Este artículo no trata de acusar a los charnegos (o maquetos) de guardar silencio masoquista ante los ataques que reciben. Pretende denunciar esa estrategia que, desde la recuperación de la democracia, intenta silenciar en dos regiones españolas a la población que procede de familias con otros acentos y orígenes territoriales. En ocasiones, físicamente (véase ETA).
Y ello, a pesar del coraje de algunos y algunas, cuales Astérix y Obélix (pero sin pociones mágicas que valgan), para resistirse al acoso del imperio nacionalista.
Sin olvidar las constantes denuncias de este fenómeno, normalmente silenciadas también. Como la del libro de Pau Guix, titulado El hijo de la africana porque así se conocía al autor en su vecindario por haber cometido su madre el terrible pecado de ser… de Murcia.
En Cataluña, esa estrategia es simbolizada por la propia evolución personal (e interesada) de Jordi Pujol, que se explicita en su primer libro posterior al franquismo: La emigración: problema y esperanza (1976).
En él, todavía con aparente sinceridad, Pujol sostiene que “catalán es todo aquel que viva y trabaje en Cataluña” (en esos momentos, la suma de PSOE, UCD y AP formaba una clara mayoría social que convenía destruir).
Luego, Pujol fue variando poco a poco su tesis (hasta el Plan 2000), exigiendo a esa emigración, primero, hablar catalán. Después, dejar de hablar castellano, en una inmersión sin botellas de oxígeno. Y, finalmente, renegar de sus ancestros para ser y sentirse nacionalistas puros. Y ello a pesar de que el 70% de los catalanes de hoy tienen origen directo o indirecto en otras partes de España.
Salvando las distancias (geográficas), esta evolución sobre la cuestión charnega recuerda mucho a la estrategia de Adolf Hitler frente a la cuestión judía.
Hitler, en 1937, dijo ante los líderes nazis: “Deben comprender que siempre voy lo más lejos que puedo, pero no más. Es vital poseer un sexto sentido que te diga ‘¿Qué puedo hacer todavía? ¿Qué no puedo hacer?”.
En 1937, de hecho, todavía muchos judíos negaban que el nazismo pudiera ir tan lejos contra ellos. Conviene recordar que, en 1984, el ABC nombró a Jordi Pujol Español del año.
En esta época, muchos posmodernos y separatistas se encargan de cargar las tintas contra el pasado negrolegendario español, rasgándose las vestiduras por la Inquisición o la expulsión de los judíos. Se olvidan del contexto espacio-temporal en que se desarrollaron esos fenómenos. Por de pronto, no exclusivos de nuestro país.
Curiosamente, sin embargo, se minusvalora o se esconde que el fenómeno actual (este sí, singular y fuera de época) que más recuerda a esos hechos pasados es el trato al no nacionalista, tanto en Cataluña como en el País Vasco.
La persecución al hereje que se atreve a discrepar en público de la fe nacionalista no es menos cruel que antaño. Es cierto que todavía no se les encarcela (porque, oficialmente, no tienen jueces) ni se les quema en la plaza pública.
Aunque las víctimas de ETA y Terra Lliure discreparían. De hecho, ETA ha matado proporcionalmente (857 asesinados) más personas que la Inquisición en toda su Historia (3.000, según Henry Kamen). Esta última, además, aplicaba un proceso reglado con derecho a defensa.
Pero en cuanto a la presión social, cultural y económica, las dificultades no son menores. Si no eres nacionalista, tus posibilidades de encontrar trabajo, sobre todo en el sector público, disminuyen drásticamente.
Con la particularidad de que los tribunales de la Inquisición residen hoy en los medios de comunicación subvencionados y en las escuelas (no se respeta ni siquiera a los niños, de nuevo a diferencia de la Inquisición).
También aquí se exige pureza de sangre para promocionar socialmente. Sobre todo, en la política, donde la mayor parte de parlamentarios tienen apellidos catalanes, a diferencia de la población que representan.
Pero al converso se le exige algo peor: la pureza de pensamiento. Esto es, adhesión sin dudas ni fisuras. Un creyente 100%. Tal vez, como homenaje implícito a la Inquisición española, que tuvo su origen en el antiguo Reino de Aragón, contra lo que a menudo, interesadamente, se proclama.
Los paralelismos con la expulsión de los judíos de 1492 también resultan notables, igualmente con algunas diferencias. Porque el exilio forzado de los charnegos/maquetos ha sido mayor en número.
Según las fuentes, de España se marcharon entre 50.000 y 160.000 judíos (quedándose unos 600.000, según Abravanel). Sólo en el País Vasco, desde que empezó ETA a matar (y a enseñar, al parecer, lo que es una democracia) se fueron 200.000 personas hasta 2006. Un 10% de la población vasca, según el informe de 2007 de la Fundación BBVA.
Por su parte, el Informe 2019 sobre el exilio de españoles catalanes habla de un movimiento interior y exterior de más de dos millones de catalanes y de 500.000 exiliados (también por la paralela huida de empresas) desde el intento de golpe separatista.
También aquí se ofrece la conversión como vía para ser aceptado y no tener que irse con la familia y abandonar bienes, y para evitar sufrir la amenaza y la persecución. Pero la sospecha sobre el converso y su falta de sinceridad llega a ser permanente, exigiendo constantes pruebas de adhesión pública a la nueva fe.
Ciertamente, a algún charnego converso se le permite escalar posiciones en la Iglesia separatista hasta convertirse incluso en portavoz de algún parlamento o diócesis. Pero también en el siglo XVI el rabino Ha-Levi se convirtió en obispo de Burgos. Puesto que heredó su hijo, el célebre Alfonso de Cartagena.
La pregunta que cabe hacerse es si, llegada la ansiada independencia, también se le permitiría a los hijos de los conversos heredar los cargos de sus padres y escalar posiciones, o se les aplicaría aquella otra máxima clásica de Roma no paga traidores.
Todavía es pronto para llegar a conclusiones, aunque los indicios apuntan a esto último.
Con todo, lo más grave no es el charnego silenciado, perseguido, atosigado, hostigado, menospreciado (ñordos) o forzado a convertirse a la nueva fe. Lo peor es que todo esto suceda con la comprensión, o al menos la pasividad, e incluso la complicidad, de varios medios extranjeros. Incluidos algunos grupos pintorescos de derechos humanos en la ONU y un no menor número de políticos españoles.
Incluso ante la evidencia de la imposibilidad de que en esas dos comunidades autónomas se desarrollen con normalidad democrática las campañas electorales.
Resulta igualmente paradójico que los mismos que defienden las virtudes de la multiculturalidad, o de una inmigración sin límites, respalden y protejan una política sectaria, supremacista y excluyente de unos españoles contra otros.
O que califiquen de proceso democrático aquel que trató de imponer una república en Cataluña que dejaba fuera de juego a más de la mitad de los catalanes. Salvo que tengan en mente un intento, con similares características, para toda España.
Hoy más que nunca debemos clamar que "charnegos/maquetos somos todos" y que no podemos permanecer por más tiempo en silencio, ni dejarles un minuto más abandonados.
O, como decía John Donne, y recogiera Ernest Hemingway, precisamente a propósito de la (última) Guerra Civil española: "Nunca preguntes por quién doblan las campanas: doblan por ti". Por todos nosotros.
*** Alberto Gil Ibáñez es escritor y ensayista. Su último libro es La guerra cultural. Enemigos internos de España y Occidente.