El 15-M de la derecha
El autor defiende que la derecha y el centroderecha están viviendo su propio 15-M, pero que este tiene fecha de caducidad dado que Vox acabará traicionando a sus votantes.
El 15-M de la derecha está resultando tan infantil como el original, pero algo menos cursi. Al menos esta vez no nos aburren con fuegos de campamento ni con consignas de política quechua.
Pero estos días de marzo tienen algo de dèjà vu y va quedando claro que esto es lo que quiere esta sociedad tontorrona y superficial, una sucesión de 15-M mentales, una serie de populismos pendulares, de mesías sucesivos y vendedores de crecepelo que los traten como niños.
Dos Españas, dos 15-M. Se parecen mucho porque todos somos los mismos, claro. Esto no es Sarajevo y aunque nos lancemos tuits como bombas racimo, en el bar brindamos juntos, que es lo importante. Mientras tomemos cañas, no nos mataremos.
Lo que sí encuentro son similitudes entre los lugares comunes de los extremos. Todos creen que ellos son los buenos y los otros los malos, que ellos son los honrados y los otros unos ladrones, que ellos son demócratas y los otros unos totalitarios, que todos los políticos son muy malos y que la culpa es del bipartidismo del 78.
Sobre todo, todos se lo toman todo muy en serio, como si les fuera la vida en cada Consejo de Ministros. De ahí que el discurso intensito sirva para ambos bandos. Comparten una misma visión de la política como proyecto de salvación.
Ahí radica su peligro, en la fe ciega en la ideología, que es el cementerio de la inteligencia. El problema no es tener algunas creencias, sino tener un sistema completo de creencias. Es decir, un corpus universal y prefabricado con un canon de odio heredado al que acudir para no tener que pensar.
Eso es un buen político. Aquel lo suficientemente fuerte como para que no le importe parecer débil a según qué ojos
Decía aquel Brand ibseniano que está loco el que está solo y que una locura deja de serlo en cuanto se hace colectiva. Bien, la ideología populista (oxímoron) es esa locura colectiva y las redes sociales (más oxímoron), la herramienta para buscar como un yonqui ese calorcillo que te entra al comprobar que no eres el único diciendo bobadas.
Lo contrario del populismo es la aristocracia, es decir, la independencia de pensamiento. El individuo que no cede a la presión de opinar lo mismo que los suyos. Que mantiene la capacidad de discurrir y buscar soluciones sin recurrir al dogma. Que intenta resolver cada problema de la mejor manera posible, sin expectativas mágicas, sin romanticismo, desde lo racional y, a ser posible, cediendo en las posiciones de partida para ganar apoyos.
Eso es un buen político. Aquel lo suficientemente fuerte como para que no le importe parecer débil a según qué ojos. El resto son tertulianos con acta. O peor aún, columnistas en el Legislativo. Dios nos libre, sobre todo, de los nuestros.
Esa necesidad de espectáculo del ciudadano postmoderno es el origen del populismo y lo hemos visto este pasado miércoles en la mañana de las mociones rotas. La política ya no se limita a gestionar lo común. Ahora forja identidades y eso sólo se consigue a través de la emoción.
Ciudadanos lo supo, pero ya se le ha olvidado. Inés Arrimadas nos recuerda que hace falta mucho más que ser buena oradora para ser una buena política.
Vox también lo sabe, y por eso se muestra como el proyecto de los que se autoperciben como perdedores culturales, y hace la política igual que la hacen los perdedores económicos. Es decir, Vox no es otra cosa que la derecha que entiende la sociedad como un marxista. Como una lucha cultural que, por cierto, van perdiendo.
Lo increíble es que sientan eso con una iglesia en cada esquina, una procesión en cada plaza, un rey en la Zarzuela, el IBEX en máximos y un sistema capitalista que nadie consigue derribar. Que la derecha va ganando lo saben, mejor que nadie, en la izquierda.
La brecha de competitividad con el Valle del Rin no se arregla ni con una pancarta morada ni con una verde
La única que no se ha enterado de que la derecha va ganando es la propia derecha, que sería capaz de dejarse ganar en la batalla real sólo por ganar la batalla imaginaria, la cultural, la de la izquierda. Es decir, poner alfileres a un muñeco vudú con la cara de El Follonero mientras atracan su casa.
Pese a lo que digan en Vox o en Podemos, hay cosas que no tienen solución, y esa es la principal cura contra todo 15-M.
La brecha de competitividad con el Valle del Rin no se arregla ni con una pancarta morada ni con una verde, y si te quieres cargar las autonomías porque tu cuñado te ha dicho que no son más que 17 chiringuitos para que unos cuantos se lo lleven crudo, no sólo no arreglas nada, sino que, por el camino, pones en peligro la Constitución, abriendo el melón de una reforma que puede llevarnos al federalismo y a la república.
¿Pero en qué estarán pensando? Cargarse las autonomías no es un matiz. Es cargarse la Constitución entera, la convivencia, los cimientos de la ortodoxia económica de un país, volver a negociar todo de cero y abrir un proceso constituyente en el peor momento, con mociones de censura en media España. Cataluña ardiendo y un pirómano en la Moncloa.
Y lo que es peor. La hipotética derrota del Estado autonómico (la victoria de los postulados del 15-M de Vox) implicaría regalar todo el poder a Pedro Sánchez, eliminando contrapesos en forma de gobiernos autonómicos.
