La Covid siempre vuelve a dar la cara
La lucha contra lo urgente (la epidemia de Covid-19) no debe hacernos olvidar lo importante: la reforma de nuestro sistema de salud público.
Tras 16 meses de pandemia, más de 80.000 fallecidos oficiales, tres millones de contagios, tres olas intensas, una cuarta en comienzo y unos entretiempos en los que hemos contenido el virus (o en los que el virus nos ha dado un respiro), ha llegado la hora de extraer conclusiones.
Conclusiones que nos deberían servir para convivir con la Covid-19 sin llegar a situaciones que nos conduzcan a cientos de ingresos diarios, al bloqueo sanitario y la parálisis económica. Parálisis provocada por la disminución del consumo interno, por las medidas restrictivas, por la caída del consumo extranjero o por las limitaciones al turismo por terceros países ante el riesgo de un incremento de los contagios.
Es inevitable. El virus va a seguir conviviendo con nosotros durante no sabemos cuánto tiempo. Mucho, en cualquier caso. La vacunación ha sido, sin duda, una tabla de salvación por lo que respecta a hospitalizaciones y vidas humanas.
Desgraciadamente, y dado que la vacunación no evita los contagios, tampoco nos garantiza que el virus no siga circulando por nuestras calles. Incluso entre personas vacunadas, con los riesgos que ello conlleva respecto a la aparición de nuevas cepas.
No podemos esperar que la juventud tome conciencia social por sí sola
Es más. El hecho de que las vacunas no eviten la expansión de la Covid-19 nos permite deducir que vacunar a todo el mundo para, de forma egoísta, evitar que el virus siga mutando desde los países más pobres es, por el momento, una quimera. Debemos hacerlo por cuestiones puramente humanitarias. Para que allí también disminuyan los efectos del virus. Es decir, para que no se cebe en la gente con menos recursos.
Aclarado esto, es decir, que vamos a seguir con el virus hasta no sabemos cuándo y que estamos en manos de sus espículas, hay algunas lecciones que sí hemos aprendido y que deberíamos tener en cuenta con vistas al futuro. Son las siguientes.
1. La única forma de detener la expansión de la Covid es con un confinamiento que conlleve una disminución de la movilidad del 90% en el área donde surja un nuevo brote. Es decir, o confinamos muy pronto al empezar la ola, para cortar la cadena de transmisión de contagios de forma brusca. O, de hacerlo tarde, debemos asumir que el encierro domiciliario podría acabar con centenares de miembros de varias familias contagiados.
2. El hecho de estar vacunado no implica que no se enferme, dado que depende de la situación inmunológica de cada uno. Además, sabemos que los anticuerpos van disminuyendo poco a poco y, si te cruzas con el virus, este encuentro consume gran parte de ellos.
3. El ocio nocturno es incontrolable. Tras 16 meses de restricciones, sólo ha hecho falta permitirlo durante estas últimas semanas para que se produzca un incremento exponencial de los contagios en los grupos etarios que lo disfrutan. La sensación de libertad se ha convertido en el caldo de cultivo perfecto para que el virus se expanda a sus anchas, produciendo un incremento incontrolable de los contagios.
4. La juventud no toma conciencia del riesgo. El hecho de que sólo una de cada 60 personas jóvenes necesite hospitalización y apenas uno de cada 1.000 necesite una cama de UCI hace que el virus sea imposible de contener y que se necesite normativa ad hoc para controlar su expansión. No podemos esperar que la juventud tome conciencia social por sí sola de lo que está ocurriendo, de los riesgos a los que se expone y a los que somete a los demás.
5. No existen todavía tratamientos eficaces y lo único que podemos hacer los sanitarios cuando alguien enferma es aplicar medidas de soporte a la espera de que el organismo venza por sí solo al virus.
6. Una vez que el virus se revira, es incontrolable. Ahí está el ejemplo de Madrid el otoño pasado, con esas restricciones por distritos que nadie entendía mientras el virus se iba apagando, en oposición al cierre de toda la hostelería y otras medidas en Barcelona durante semanas, que no tuvieron ningún efecto en su expansión, para saber que la Covid avanza en función de la población vulnerable a la que tiene acceso. Una vez que el virus está desatado, sólo toca esperar a que se apague por sí solo tras haber llegado a todo el arco poblacional a su alcance.
Estamos ante una pandemia sin precedentes. La Covid-19 es lo suficientemente lista como para tener a sus víctimas varios días sin posibilidad de detectarlo y sin verse afectada por el cambio de estación. Con un porcentaje de apenas un 20% de contagiados con síntomas (lo que garantiza su dispersión). Y lo suficientemente letal como para llevarse casi al 1% de los infectados al otro mundo (algo que sólo evita el esfuerzo de la industria farmacéutica).
Por sus características, la Covid continuará con nosotros durante mucho tiempo. Será imposible recuperar la vida que conocimos, y deberemos asumirlo y adaptarnos hasta que el virus se extinga por sí solo.
Algunas actividades de ocio deberán encontrar nuevos formatos que no supongan un riesgo
Y acabará ocurriendo. Es cuestión de trabajo, tiempo y paciencia. Mientras tanto, deberemos surfear las olas del virus según lo pida el ritmo de contagios. Al final, ni se pueden detener eternamente los servicios sanitarios por el riesgo que conllevan el resto de enfermedades ni se pueden paralizar sin fecha las actividades económicas. Es en la combinación de economía y condiciones de seguridad donde está el camino.
Algunas actividades de ocio deberán encontrar nuevos formatos que no supongan un riesgo para los que participan y sus familiares. La Covid ha demostrado que siempre muestra la peor cara posible.
Y por eso, y aunque lo previsible es que los efectos de la pandemia se aplaquen progresivamente, también sabemos que siempre se cumplirán las peores posibilidades.
Ya tenemos nuestro arsenal en forma de vacunación. Ahora son la experiencia y nuestra capacidad de adaptación los que nos deberían ir despejando el camino. Tenemos que ser capaces de sobreponernos a este bucle continuo para, además de estar volcados todo el rato en lo urgente (la pandemia), hacerlo también en lo importante: la necesaria reforma e impulso de nuestro sistema público de salud, que es la base de nuestro Estado del bienestar.
*** Juan Abarca Cidón es presidente de HM Hospitales.