¿Y qué tiene de malo ver cine en casa?
La proliferación de plataformas como Netflix, Amazon y HBO no debería implicar la muerte de las salas de cine si sabemos avanzar hacia un modelo mixto.
Pocas cosas me gustan más que una sesión de cine en sala. Pero ¿cómo? ¿Esto no era una tribuna para defender la tesis contraria? Sí, hombre, sí. Sólo era un pequeño matiz introductorio.
Decía que pocas cosas me gustan más que una sesión de cine en sala. Sin embargo, en los últimos años he vivido con gran placer el boom de las plataformas audiovisuales. Hoy constituyen una alternativa sólida para disfrutar de los largometrajes en el hogar que compite de tú a tú con la posibilidad de verlas en los recintos para los que, en principio, fueron pensadas.
¿Qué clase de persona es este firmante? ¿Quiere, acaso, quedar bien con todo el mundo en estos tiempos polarizados? ¿Va a defender una cosa y su contraria? Tranquilidad. Es sólo una cuestión de equilibrio. El cine casero presenta hoy unas ventajas que hasta el cinéfilo más conspicuo debe ponderar.
El salón lleva varias décadas siendo el complemento perfecto para saciar el hambre de aquellos que necesitan ver películas como el respirar. Qué románticos suenan los relatos de cineclubs, cine-estudios y demás que cuentan nuestros mayores.
Pero el consumo al por mayor, sin entender de los tamaños de pueblos y ciudades, lo han dado los hogares. Hay vocaciones que surgieron al calor de los ciclos de TVE. Pero el verdadero salto de gigante lo da el videoclub, todo un fenómeno sociológico en la España de los 80. Rabiosamente moderna y desacomplejadamente democrática, pero con un entretenimiento audiovisual casero bajo monopolio de las dos cadenas de la televisión pública del Estado.
¿Qué son los menús de las plataformas sino una versión actualizada de las estanterías de los videoclubs, con las cajas guardadas de frente para que los carteles deslumbren al espectador potencial?
Aquel formato trajo consigo una edad de oro del coleccionismo cinematográfico tan efímera como rutilante
El salto fue enorme, pero seguía siendo un remedo de la experiencia cinematográfica de la sala. Formatos recortados, imposibilidad de elegir idioma, etcétera. Aquellos televisores minúsculos. El VHS te permitía grabar los Cine-Club de La 2 (¡formatos panorámicos respetados! ¡Versiones originales con subtítulos!).
Llegó Canal+, con todo lo que eso supuso (la revista que enviaban a los abonados creó aficiones, doy fe; pero esa es otra tribuna).
Los aparatos fueron haciéndose de mayor tamaño. El más avezado conectaba el VHS al Hi-Fi. ¡Así nació el Home Cinema! Fue un aperitivo de lo que habría de venir: televisores en 16/9 y… el DVD. Sonido 5.1 que hacía que los disparos de James Bond sonasen detrás del sofá, al lado del cuadro firmado por ese miembro de la familia con inclinaciones pictóricas.
Aquel formato trajo consigo una edad de oro del coleccionismo cinematográfico tan efímera como rutilante. Los que llenamos estanterías con discos adquiridos a precios irrisorios en las ofertas del Vips o en tantas y tantas colecciones de periódicos hoy nos preguntamos: ¿Lo habríamos hecho de haber sabido que estaban por venir las plataformas bajo demanda?
Archivos enteros a nuestra disposición (pero no en nuestra propiedad) para ser reproducidos sobre unos televisores que rivalizan con las dimensiones de muchas minisalas del país (cómo molesta pagar por ver una película en el cine en una pantalla no lo suficiente rectangular para acoger material rodado en 2.35:1 y que se ofrezca con bandas como si fuera la tele).
Quién asocie ver cine en plataformas con hacerlo en el móvil o en el ordenador anda ya muy desactualizado. Hay sistemas facilísimos, incluso entre los terminales no inteligentes de nacimiento, para enviar el contenido a la tele.
El día de Navidad de 2019 perdí la cuenta del número de patadas que recibí del niño de alrededor de siete años que se sentaba detrás de mí durante la proyección de El ascenso de Skywalker (J.J. Abrams, 2019).
En los últimos tiempos antes de la pandemia, salas como las del complejo de Manoteras presentaban un trasiego digno de la estación de metro de Cuatro Caminos. ¡Qué ir y venir y de personas en mitad de una proyección!
En los Princesa era sabido que los primeros diez minutos de película habían de intuirse entre las cabezas movientes de aquellos que llegaban con el pase empezado.
Frente a eso, la posibilidad de programarse sesiones a conveniencia y adaptadas a nuestras necesidades del momento. Los palomiteros deberían darle una oportunidad al utensilio que ha desarrollado cierta empresa de cocina para el microondas. Hace maravillas.
Es muy bonito vivir en una gran ciudad y sacarse el abono de la Filmoteca. Pero las plataformas se ajustan mejor a la sociedad actual y a su estilo de vida
Movistar+ sigue siendo absurdamente caro. Pero si se sabe esquivar bien a sus humoristas, se accede al cine de estreno muy pocos meses después de su paso por las salas. Y a TCM.
Netflix tiene un fondo mediocre, pero ha tomado el testigo de United Artists, Orion o Miramax (¡glups!) produciendo las películas de alto presupuesto más arriesgadas artísticamente.
Amazon tiene auténticas joyas escondidas en el catálogo (no estaría de más que perdieran esa alergia al dual y los subtítulos).
Filmin es una maravilla: un cruce entre los ya citados Cine Club de TVE y el cubo de oportunidades del Vips.
HBO cojea en fondo de armario cinematográfico.
FlixOlé es la mejor herramienta contra tanto complejo tonto ante el cine español.
Las posibilidades son infinitas. El que sale ganando es el cinéfilo. Es muy bonito vivir en una gran ciudad y sacarse el abono de la Filmoteca. Pero las plataformas se ajustan mejor a la sociedad actual y a su estilo de vida.
¿Dejaremos de ir al cine? Sinceramente, lo dudo. Pero la industria tendrá que caminar hacia un modelo mixto que permita elegir ver también los estrenos en casa. Son muchas las películas que no van a perder un ápice de intensidad por verlas en el 4K de un número obsceno de pulgadas.
Eso no quita para que todos los años aparezcan un puñado de filmes que merezcan el pantallón, las cabezas inquietas y hasta las patadas del niño de detrás, si son precisas.
*** José Ignacio Wert Moreno es periodista.