Madrid 2021: tiempos recios
Lo primero fue la explosión. El humo. La jindama de una ciudad cosida y recosida de tragedia. Nieve sucia en las aceras, un helicóptero rasante, y un calle castiza tomada por el silencio después del bombazo. Uno anduvo haciendo el testigo directo y acabó llorando, porque quizá la humanidad del periodismo sea eso: ver las caras, preguntar entre lágrimas. Escribir en el lienzo más fino, que es el de la incertidumbre.
La muerte ha decidido echarle un pulso a Madrid, y con resignación castiza me van preguntando que qué es lo que falta ya: una plaga de langostas, que se derrumbe Guadarrama sobre la ciudad o qué. La semana más triste del año ha cebado con Madrid, y en esta carta de domingo, de natural ácida, hemos pasado a convertirla en un inventario del dolor, del dolor que un cronista guarda como un frío metálico en el pecho. Del dolor de los demás, del dolor de los cascotes, y del dolor de La Latina, sur verbenero de Madrid, donde la supervivencia siempre se ha llevado a gala.
La explosión de la Calle de Toledo, en suma, me supuso un reto profesional y ha hecho que algo, no sé muy bien el qué, haya cambiado para siempre en mí. Desde antes de la nevada, en estas navidades distópicas, había visto coches fúnebres como nunca. Y como en Sostiene Pereira me dio por pensar en la muerte como nomenclatura de vacío y no como estadística a aplanar, que eso es cosa de Simón.
Por eso, aún me estremezco recordando la lluvia fina que empapaba el socavón de la Calle de Toledo. He ido durmiendo a trozos desde el martes fatídico (lo que permite el Orfidal, viejo amigo), y en cada duermevela se me aparecían con claridad los gestos llorosos de los vecinos, qué se hablaba en cada momento, el vestido negro de Isabel Díaz Ayuso. Y luego el apagarse las cámaras cuando se sabía el parte de muertos. Y acordarse uno de aquello de "qué solos se quedan los muertos".
Y después, rodeando vayas, un paseo lunar y a oscuras por el cráter de la zona cero. Una impresión sobrecogedora que abortó un retén de policías nacionales, que mientras me pedían identificación recibieron, con educación, mi parrafada sobre lo que es la noticia y esa vocación de reportero triste que la tragedia de la Calle de Toledo ha retoñado en mí.
Corren tiempos recios en Madrid. Hasta la nevada fue dramática en su blancura y en su negrura. Mientras me lamía las heridas, alguien me robó la bicicleta y una racha de viento esquinado abrió con violencia el ventanuco del sótano.
La ciudad de las sonrisas esta grogui. Como el arribafirmante. Habrá que esperar a la primavera como concepto.