Y por fin, respiramos.
Tras cuatro largos años de Donald J. Trump en la Casa Blanca, una campaña infinita, una noche electoral de infarto y tres días poselectorales eternos, parece que finalmente, la espera interminable ha llegado a su fin. El próximo 20 de enero (le guste o no a @realDonaldTrump) será investido presidente el exvicepresidente Joe Biden.
Pero en esta ocasión, la investidura de Biden, lo que los norteamericanos llamamos The inauguration, será diferente que la investidura de Trump hace cuatro años, e incluso diferente que la primera inauguración de Obama. Porque tanto Obama y Trump se subieron a ese escenario y juraron el cargo, Biblia en mano, en gran parte, por mérito propio- gracias a la ilusión y esperanza (cada uno a su manera) que despertaron en sus votantes.
Dentro de tres meses, Joe Biden también se subirá al escenario y hará el mismo juramento, poniendo su mano sobre (posiblemente) la misma Biblia, pero en este caso, el mérito no será suyo, ni del partido Demócrata (por mucho que les pese), sino de todos los estadounidenses que entendieron la importancia de estas elecciones y el peligro de no frenar el atropello democrático de la última administración, y por ello salieron de casa para ir a votar.
Por eso, cabe recordar que muchísimos de quienes depositaron la papeleta con el nombre de Biden en las urnas no le han votado porque fuera Biden, sino porque no era Trump. No pretendo decir que Sleepy Joe no tenga seguidores en los que despierte afición; sería mentira. Pero lo que el futuro presidente Biden no puede olvidar es que, detrás de su victoria, también hay millones de personas que no piensan como él y que le han votado no por su programa electoral, sino por responsabilidad. Millones de personas le han votado tras haber realizado un ejercicio de pragmatismo y altruismo, pensando en el bien común.
El pueblo americano solo pide poder volver a confiar en la oficina de su presidente y sus instituciones
Cuando el expresidente del Comité Nacional Republicano, la viuda de John McCain, varios exgobernadores y cientos de Republicanos más llegaron a pedir el voto para Biden, e incluso, hasta el excandidato Republicano a la presidencia, Mitt Romney, afirma públicamente que no votó por Trump, el nuevo presidente debe tener siempre presente a quién debe su mandato y cuál es el encargo que se le ha hecho.
A raíz del abuso de poder, de la absoluta falta de respeto hacia las instituciones y de la deriva populista del presidente Trump, cuando The New York Times publicó en enero un editorial para dar su apoyo por primera vez en la historia del periódico a dos candidatos (a dos candidatas, de hecho), afirmó que "hay preguntas legítimas sobre si nuestro sistema democrático está fundamentalmente roto".
La misión que se ha encargado al futuro presidente Biden es precisamente la de evitar que nuestro sistema democrático se rompa en mil pedazos. El pueblo americano solo pide poder volver a confiar en la oficina de su presidente, sus instituciones y devolver un mínimo prestigio a la reputación del país.
En España y en Cataluña (donde resido) estamos muy acostumbrados a gobernantes que dan la espalda a la mitad de su pueblo y solo gobiernan para algunos. Si Joe Biden quiere, de verdad, ocuparse del encargo que le han confiado los norteamericanos, debe tener muy claro que tendrá que velar por los intereses y la voluntad de todos. A partir de ahora, y más que nunca, será fundamental que no se deje presionar por muchas de las voces dentro de su propio partido que se han ido alejando del centro, en respuesta a la ola de populismo y radicalismo de la derecha de los últimos años.
En 2017, cuando Macron ganó las elecciones, se dirigió a todos los franceses bajo la emblemática pirámide del Louvre con la Oda a la Alegría, el himno de la Unión Europea, sonando de fondo y les dijo: “Esta noche también quiero dirigirme a los franceses que me votaron sin compartir nuestras ideas. Sé que este no es un cheque en blanco. Quiero dirigirme a los franceses que me votaron simplemente para defender a la República contra el extremismo. Soy consciente de nuestros desacuerdos, los respetaré, pero seré fiel a este compromiso: protegeré a la República”.
EEUU se merece dos partidos centrados de nuevo: centrados en los problemas reales de los estadounidenses
Por mucho que su partido sueñe con implementar políticas más propias de la izquierda, el futuro presidente Biden tendrá que reafirmarse como un líder moderado, centrista y pragmático, capaz de conducir el país hacia delante. Parafraseando a Macron en su discurso ante el Louvre, hace falta construir “una mayoría de cambio: es lo que el país aspira a conseguir, y es lo que el país merece”. Únicamente a través de esa mayoría de cambio seremos capaces de combatir aquel tornado de populismo y extremismo que ya lleva tiempo dando vueltas y hacer frente a los retos tecnológicos, sociales y medioambientales que han llegado para quedarse.
Es más, únicamente a través de esa mayoría de cambio nos aseguraremos de que, dentro de cuatro años, las bases del Partido Republicano estén más serenas y puedan escoger un candidato moderado, representativo de aquel Partido Republicano que se borró del tablero y que ahora parece un recuerdo lejano, en lugar de un candidato que solo sirva para replicar las barbaridades de la izquierda.
El 3 de noviembre nos habían convocado a uno de los exámenes más importantes de nuestra historia reciente y no solo nos presentamos, sino que llegamos con los deberes hechos. Ahora le toca a Biden hacer los suyos. Uno de los firmantes más célebres de la Declaración de Independencia de EEUU, John Hancock, afirmó hace casi 250 años que es "el deber indispensable de todo miembro de la sociedad promover, en la medida que pueda, la prosperidad de cada individuo, pero más especialmente de la comunidad a la que pertenece".
EEUU se merece dos partidos centrados de nuevo: centrados en los problemas reales de los estadounidenses y en soluciones viables a corto y largo plazo. Para la salud del sistema democrático, Biden debe rechazar rotundamente cualquier tentación de responder al extremismo de Trump con extremismo de otro color; debe evitar pensar en lo que favorezca solo a su partido y dejarle un camino ancho y despejado al partido Republicano para que se pueda recomponer.
En su mensaje de despedida al pueblo estadounidense, el senador John McCain quiso recordarnos que “debilitamos nuestra grandeza cuando confundimos nuestro patriotismo con rivalidades tribales que han sembrado resentimiento, odio y violencia en todos los rincones del mundo. Lo debilitamos cuando nos escondemos detrás de muros, en lugar de derribarlos". Solo con la voluntad de tender puentes e identificar lo que nos une, la democracia que tanto luchamos por construir, así como nuestros valores liberales, serán capaces de resistir la prueba del tiempo.
*** Cristina Apgar Pastor, estadounidense de nacimiento, es asesora de Ciudadanos y fue jefa de Comunicación de la Cámara de Comercio de EEUU en España.