Por cierto, lo mismo que hace, a su modo, Ciudadanos, que cobra la pieza como un pointer para entregársela al amo que dispara en la Moncloa. Curiosas victorias las de algunos. Parecen derrotas.
Pero este nuevo 15-M es así. De nuevo, proclamas facilonas, canalizar el descontento con el gobierno, capitalizar el rencor y hacer pensar a algunos que ser más macarra es lo mismo que ser más fuerte o ir más en serio.
Estar muy en contra del Gobierno no implica ser muy de derechas; estar en contra del fascismo no hace de ti un antifascista, sólo un demócrata
Y esto no va sólo por Vox. Pocas actitudes más macarras que la de Inés Arrimadas con esa sonrisa falsa de consultora júnior que sobreactúa estrés y traje de Uterqüe en el afterwork del jueves.
Es un hecho que esta izquierda se lo pone muy fácil. Pero estar muy en contra del Gobierno no implica ser muy de derechas, del mismo modo que estar en contra del fascismo no hace de ti un antifascista, sólo un demócrata.
Estar muy en contra implica eso, estar muy en contra. Y lo lógico es buscar otra opción mejor, no una igual de destructiva. Para luchar contra un cafre conviene no convertirse en otro cafre. Lo contrario del populismo no es otro populismo, sino la razón.
Ciudadanos ya no existe, pero no se equivoquen. Aún queda Vox en el 15-M alt-right. Y Vox no es el ogro que la izquierda dice que es. Ni Vox es ultraderecha ni sus votantes son peligrosos. Vox no son los malos. O, al menos, no son peores que los demás.
Vox es solamente una manera de entender la derecha al modo de la izquierda. Es decir, como un conflicto permanente, como un partido de fútbol, con ese jingoísmo belicoso que prefiere ganar al vecino a ganar como país. Un romanticismo trasnochado que cree que el progreso y el devenir de la historia son una conspiración contra ellos. Una postura inmadura que no entiende que un Estado no tiene ideología, sino intereses.
Y, en definitiva, una propuesta con la que se identifica mucha gente decente que aun cree en los cuentos de hadas.
Es la podemización de la derecha. Pero, sobre todo, es el triunfo de quien ha entendido que la España que conocimos está acabada y que las elecciones ahora se ganan así.
Si el PP es listo mantendrá con Vox el mismo discurso que el PSOE mantiene con Podemos. Es decir, un discurso paternalista
Hay muchos Vox dentro de Vox. Ahora está en la fase guerrillera, pero Santiago Abascal no es Javier Ortega Smith, Iván Espinosa de los Monteros no es Jorge Buxadé y Macarena Olona no es de Rocío de Meer.
Los primeros saben de qué va esto. Los segundos serán apartados como lo fueron Juan Carlos Monedero y compañía. Por eso, si el PP es listo mantendrá con Vox el mismo discurso que el PSOE mantiene con Podemos. Es decir, un discurso paternalista que defienda la superioridad moral de la gestión frente a la rebeldía adolescente y antisistema, sin entrar nunca a discutir el fondo del asunto.
Es decir, pondrá los votos duros al servicio de sus políticas blandas. Porque no queda otra. Por mucho que nos moleste, o se gobierna con Podemos o se gobierna con Vox.
Personalmente no lo termino de aceptar. Pero como no queda otra, haríamos bien en abandonar la melancolía y abrazar el pragmatismo mirando desde más lejos, con perspectiva histórica y sin miopías ni espejos deformantes en el Callejón del Gato.
Da igual lo que haga el PP ahora mismo. Las tendencias trascienden la estrategia, el momentum dura lo que dura y sólo es cuestión de tiempo. No se puede ir contra la ola. Hay que aprovecharla y esperar que baje la marea. La reunificación de facto es inevitable si quieren gobernar algún día y lo que estamos dirimiendo es sólo quién liderará la derecha.
No hay ninguna alternativa factible a que el PP pacte con Vox y con lo aprovechable de Ciudadanos para gobernar un día, del mismo modo que no hay alternativa a que el PSOE pacte con Podemos desde que Sánchez los habilitó como interlocutores.
Algún día se firmarán unos pactos de gobierno en los que Vox renunciará a casi todo su programa y traicionará a sus propios votantes
Los buenos tiempos se han acabado. Sin embargo, volverán, si tenemos la suficiente paciencia.
Algún día se firmarán unos pactos de gobierno a través de los cuales Vox renunciará a casi todo su programa, asumirá las autonomías sin mayor problema y traicionará a sus propios votantes.
Y entonces, una parte de los que hoy comulgan con cualquier cosa abandonarán el barco, como pasó con Podemos, que iba a ser la salvación del pueblo y ha resultado una enorme vergüenza ajena en forma de empresa familiar que, más allá de la retórica, ha perdido todas las batallas.
Amortizado Ciudadanos, sólo quedan dos espacios en la derecha, por lo que Vox no tiene ya alternativa a traicionar a los suyos llegado el momento. Si decide no hacerlo (no pactar) dará el gobierno a Sánchez y entonces desaparecerá.
Así que menos mala leche, menos 15-M y más cabeza. El camino hacia el Gobierno existe y lo ha asfaltado Sánchez.
Que no se queje si ahora no le gusta.
Ya lo dijo Malú: “Me has enseñado tú”.
*** José F. Peláez es columnista, publicista y consultor de marketing.