Repasemos las noticias que va provocando el Gobierno de España. Regresa Pedro Sánchez de sus vacaciones y se quita de encima la gestión de la pandemia para endosársela a las Comunidades Autónomas. Reúne a las empresas del Ibex para que le respalden en sus decisiones económicas, que no concreta. Aplica la misma táctica de elusión ante el curso escolar, cuya organización se deja a los docentes, que denuncian descoordinación e imprevisión. Se aplica en negociar los Presupuestos con Ciudadanos ante el riesgo de que no los apoyen los partidos que le auparon al Gobierno. Dedica tiempo a convencer a la derecha de que avale sus cuentas públicas que antes ha trapicheado con la extrema izquierda y los secesionistas. Alienta la gran fusión Caixa-Bankia a escondidas de su vicepresidente. Ha de emplearse a fondo para entretener a Pablo Iglesias, que soñaba con un banco público, y a quien también dejó in albis cuando presionó a La Zarzuela para que Juan Carlos I abandonara España. Promete reunir la mesa independentista en Cataluña, que es reivindicación golpista, y reactiva la promesa de favores a los condenados, que esperan que los saque de prisión.
Por debajo de tanta maniobra no exenta de mensajes perfumados y otras farfollas, la vida real se desenvuelve entre incertidumbres y tragedias. El sector turístico viene de darse una costalada histórica; las calles de cualquier ciudad ofrecen el panorama deprimente de establecimientos cerrados sine die; la caída de la actividad económica es tan pasmosa que equivale a más del doble que la media europea; hay sectores estancados y numerosos autónomos que no saben si lograrán reponerse algún día; la crecida del desempleo es una catástrofe y un escándalo que lidera de largo España; la herida humana de la pandemia, con miles de muertes ocultadas, ha dejado un rastro social e íntimo de desamparo; y no se ve el final de una crisis sanitaria que se ha intentado ocultar. España se encuentra en estado de emergencia, necesitada de un cuidado intensivo urgente para empezar a respirar. Pero los doctores de guardia, el Gobierno, aparecen demasiado atareados en sus propias ambiciones como para dedicarse a problemas ajenos.
A Sánchez se le escapa lo fundamental: proteger los derechos de todos los ciudadanos, acrecentar las oportunidades de trabajo...
No se puede decir que Sánchez siga de rigurosas vacaciones. Regresó por fin y ya ocupa el escenario y la atención mediática. Pero se le ve enredado en maniobras estratégicas, no en esas decisiones, a veces tan pesadas, que arreglen la vida de la gente. Primero tiene que remendar los rotos de su Gobierno, en lo que está desde que lo formó, allá en enero. Su alianza con Podemos a lo mejor no le roba el sueño, que sí se lo quitaría si los morados le incordiaran desde la calle, pero le condiciona la gestión. Actúa a espaldas de su vicepresidente y luego tiene que calmarlo. Es un alivio que el populista no toque mucha bola (el ingreso mínimo vital ni lo ha olido, la macrosubida de impuestos está, parece, orillada, adiós al superbanco público…) pero el presidente se ocupa en escabullirse del control de su socio y en compensarle con otras dádivas, como un nuevo intento para derogar la reforma laboral aunque sea un atentado contra la actividad económica. Y también se aplica a su juego preferido, humillar a la oposición, a la que le pide a cambio de nada la ayuda que no prestó él en su momento, para después desacreditarla cuando le pone condiciones.
De este Gobierno destaca más el ruido que las nueces, según la expresión de Fernando de Rojas que se utilizó después para titular en castellano una comedia de Shakespeare. Se emplea en la estrategia ceremonial, le interesa el discurso, confía en la ficción. Es el estilo vital de Sánchez, más cerca de la fábula que de la realidad. Pero además él se ha creado la necesidad de lo superfluo. Organizó un Gobierno imposible, empotrando por primera vez a un partido comunista, con una base inconsistente trufada de enemigos de la democracia española. Y ahora se ve obligado a poner un parche tras otro para que no se le desinfle el invento, lo que produce dos resultados descorazonadores: uno, que la mayor parte del tiempo se le va en inventos propagandísticos mientras debe vigilar también las campañas de sus socios destructoras de la democracia (empezando por el ataque a la Monarquía, que quieren reemplazar por una república totalitaria, siguiendo por la ofensiva de desprestigio contra la Constitución y concluyendo por las maniobras contra la unidad del país) y dos, que le queda no mucho tiempo para los problemas de supervivencia de los ciudadanos.
O sea, a Sánchez se le escapa lo fundamental: proteger los derechos de todos los ciudadanos, acrecentar las oportunidades de trabajo, potenciar el desarrollo económico, amparar la tranquilidad de la vida en sociedad, perseguir el delito y poner a los delincuentes a buen recaudo, promover la solidaridad y el respeto, defender la libertad… Mejorar, en suma, las condiciones básicas de la vida, estimular la convivencia y preparar un futuro solvente, ordenado y justo. Rodeado de líos políticos, por culpa suya, confía en la propaganda y se emplea a fondo en la demagogia, que Ortega definía como “forma de degeneración intelectual” y que es un modo de conquista pasajera del favor popular pero no tiene que ver con el auténtico arte de gobernar o, dicho de otra forma, con el deber fundamental del gobernante.
*** Justino Sinova es periodista y profesor emérito extraordinario de la Universidad San Pablo-CEU.