Al ciudadano no deja de causarle sorpresa la afirmación de algunos gobernantes y dirigentes políticos acerca de la supuesta prevalencia de una condición achacosa de la democracia española, como si esta fuera un sistema enclenque. Algo que, según ellos, impide el avance del país por el sendero de la paz.
No conociendo las posibles motivaciones para estas aseveraciones, ni pretendiendo dar lecciones de ciencias políticas, se me hace obligado analizar algunas ideas sobre un tema que, de no corregirse, podría ser tan dañino para la sociedad como la pandemia de la Covid-19.
Esencialmente, condición determinante para considerar un sistema de gobierno como democrático es la convivencia oscilante entre libertades individuales y el bienestar general de la sociedad.
Es decir, la búsqueda permanente del equilibrio entre las aspiraciones colectivas y las posibilidades de lograrlas dentro de un marco, la Constitución, como reglamento del juego. Es en ella donde se define qué características deben reunir los individuos para pertenecer a la sociedad y cómo deben participar en la vigilancia y la conducción de sus gobiernos.
Seguramente, algunos políticos no han sido suficientemente claros en señalar el mejor camino para evitar las crisis y amenazas que hoy separan al país de su mayor paz y prosperidad potencial. Pero es evidente que el populismo atrae hoy peligrosamente a gran parte de la sociedad con cantos de sirena aderezados con una realidad tergiversada.
El sistema judicial y el conjunto de leyes aseguran que ni el todopoderoso Gobierno ni el truhan puedan abusar del más débil
La libertad individual es frágil y sólo se puede defender dentro del marco de las leyes del Estado de derecho. El sistema judicial y el conjunto de leyes aseguran que ni el todopoderoso Gobierno ni el truhan puedan abusar del más débil. La separación y la autonomía de los Poderes, y la igualdad ante la ley, nos lo garantizan.
Sin embargo, el empeño en destruir las instituciones fundamentales del Estado (empeño basado en quimeras ideológicas que justifican comentarios como la falta de democracia en situaciones donde lo único evidente es la carencia de buen criterio) pretende sembrar una semilla, nada frondosa, que permita cizañar, cosechar tormentas y pescar en ríos revueltos.
Con dolor podemos atestiguar como, en otras latitudes, prédicas análogas condujeron no sólo a la pérdida de la democracia, la libertad y la justicia, sino al destrozo de una economía próspera. Esas prédicas convirtieron Venezuela en una miseria tal que ha obligado a la migración a más de seis de sus 30 millones de ciudadanos. Es incomprensible que este sea aún un modelo para esos cantantes de desafortunadas opiniones.
Es la soberanía del pueblo la que imprime forma a la democracia, no las alteraciones del orden fuera de las reglas
La democracia española, como todas, es perfectible. Su gran ventaja está en el punto actual, precisamente porque cuenta con instituciones fuertes e instrumentos apropiados para realizar progresos sin que las ideologías se conviertan en camisas de fuerza.
El peligro en España es evidente y podemos ilustrarlo con la historia del chico que pensativamente observa un vaso, una taza, una copa y una lata, todos ellos llenos de agua. Entonces irrumpe en su presencia una compañera que le pregunta qué contempla y él responde: “Trato de ver qué forma tiene el agua”. Ella se ríe y contesta: “¡El agua no tiene forma! Toma la forma que le dan”.
La democracia es así. Es la soberanía de su pueblo, mediante la escogencia de sus gobernantes, la que imprime forma a su democracia, no las alteraciones del orden fuera de las reglas. Basta pensar en que haríamos con una mano de cartas sin contar con unas reglas que definan si jugamos a póker o a canasta. Sin reglas no habrá ni siquiera diversión.
Llenar una papeleta e introducirla en una urna se transforma en voz sólo cuando se respetan las reglas que transmiten su verdadero significado.
Difiero de quienes no ven en España una democracia fuerte. El Reino de España ha demostrado vocación y comportamiento democrático en el último medio siglo con el respeto a las leyes y la continuidad administrativa como atributos evidentes.
*** Leopoldo López Gil es eurodiputado por el grupo del Partido Popular Europeo.