Blando es el nuevo macho
La autora reflexiona sobre ese nuevo canon de la masculinidad "anoréxica, suave y asexuada" que pretenden imponer determinados sectores del progresismo.
Una sabe que puede sobrevivir a todo cuando ha bailado La culpa fue del chachachá y el Pump Up The Jam de Technotronic del tirón y sin inmutarse. Y es que pertenezco a la empoderada generación del “dice mi amiga que si quieres rollo”.
Por aquel entonces, Ramón era Ramón y Manolo era Manolo. Fumaban rubio, iban a mítines de Alianza Popular y podían darte una vuelta en Vespa. No estaban obsesionados con tatuarse e hipertrofiarse y, hasta donde alcanza mi memoria, no dudaban excesivamente de su sexualidad. Eran un puro producto heteropatriarcal. Y nacional. Como el DYC que mezclaban con Coca-Cola.
Mi adolescencia acabó repentinamente con el suicidio de Kurt Cobain, poco antes de que la España que conocemos hoy se empezara a pergeñar en los pasillos de la facultad de Derecho de la Complutense.
Por aquel entonces, los tíos todavía no habían cambiado gran cosa. Durante los dos primeros años de mi etapa universitaria, casi me conformaba con que se ducharan y no me hablaran del Subcomandante Marcos y del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Luego el asunto se complicó.
Terminaron los 90, que habían venido a pulir el powersuit de los yuppies y el olor a Givenchy de Rufino que tanto gustaba a Luz Casal. Arrancó el nuevo milenio con promesa veraniega de pantalón de paramecios y pelotazo inmobiliario hasta que, años más tarde, cautiva y desarmada, me di cuenta de que la culpa nunca fue del chachachá, sino de Hedi Slimane.
Si el Pellón, o el Zendal más recientemente, son unidades de medida económica, el apellido del antiguo creativo de Dior, Slimane, debería ser la medida sociológica del macho contemporáneo.
Aunque ya no está de moda ese aspecto entre yonqui y boulevardier de uña sucia que propuso el diseñador gabacho hace dos décadas, su espíritu sigue ahí.
El hombre anoréxico, suave y asexuado ha ido ganando terreno disfrazado de mil maneras. Incluso de leñador, sí. Muchas creímos que nos despertábamos de un mal sueño cuando apareció Don Draper con su trilby. El problema es que por la calle los tíos iban con pork pies.
Una puede aceptar una suavidad que en el fondo no es tal, como la de Alain Delon aplastando (¿empotrando?) a Romy Schneider contra el granito de una piscina en los altos de St. Tropez. Lo que me interesa menos es la suavidad por la suavidad, el hombre borreguito de Norit o, directamente, feminizado.
Sin embargo, déjenme hacer una declaración de intenciones: sobre gustos no hay nada escrito. Si ustedes se sienten atraídas, atraídos o atraídes por un cisgénero binario de genitalidad masculina con relativa carga viril, disfrútenlo con salud. Si pueden.
Asimismo, no vean en estas líneas, o no del todo, una crítica directa a un pensamiento, una agenda o un mercado que pretende colarme un modelo viril al que no veo el interés. Simplemente, como diría Drieu La Rochelle, todo escrito es confesión.
Y si es cuestión de confesar, que cantaba Shakira, soy más del atractivo dandi maldito que de sus amigos Breton o Aragon; más de Barbey D’Aurevilly que de Victor Hugo, y eso que el primero se maqueaba de lo lindo. Llámenme sapiosexual.
Así las cosas, entenderán que me baje algunos grados la temperatura cuando veo que el ínclito director del Centro de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, es propuesto por los medios y lasdesiempre como representante de la nueva masculinidad.
Puede que esto de querer alegrarnos el ojo con el hombre despeinado de paja, que actúa como distractor en la tragedia que estamos viviendo, responda a la estrategia de erotizar o suavizar ciertas crisis graves como medio de control de masas. Y miren, no sé si estoy en lo cierto, pero con las cosas de comer no se juega.
Me cuesta encontrar el punto a Simón, qué quieren que les diga. Lo intento, pero no da resultado. Permítanme dudar de la legión que estaría dispuesta a practicarle la maniobra de Heimlich en caso de persistir sus problemas con los frutos secos. A mí no me entra ni fotografiado sobre una moto neoclásica con cazadora de cuero y cara de preguntar si alguien "busca a Jacques". No veo más que a un normie suavón al que le salen las pelotillas del jersey por las costuras de la chupa de Terminator.
No me malinterpreten, todos somos un poco normies, pero pienso que hay mejores materiales para fabricar ciertos sueños.
Tampoco parece que Salvador Illa, nuestro Colin Firth nacional de Hiper Asia, vaya a calmar ningún furor uterino.
Sin embargo, todo esto tiene un lado bueno. Las que hace no tantos años tenían como única referencia erótica a Varufakis empiezan a ampliar su catálogo de mitos sexuales en el ámbito político.
En dicho ámbito, como en el resto, el cuento ha cambiado. Los fitoestrógenos campan por sus fueros en esto de la res pública, tanto patria como extranjera. Fíjense en Justin Trudeau, Emmanuel Macron o el austero holandés de la bicicleta, por ejemplo.
Una casi preferiría que le gobernase Bao Dai, último emperador del Vietnam, que era igual de pelele y suave, pero tenía rollo. Si no se puede exigir una cierta virilidad a nuestras elites, por lo menos que no nos castiguen con esa pinta de oficinistas.
Por el lado de la farándula la flojera viril también está desatada. Miren a Olivia Wilde. Ha cambiado a su marido, un actor de aspecto corriente, por el cantante Harry Styles.
Este acaba de ser elegido el hombre mejor vestido del planeta y aparece en una foto con manicura francesa, cuello de puntillas y collar de perlas. Desconozco de qué manera Wilde le diferencia de su abuela. ¿Dónde está Freud cuando una lo necesita? Ya pueden imaginar quién es una de las inspiraciones estilísticas del cantante... Hedi Slimane. Esto es un complot.
En fin, no crean, no pido forzosamente la vuelta de un hombre a lo Lino Ventura, Don Draper o Errol Flynn, con o sin mallas. A estas alturas de la película, con que no demonicen la testosterona me vale. Aunque parece complicado. Basta no sé qué partido de fútbol en Bilbao para que ciertos grupos políticos, en un alarde de puro delirio magenta-separatista, vean una liberación innecesaria y excesiva de esta hormona. Malos tiempos para la raza vasca.
Si empezamos así, ¿en qué van a quedar los cánticos de estadio inglés como el Cum On Feel The Noize de Slade? La estrofa del girls grab your boys será sustituida por "chicas agarrad vuestro gender fluid de bajo índice testosterónico".
Vivimos una época formidable.
Como dijo Ortega y Gasset sobre la II República (quien, por cierto, vincula la crisis de la modernidad a un déficit de masculinidad), lo del macho contemporáneo "no es esto, no es esto".
*** Esperanza Ruiz es escritora y articulista.