En 2016, los estadounidenses eligieron un presidente cuyo eje central de campaña fue la construcción de la idea de Estados Unidos como un país víctima.
Según Donald Trump, a Estados Unidos le habían sido arrebatados el trabajo y la producción por parte de otras economías competidoras; el multilateralismo le había robado su soberanía; sus aliados de la OTAN se aprovechaban para hacerle pagar la cuenta de la defensa de Occidente; y sus vecinos del sur, violadores y delincuentes, invadían su territorio.
América Latina era, en su discurso de campaña, una fuente inagotable de problemas a los cuales había que dar literalmente un portazo construyendo un muro que evitara la invasión.
Con este preludio, el inicio del gobierno de Trump se caracterizó por la incertidumbre. Nadie sabía, ciertamente, hasta donde podía llevar sus amenazas y si sería capaz de cumplirlas o no.
Pronto se demostró que el deslenguado presidente no obedecía fácilmente a sus asesores ni se dejaba limitar en sus ímpetus tuiteros.
El estilo de Trump no resultó necesariamente negativo para algunos gobiernos de América Latina
Sin embargo, la ideología y el estilo de Trump no resultaron necesariamente negativos para algunos gobiernos de América Latina. Jair Bolsonaro se convirtió en su mayor admirador e, incluso tras la derrota de Trump, sigue siendo uno de los defensores de la teoría del fraude electoral.
Aunque de Jair Bolsonaro era previsible la simpatía por Trump, no lo era en el caso del presidente de México Andrés Manuel López Obrador, más conocido como AMLO.
El presidente aupado por el partido de izquierdas Morena resultó ser un discípulo disciplinado que rápidamente entendió que le convenía la simpatía de Trump, que no le convenía pagar el precio por desobedecer y que podía intentar convertir su seguidismo en mensajes a sus seguidores.
Así, México, incapaz de detener el caudal de sus propios ciudadanos que migran huyendo de la pobreza y la violencia, terminó por convertirse en Tercer País Seguro y concentró en su territorio a los migrantes centroamericanos hasta que estos resuelven su situación de ingreso a los Estados Unidos.
Desde extremos ideológicos opuestos, pero con estilos personales comparables, Bolsonaro y AMLO se encontraban cómodos con Trump, quien no se limitaba en las alabanzas a sus dos gobiernos. Para más similitudes, su actitud incrédula frente a la pandemia fue muy similar.
Otro tanto le ocurrió a Colombia. Su autoconvicción de ser el aliado estratégico de Estados Unidos en la región se vio muy afectada cuando Trump, en su desconocimiento, lanzó reproches y amenazas a todos los países por igual. Pero Colombia no se dejó amedrentar y siguió trabajando para ganarse la atención del presidente estadounidense y mantener su estatus. Tanto se involucró que su Gobierno hizo activamente campaña para la reelección de Trump.
Las simpatías de algunos gobiernos no pueden tapar la herencia maldita que deja Trump en la región
En el triángulo norte, El Salvador, gobernado por el popular pero autoritario Nayib Bukele, también mostró sus simpatías, compartidas por su vecino guatemalteco Alejandro Giammattei.
Sin embargo, las simpatías de algunos gobiernos no pueden tapar la herencia maldita que deja Trump en la región.
Si alguien ha dificultado la solución del autoritarismo que domina Venezuela, ese ha sido Trump planteando la posibilidad de una intervención militar.
Trump no tenía ninguna intención de meterse en semejante problema geopolítico por Venezuela, y ni siquiera por la simpática oposición asentada en la Florida. Sin embargo, dinamitó los esfuerzos negociadores planteando la posibilidad de una intervención y alentado las posturas más belicosas dentro de una oposición a la que le cuesta enormemente conseguir consensos.
Cuanto más se alargue la crisis venezolana, más sufrirá la región.
Otro tanto ocurrió con la normalización de las relaciones con Cuba. La beligerancia de Trump paralizó los intentos del sistema internacional por llevar la isla hacia la democracia a través del poder blando. Sus sanciones se convirtieron, de hecho, en un castigo directo a los cubanos necesitados de las remesas de sus familiares en otros países.
En materia de medioambiente, Trump también dejó su impronta. La salida de los Estados Unidos del Acuerdo de París abre la puerta a otros gobiernos indolentes con la emergencia climática y es un reflejo del nulo interés que le despertó la defensa de la selva del Amazonas o de la enorme diversidad ecológica del continente.
Otras de sus víctimas fueron las instituciones multilaterales regionales. Trump dinamitó el proceso de elección consuetudinario de un latinoamericano como director del Banco Interamericano de Desarrollo imponiendo un candidato estadounidense.
Trump se aseguró un seguidismo mayoritario en su batalla por subvertir el orden y las instituciones internacionales
Bien es cierto que la mayor parte de los latinoamericanos votaron por el candidato de Trump, Mauricio Claver Carone, sabiendo que esto rompía un consenso histórico y que agravaba la irrelevancia estratégica de los latinoamericanos en el sistema internacional. Pero Trump consiguió asegurarse un seguidismo mayoritario en su batalla por subvertir el orden y las instituciones internacionales.
Sin embargo, la herencia más nefasta de Trump es la del impulso de un movimiento de cuestionamiento de los valores democráticos a través de la promoción de una postura de ultraderecha neonacionalista profundamente contestataria y reformista del orden social.
Como se ha demostrado en los últimos días, los Estados Unidos pueden sobrevivir al violento embate de Trump contra la democracia gracias a sus sistemas de check and balance, los controles institucionales propios de un estado desarrollado. Pero no todos los países cuentan con tal nivel de desarrollo institucional.
Aupar, desde una de las posiciones más poderosas del mundo, las teorías conspirativas y los movimientos racistas, y poner en entredicho los principios de la democracia liberal, no es una anécdota. Es un peligroso precedente con impacto directo en los procesos de deterioro de la calidad de la democracia y del Estado de derecho en otros países.
Ya puede escucharse a Bolsonaro pronosticar que será victima de un fraude electoral mientras envalentonados racistas levantan la voz, por todo el hemisferio, para agitar la bandera del ellos contra nosotros. La violencia puede estar a la vuelta de la esquina.
Joe Biden promete una política distinta para América Latina, aunque bien sabemos que la razón de Estado no permitirá virajes vertiginosos. Además, se encontrará con ciertas suspicacias en la región por parte de aquellos que se aliaron con Donald Trump.
*** Erika Rodríguez Pinzón es doctora en Relaciones Internacionales, profesora de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid y coordinadora de América Latina en la Fundación Alternativas.