Camarena ha cerrado el triplete que en apenas 48 horas ha convertido Madrid en el epicentro de las voces líricas más de moda a nivel internacional.
El pasado miércoles arrancó Di Donato con un precioso concierto en el que demostró que vale lo mismo para confirmar su talento en el barroco como para sorprendernos con sus poderosas interpretaciones de arias pasadas por el ragtime y la magia de unos lieder de Mahler que acaba de incorporar a su repertorio pero que ha conseguido somatizar en apenas meses y ya, de hecho, hacer de estas piezas un tour-de-force en sus futuros conciertos.
Además, como buen artista americana, conoce la importancia de empatizar con el público, enganchar emocionalmente con los espectadores y convertirlos en aliados.
El jueves también pasó Kauffmann por las tablas del Teatro Real con un programa liderístico durante el que cual se dirigió al público, para pedirle que no aplaudiera. Y finalmente el broche de oro se reservaba para Camarena, un artista que encandila y enamora al público de Madrid siempre que recala por la capital.
El público le recibió con un calurosísimo y largo aplauso inicial que el cantante agradeció como suele: con las manos cruzadas al pecho y la cabeza agachada tanto tiempo que ya no sabía uno cuando dejar de aplaudir o si debía parar para que el cantante abandonase su postura de Esfinge y arrancarse con el concierto.
El programa se compuso con una primera parte con cuatro arias francesas de Gounod, Lalo y Donizetti, y una segunda con otras cuatro arias italianas, de nuevo Donizetti y Rossini. En total, ocho intervenciones a cargo del tenor mexicano, salpicadas con las oberturas rumbosas y marchosas de la Zampa de Hérold, La Belle Hélène de Offenbach, L’italiana in Algeri de Rossini y el Roberto Devereux de Donizetti.
Magnífico nivel de la Orquesta Titular del Teatro Real durante toda la velada y dinámico y algo estruendoso Ivan López-Reynoso a la dirección.
La primera pieza que interpretó Camarena era el aria principal del Roméo et Juliette de Gounod, el dificilísimo “ah! Léve -toi, soleil!”. Un tour-de-force complicado y peligroso con el que el cantante no terminaba de estar a gusto. Por primera vez en mucho tiempo le vi incómodo, destemplado y esforzado en la zona alta, su especialidad.
Aquel Camarena que hacía tan fácil lo más difícil se las veía y se las deseaba para atacar y colocar las notas que tan reconocido le han hecho. “Ay ay ay ay” pensó uno que el arranque ha sido potente pero no redondo.
Con el “Vainement, ma bien-aimeé” de Le Roi D’Ys de Lalo la cosa no terminaba de mejorar. El fraseo no tenía la pureza habitual en el mexicano, las apreturas continuaban, los cañonazos habituales no se remataban… Pero tras la obertura de La Belle Helène volvió el cantante a rematar la primera parte con dos piezas donizettianas raras pero bellísimas.
“Seul sur la terre” de Dom Sébastien, Roi de Portugal y “Je suis joeux comme un pinson” de la Rita. Y ahí estaba el gran Camarena, el de siempre, el de las grandes noches y muchos “bravos”. Algo pasó en bambalinas porque de repente se destapó el tarro de las esencias, por fin las preciosas y cristalinas notas líricas, esa zona media segura, ese paso a la zona alta tersa, inmaculada y esos agudos -¡qué agudos!- interminables y finalizados con bravura.
La segunda parte fue un paseo por Rossini y más Donizetti. Excelentes las dos piezas rossinianas: “Oh, come il cor di giubilo” de L’italiana in Algeri y “S’ella mi è ognor fedele…Qual sarà mai la gioia”, de esa opera deliciosa y tan poco reconocida, Ricciardo e Zoraide.
Ambas piezas, que escuchamos habitualmente en tenores líricos ligeros rossinianos tan líricos y tan ligeros que no terminan de llenar las notas, tan efímeros que flotan y bailan dentro de la partitura, fueron corporeizadas con un lucimiento brillante en la voz de Camarena: ese color tan carnoso, la armonía, la fortaleza y la virilidad en la interpretación. Una maravilla.
¡Por fin un poco de Rossini en el Teatro Real! Es de Cuarto Milenio la ausencia de este compositor en las temporadas más recientes. Un autor clave en la historia lírica del que apenas se programa nada. Ojalá se confirmen los rumores y la próxima temporada se haga justicia “alla grande” con el de Pesaro dándole el lugar que se merece.
Cerró el programa Camarena con dos sonoras y excelentes interpretaciones del Povero Ernesto del Pasquale y el aria principal con cabaletta (algo que por lo visto muchos espectadores desconocían y se arrancaron a aplaudir en mitad de la pieza) del Roberto Devereux. Emocionante y muy contenido en el Ernesto y muy gallardo y valiente y audaz en el Devereux.
Y al terminar, llegó el encendido, caluroso e interminable reconocimiento. Los espectadores no parábamos de aplaudir, y aplaudir, y aplaudir, y aplaudir, y aplaudir. Y Camarena no se arrancaba. Y más aplausos. Y nada. El Camarena generoso, espontaneo en su relación con el público, simpático, dicharachero no aparecía. Ni tampoco un bis.
Hasta que se refugió en un piano a un lado del escenario, salió su pianista habitual, el muy talentoso Angel Rodríguez, y Camarena se arracó con un emotivo discurso sobre la situación actual, sobre las pérdidas irreparables y la más sentida para él, Armando Manzareno, recientemente fallecido y del que hizo su primer (y único) bis: Esta tarde vi llover, acompañado únicamente al piano. Una preciosidad.
Y ahí lo dejó. Camarena el espléndido, el de los bises a cual más loco, más intenso, más audaz, más escalofriante… anoche se quedó confinado. Había ganas de más, se pedían “bis”, “otra”, “una última”… pero el cantante no estaba en vena y nos dejó a todos un poco hambrientos de su voz, de la comunión que genera con el público, de la locura que desata. Había ganas de más, mucho más. Pero nos quedamos con las ganas.