñez.
Siete años más tarde y ante el tribunal de la Audiencia Nacional que presidía Ángela Murillo, todos los protagonistas defendieron que era la mejor de las salidas posibles, que así lo había dictaminado, también, Goldman Sachs, que puso negro sobre blanco que las necesidades se elevaban a 23.000 millones; una cantidad que tras la valoración de Oliver Wyman se quedaría en los 24.000 millones finales.
El político Rato lo había intentado por otros caminos: si Bankia se había comido un montón de cajas regionales, por qué no seguir con el proceso con parte del resto, desde la asturiana Liberbank a la andaluza Unicaja, pasando por la aragonesa Ibercaja, esta última había estado presidida por Manuel Pizarro durante diez años, periodo en el que contabilizó la dirección de la Confederación Española de Cajas de Ahorro. Ni él, ni un último intento por parte de Isidre Fainé de que se aprobara desde el Gobierno una fusión entre las dos entidades, pudieron cambiar la historia.
Se pudo comprobar en esas declaraciones judiciales, cómo las memorias de Fernández Ordoñez y De Guindos era muy diferente. Cada uno acusaba al otro de haber tomado la iniciativa. Ninguno quería ser el malo de la película
Al otro lado de la línea, en los despachos de la Diagonal y la Terra Negra, la confidencialidad se mantuvo entre Isidre Fainé y Gonzalo Gortázar. La operación, cuya recta final se inició tras las palabras del número dos de Bankia, José Sevilla, en el inicio del verano -“hay caldo de fusiones”-, pasa a mediados de agosto a ser el tema central de los equipos directivos de las dos entidades y del cuerpo de asesores y abogados que aparecen en la escena. Son parte de la flor y nata de la asesoría hispana, brazos de los gigantes norteamericanos, acostumbrados sus directivos a que sus dictámenes se paguen a precio de oro.
Por parte de CaixaBank estaban Andrés Esteban y Francisco Fernández Silva, representado a Morgan Stanley, junto a Fernando Ruiz y Juan Manuel Alonso, de Deloitte. Los cuatro máximos ejecutivos de ambas consultoras. Por el lado de Bankia estaban Pablo Torralba e Íñigo Fernández de Mesa, presidente de Rothschild España y antiguo número dos de Luis de Guindos en el Ministerio de Economía. Junto a ellos, los dos representantes de EY, Federico Linares y Juan López del Alcázar. Una potencia de fuego que debía ser suficiente para convencer hasta los más reacios, incluyendo a los diputados del Parlamento Europeo, la Comisión y el Consejo de la UE y, por supuesto, a su Comité Directivo.
El siguiente en sufrir el acoso de las autoridades de Frankfurt, del Banco de España y del propio Gobierno será el Sabadell
Mucho dinero en juego por las asesorías, que luego permiten sueldos millonarios a sus ejecutivos -por encima en algunos casos de los tres millones de euros anuales-, a los que hay que sumar los de los despachos de abogados presentes en la anunciada fusión, el de Uría Menendez con Luis de Carlos Bertrán a la cabeza, por CaixaBank; y el del bufete Garrigues, liderado por Fernando Vives, por Bankia.
Si antes de fin de año la fusión se cierra, tanto Fainé como Goirigolzarri habrán cumplido uno de sus grandes sueños. El ejecutivo catalán, el de convertir a su banco en el primero de España y con enorme ventaja sobre el segundo y el tercero; el banquero vasco su especial revancha tras su expulsión del BBVA que presidía Francisco González.
La vertiente política está tan presente como la financiera. Al gobierno de Pedro Sánchez le convierte en un buen interlocutor para los poderes económicos y políticos europeos. Nada de populismos y menos a través de una banca pública. Demostrará que puede dirigir un gobierno en el que estén convencidos marxistas y lograr que se adopten medidas totalmente liberales.
Al gobierno de la Generalitat le obligará a posicionarse a favor de la estrategia que tanto denostó cuando el presidente de Criteria y de la Fundación Caixa, con el 40% de las acciones de CaixaBank en su poder, decidió trasladar la sede del banco a Valencia tras la fallida declaración de independencia que protagonizaron Puigdemont y Junqueras.
Puede que alguno de los otros actores del panorama financiero español sientan la necesidad de crecer y crecer muy deprisa. Hasta ahora las fusiones o compras transnacionales no han funcionado pero nada impide que ahora se produzcan. Europa necesita solventar ese hándicap y de nuevo España, como en otras ocasiones, puede convertirse en un buen laboratorio.
Si todo queda en el mercado doméstico, el BBVA que preside Carlos Torres puede tener la oportunidad de lanzar una OPA sobre Bankia, algo que no desagradaría al Gobierno vasco y a los dirigentes del PNV, la mayoría de los cuales contaba con que sería su banco el que se quedaría con la antigua Caja cuando el FROB tuviera que sacarla en subasta para cumplir con las directrices europeas.
Tras el calentón inicial en la Bolsa, los valores de Bankia y CaixaBank, han vuelto a sus posiciones de origen. Si no se produce la megafusión que protagonizarían el Santander de Ana Botín y el BBVA, difícil por el tamaño y la situación de ambos de cara al BCE, el siguiente en sufrir el acoso de las autoridades de Frankfurt, del Banco de España y del propio Gobierno será el Sabadell de Josep Oliu.
Vivo de las fusiones, el segundo banco catalán no va a salir. El resto de los pequeños puede que tengan incluso mayores posibilidades de supervivencia que los nuevos gigantes. Ya pasó hace millones de años con los dinosaurios.
*** Raúl Heras es periodista.