Hoy, 29 de septiembre, se celebra por primera vez el Día Internacional de Concienciación sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos y su objetivo es recordarnos que aún tenemos mucho trabajo por hacer para combatir un problema global como este.
Hace cinco años, la ONU incluyó dentro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) la meta de reducir a la mitad el desperdicio de alimentos global para 2030. Sin embargo, se acerca el quinto aniversario de este ambicioso plan y apenas ha habido acción al respecto.
De los gobiernos que elaboraron sus propios planes de acuerdo a los ODS solo un 12% está midiendo su desperdicio alimentario y apenas un 15% está tomando medidas reales para combatirlo. Entonces, ¿hacia dónde vamos?
El desperdicio de alimentos es uno de los grandes desafíos que debemos resolver. Entre otras cosas porque este es responsable de entre el 8% y el 10% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. El Acuerdo de París de 2015 establece que hay que reducir las emisiones de carbono en un 40% y es probable que la UE lo aumente hasta el 55% antes de finales de 2020. Por tanto, poner freno al desperdicio alimentario es clave para lograrlo.
Aquí es donde las ciudades juegan un papel clave y pueden marcar la diferencia. Estas tienen la infraestructura y el conocimiento local para convertir el desperdicio de alimentos en algo tangible. Los ayuntamientos miran a los comedores escolares, saben lo que se tira en los contenedores de reciclaje y la cantidad de residuos alimentarios que cada día recogen sus servicios de basura. Es decir, conocen dónde se producen los residuos y pueden tomar medidas específicas para combatirlo.
Las ciudades no solo están en una situación privilegiada para frenar estos residuos alimentarios sino que además son las grandes responsables de crearlo. Solo en la UE, el 70% del desperdicio de comida se produce en los hogares, servicios de alimentos y venta, es decir, dentro de las ciudades. Y todo irá a peor.
El desperdicio de alimentos causa entre el 8% y el 10% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero
Actualmente el 55% de la población vive en ciudades, pero para 2050 esta cifra crecerá hasta el 68%, haciendo que dos tercios de la población mundial se concentre en zonas urbanas. Para tener alguna posibilidad de alcanzar los objetivos de 2030 necesitamos que las ciudades empiecen a jugar un papel más importante en la lucha contra el desperdicio de alimentos.
Lograrlo no será fácil, pero se puede conseguir. En España, ciudades como San Sebastián lideran con el ejemplo. El Ayuntamiento lanzó la iniciativa Donostia sin desperdicio con acciones como la entrega de distintivos a restaurantes que no tiran comida, la creación de una guía de consejos para prevenir el desperdicio en hostelería y el reparto de más de 1500 gourmet bags entre los restaurantes para que los comensales se llevaran a casa la comida que no se terminaban. Además, desde 2014 cuenta con contenedores inteligentes de residuos orgánicos repartidos por la ciudad para transformarlo en abono y biogás.
Otro buen ejemplo es Valencia, donde el Ayuntamiento, junto a la FAO, han creado el CEMAS, un centro para analizar y sensibilizar sobre los grandes retos de la alimentación, incluido el desperdicio alimentario. Además, en la Universidad Politécnica de Valencia se ha instalado una nevera solidaria con el excedente de comida de sus cantinas que cualquier persona puede coger gratis, y se organizan también retos estudiantiles para idear soluciones que puedan implementarse en la ciudad para combatir el desperdicio. También, desde 2016, la cadena valenciana de supermercados Consum ha donado más de 17.800 toneladas de comida a más de 58.000 personas a través del Programa Profit.
Pero estas iniciativas individuales no son suficientes. Para ganar la lucha contra el desperdicio de alimentos hay que convertir los casos de San Sebastián, Valencia y otras localidades en un marco que sirva de ejemplo a ciudades de todo el mundo. Este marco debe construirse bajo cuatro principios básicos: separar los residuos orgánicos del resto, medir y hacer un seguimiento de lo que se desperdicia y por quién, redistribuir los excedentes a través de las múltiples asociaciones e iniciativas tecnológicas disponibles y, por último, transformar cualquier alimento que no se pueda consumir en energía, combustible o comida para animales.
La cuenta atrás para conseguir los objetivos climáticos para 2030 sigue avanzando. Con la pandemia poniendo a prueba el sistema alimentario y cambiando nuestra relación con la comida, ha llegado el momento de que alcaldes y gobiernos vean que la pelota está en su tejado y muestren liderazgo político para establecer objetivos concretos y trabajar de la mano con toda la ciudad para poner freno al desperdicio de alimentos de una vez por todas.
*** Oriol Reull es director de Too Good To Go en España.