Estos días hay quien dice que la opinión de algunas feministas sobre la Ley Trans es coincidente con la opinión del líder de Vox: asco y miedo. ¿Cómo puede defenderse tal posición en nombre del feminismo?
La revista francesa Marianne resumía, hace unos meses, la estrategia de Vox en España como estar a la contra de todo, una especie de garantía del no: Vox es ley y orden.
Así podríamos declinar sus posiciones. No a la diversidad, orden. No a la España plurinacional, orden. No a los nuevos modelos de familia, orden. No al nuevo papel de la mujer en la sociedad, orden. No a ampliar los márgenes de la ciudadanía en España, orden. Y para preservar ese orden, ley.
Hay quien, en un intento acomplejado de destilar la política española en una copia del original (las verdaderas derechas son las de otros países), sigue intentando mantener que las posiciones de Vox no van mucho más allá de una exitosa estrategia comunicativa que, desde luego, les ha servido para crecer notablemente en los últimos tiempos.
Tanto es así que han encontrado adeptas al otro lado del Rubicón. Probablemente, si la revista Marianne repitiera su reportaje de nuevo, tendría que sumar a unas cuantas feministas de las de siempre a la política del orden.
Las feministas lo sabemos bien: para preservar el orden tenemos que hacer leyes
Y es que el orden no es una cuestión ajena al feminismo. De hecho, podríamos decir que es casi vertebradora de algunos de los textos clásicos de este movimiento político. Las feministas han sido siempre luchadoras incansables contra el orden establecido de las cosas, analistas minuciosas de ese orden, diseñadoras compulsivas de otros órdenes alternativos e, inevitablemente, conocedoras de la necesidad de un orden determinado que garantice las condiciones de posibilidad para que las mujeres formen parte en igualdad del mismo.
Y las feministas lo sabemos bien: para preservar ese orden tenemos que hacer leyes. Y para esas leyes, el feminismo se ha convertido en la hermana interesante de las izquierdas más rupturistas (la hermana mayor, si se me permite), defendiendo sus posiciones en una zona permanentemente tensionada por el venerable dilema entre naturaleza y ley.
De ese venerable dilema ha hablado mucho Amelia Valcárcel, y con particular tino en su clásico irrepetible Sexo y filosofía. Sobre mujer y poder. Decía ya por aquel entonces Valcárcel que la familia entendida como ese orden normativo es de lo poco conservador que le queda a nuestro conservadurismo patrio. Un agregado simbólico, fuerte, jerárquico, que funciona como el verdadero fundamento de nuestra sociedad.
La defensa de la familia suele significar en estos márgenes, recuerda Amelia, la defensa del naturalismo y la posición tradicional de las mujeres. Y frente a esas posiciones, la izquierda ha hecho aguas muchas veces. Tanto que el feminismo ha sido, en sus palabras, la forma de individualismo que ha servido para recordar que el Estado no puede ser una familia, pues no puede exigir abnegación ante ese orden establecido, sino paciencia ante algunas situaciones.
Aquello que determina nuestro lugar en el mundo no es lo que tenemos de cintura para abajo
La Ley Trans aterriza inevitablemente en esa zona tensionada. Y aunque éste no es un artículo para discernir los argumentos a favor y en contra de los Derechos Humanos (esto sí que da miedo y asco), se hace necesario recordar algunos elementos al calor de ese debate sobre la utilidad de lo trans a las tareas del feminismo. Defiendo aquí que esa utilidad es enorme, pues si existe un cuestionamiento profundo a ese orden pretendidamente natural de las cosas, es la existencia de las realidades trans.
Esas realidades no significan otra cuestión que la demostración palpable de que aquello que determina nuestro lugar en el mundo no es lo que tenemos de cintura para abajo. Defiendo aquí, por tanto, que convertir los derechos trans en ley es una tarea feminista. Una tarea de las que se están desempeñando con enorme éxito y que, junto con otras medidas tan relevantes como la futura ley de libertad sexual, consolidarán una nueva generación de derechos feministas en España, que mejoran y profundizan el paradigma de políticas de Igualdad impulsado por el Gobierno de Zapatero.
Si el avance es tal, ¿qué feminismo no querría sumarse, dejando de cuestionar con ello ese relato construido a partir de una supuesta diferencia sexual biológica en la que lo masculino es mejor que lo femenino, en la que cualquier opción a medio camino entre ambas identidades es castigada socialmente? ¿No es defender la posible reinterpretación (literalmente autodeterminación) del género romper con el determinismo biológico que las derechas han utilizado para defender la institución de la familia? ¿Qué es esta lucha sino la lucha contra el patriarcado?
¿Cómo terminan las de siempre pensando y actuando de la misma manera que Santiago Abascal, asumiendo que la Ley Trans es un peligro para la institución de la familia porque atenta contra lo que las mujeres, los niños, las niñas y los hombres deben y pueden ser?
Cuesta pensar que una puede decir lo mismo que Vox, actuar de la misma forma que Vox y, aun así, no ser de extrema derecha. Pero será mejor pensar que esto no es más que otra estrategia comunicativa y que, quizás, sólo responda a que las de siempre ya no son las únicas.
*** Ángela Rodríguez es secretaria de Derechos LGTBI en Unidas Podemos.
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