Hay que quitar la cruz del Valle de los Caídos
La Cruz del Valle es un recordatorio permanente a los desposeídos de su completa derrota en 1939, y del inmenso coste que les supuso haber soñado con un país mejor.
El pasado 20 de julio el Gobierno de España aprobó trasladar a las Cortes para su tramitación un Proyecto de Ley de Memoria Democrática. El artículo 54 contempla la resignificación democrática del Valle de los Caídos.
Han pasado casi 46 años desde la muerte física del dictador, sin que el Estado español haya sido capaz de garantizar la rendición de cuentas por las violaciones de derechos humanos cometidas durante la guerra civil y la dictadura franquista. El mayor símbolo de esa impunidad es el Mausoleo de Cuelgamuros.
Cuelgamuros es un caso único en Europa: de todos los grandes monumentos construidos como símbolos por los regímenes fascistas del siglo XX, solamente el Valle sobrevive. El coste económico de la construcción del mausoleo fue inmenso para un país asolado por tres años de guerra, en el contexto de la guerra mundial posterior y del aislamiento internacional de la posguerra. Financiado por todos los españoles, el dictador fue allí enterrado rodeado de honores, y de miles de republicanos que fueron asesinados, posteriormente sus restos fueron impunemente robados, y hoy descansan en el lugar designado por su verdugo.
Por fin parece que las instituciones consideran necesario hacer frente y dar una solución a este legado indeseable. En el origen de esta medida política está el esfuerzo reivindicativo perseverante de algunas asociaciones memorialistas y de víctimas del franquismo, que llevamos denunciando, frente a las puertas del Valle cada 20-N desde 2007, la existencia de este conjunto monumental. Un conjunto levantado a mayor gloria de quien se sublevó contra la legalidad democrática, aniquiló a sus oponentes ideológicos, y cuya dictadura de cuarenta años significó asesinatos, prisión, tortura, campos de concentración y exilio.
La de Cuelgamuros no es una cruz cristiana, es la Cruz de Espartaco
Las propias dimensiones del monumento impiden ocultar su presencia. Acciones cosméticas, como disimular las concentraciones fascistas con un camuflaje de misa católica, no resuelven el problema. Lo fundamental es la propia existencia de la cruz y de todo el conjunto monumental como principal lugar de memoria de la sublevación contra el régimen democrático, de la victoria franquista en 1939, y del fascismo nacional e internacional.
El diseño inicial del conjunto del Valle se mantiene prácticamente intacto en su concepción original, tanto en la obra ciclópea construida en la Sierra de Guadarrama como en la idea que inspiró la construcción de la gran cruz que preside el conjunto. Nunca hasta hoy se ha planteado desmantelar las estructuras del monumento, ni los frescos que glorifican el 18 de Julio. La orden sacerdotal consagrada al respeto de la memoria del dictador sigue de momento allí. Como los miles de cuerpos que llenan las criptas del valle.
La gigantesca Cruz del Valle, situada en el centro de la península, en un enclave escogido para que pueda ser vista desde muchos kilómetros de distancia, tiene poco de símbolo de perdón y salvación. Esa cruz es una espada de Damocles, una advertencia amenazadora de la muerte infame y dolorosa que aguarda a los que se rebelan contra el poder. Supone un recordatorio permanente a los desposeídos de su completa derrota en 1939, y del inmenso coste que les supuso haber soñado con un país y con un mundo mejor, haber osado cuestionar un poder político, social y económico detentado por los mismos durante siglos. En ese sentido, la de Cuelgamuros no es una cruz cristiana, es la Cruz de Espartaco.
El Valle debe ser un lugar para recordar y homenajear a las víctimas, y no a los verdugos
También se ha pretendido justificar la continuidad del monumento como atracción turística, aunque Patrimonio Nacional reconoce que el número de visitantes a Cuelgamuros se ha ido reduciendo a lo largo de los años. Además, buena parte de esas visitas al Valle están vinculadas a homenajes y actos fascistas. Hoy, cuando es palpable en todo el mundo el resurgimiento de quienes proclaman el odio y defienden el racismo, el autoritarismo y el integrismo religioso, el Valle de los Caídos se ha convertido en un lugar de peregrinación del fascismo internacional.
Defendemos que el espacio del Valle, sus instalaciones y la Basílica han de ser íntegramente reconvertidos en un centro memorial dedicado a las víctimas del franquismo y los fascismos europeos, con un tratamiento preferente a los presos políticos que construyeron el monumento como trabajadores forzados. De un lugar de exaltación fascista debe transformarse en un lugar de memoria como Auschwitz, la ESMA de Buenos Aires, o el Museo del Holocausto de Jerusalén. Un lugar para recordar y homenajear a las víctimas, y no a los verdugos.
Es necesario hacer pedagogía pública de los crímenes franquistas y actuar de forma contundente y clara en el Valle de los Caídos. Políticas de componendas y de gestos puntuales, por muy simbólicos que puedan ser, resultarán políticamente rentables a corto plazo pero perpetuarán la injusticia y sólo retrasarán la ineludible solución del problema.
Las futuras generaciones merecen que todas las instituciones se desliguen del pasado fascista representado por el monumento del Valle. Un verdadero Estado democrático y de derecho, comprometido con los derechos humanos, exige el desmantelamiento del sistema de impunidad del franquismo y de sus símbolos, pero la permanencia de la gran cruz imposibilita la resignificación democrática del conjunto monumental de Cuelgamuros.
*** Arturo Peinado Cano es presidente de la Federación Estatal de Foros por la Memoria.