Tribunal de Justicia de la UE, en Luxemburgo.

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LA TRIBUNA

La religión falsa

El debate político de los próximos años ya no será entre izquierda y derecha, sino entre misticismo social y defensa de los derechos y libertades individuales.

14 agosto, 2021 01:43

La patria no existe, el Derecho no existe, la religión no existe, ni siquiera la filosofía ni la lengua. Todas estas cosas, y muchas más que a menudo reclaman nuestra atención, son producto de la mente humana, que ha ido construyendo a lo largo de los siglos para que nuestra vida fuera mejor. Ninguna de ellas constituye un fin, son meros instrumentos.

Por eso, hacer una meta de lo que simplemente es una herramienta supone un error o una manera torticera de obtener un beneficio personal, ya sea individual o colectivo. A veces, ese beneficio no consiste en otra cosa que en imponer a otros tu ideología, como veremos a continuación.

Reflexionar sobre ello ha sido consecuencia de la lectura de la interesante columna que publicó aquí hace unos días Cristian Campos. Su eje argumental se refiere a la desaparición de los límites entre nuestras tres esferas existenciales: la social, la religiosa y la privada. Para ello, parte del título de un libro publicado por Carol Hanisch en torno a 1970: Lo personal es político.

Según Campos, lo político, cuyo contorno originario se circunscribía al entramado de las relaciones y fenómenos político-sociales, se ha terminado convirtiendo en algo próximo a la religión, que amenaza con inmiscuirse en (y dirigir) los aspectos más privados de la vida humana.

De hecho, ambos estamos de acuerdo en que ya lo hace.

Hanisch utilizó el sintagma “lo personal es lo político” por primera vez en 1969, el mismo año que Mario Puzo publicó El Padrino. Quizá sea casualidad. Pero resulta que, en esta novela, su autor le hace decir a uno de sus personajes principales, Michael Corleone, algo que se ha convertido en una de las frases más icónicas de nuestra literatura cinematográfica: “No es nada personal, son sólo negocios” (o política, se podría decir también).

El dios de la nueva ortodoxia es el socorrido “interés común”. Como en cualquier otra religión, sus sacerdotes son los intérpretes de ese “interés común”

¿Para qué seguir los mandatos de una religión que ni siquiera ofrece la vida eterna? Porque decir “lo personal es lo político” es tanto como sostener que “lo personal es lo religioso”. Si lo político es capaz de invadir la esfera más privada del individuo es porque se ha convertido en una religión, en una religión laica. Una religión sin un dios manifiesto, pero con una legión de sacerdotes.

El dios de la nueva ortodoxia es el socorrido “interés común”. Como en cualquier otra religión, sus sacerdotes son los intérpretes de ese “interés común” (vox populi, vox Dei). En la nueva ortodoxia, aquellos no visten con sotana ni con túnicas sagradas, pero se manifiestan a través de los medios de información y, sobre todo, de los organismos públicos nacionales e internacionales.

Los nuevos sacerdotes, como siempre, dicen lo que está bien, lo que está mal, es justo o injusto, correcto e incorrecto. En suma, son quienes imponen la moral dominante. Alguien escribió que “no hay nada mejor que la moral para tener agarrada a la humanidad por el pescuezo”. Así pues, como la moral no es un fenómeno sólo social, sino que se entromete hasta en los pensamientos más íntimos del individuo (el superyó, que señaló Freud), no resulta extraño que para conseguir que lo político invada lo personal lo mejor sea erigir una nueva moral.

Las morales se pueden construir de diversos modos. Durante los tiempos crédulos (quizá estemos en uno de ellos, laicidad y credulidad no son incompatibles) la religión fue la manera más eficaz y rápida de levantar y mantener una moral. Sin embargo, tras las experiencias revolucionarias de 1789 y 1917, el Derecho se convirtió en una herramienta más rápida y eficaz que la religión.

A los juristas nos enseñan en las universidades que lo normal es que el Estado promulgue leyes que sean el reflejo de la moral pública dominante. Sin embargo, la realidad demuestra que esto no es completamente cierto. En ocasiones, como ahora, el Estado trata de imponer una determinada moral a través de las leyes.

Por consiguiente, el Derecho no es la consecuencia de la moral mayoritaria de los ciudadanos libres (esta sería la postura lógica de un legislador honrado), sino al contrario. Por medio del Derecho trata el gobernante de imponer una determinada ortodoxia a los ciudadanos: su moral ideológica, que no tiene por qué ser la mayoritaria todavía, pero que pretende que lo sea, por medio de la aplicación de la ley.

A diferencia de la religión, que tiene un ámbito de eficacia limitado (las almas de sus creyentes), el Derecho es más poderoso, pues afecta a todos los ciudadanos y no sólo a sus almas (psique), sino también a sus cuerpos.

Este es el mecanismo que utilizan los nuevos sacerdotes estatales para imponer su ortodoxia: aplicar y aplicar la ley hasta que su contendido sea interiorizado, para transformar las almas

Unamuno describe en una de sus obras el supuesto diálogo entre Jesucristo y uno de los legionarios que se encontraban al pie de la cruz. El legionario le pide al hijo de Dios tener fe, pues todavía no la tiene. A lo que Cristo replica que lo único que debe hacer es comportarse como si la tuviera, de manera que si persiste en su actitud la terminará teniendo.

Pues exactamente este es el mecanismo que utilizan los nuevos sacerdotes estatales para imponer su ortodoxia al resto de los mortales: aplicar y aplicar la ley hasta que su contendido sea interiorizado, actuando sobre los cuerpos, para transformar las almas. De ahí que la ley sea el mejor instrumento de ingeniería social. De hecho, es el utensilio que sirve de base a los otros. La policía, el ejército, los jueces, las subvenciones, los catecismos sociales y cualquier otro medio de promoción o coerción que conmine a los ciudadanos a pensar, expresarse o comportarse de una determinada manera.

A menos que sobrevenga una verdadera hecatombe económica, lo cual no resulta del todo improbable, el debate político ya no tendrá (ni tiene) que ver con cuestiones relacionadas con el dinero, sino con la moral y con los derechos individuales. Como todas, la falsa religión que actualmente se está imponiendo trata de ser general y omnicomprensiva. Por eso no distingue entre esferas y no respeta siquiera la más íntima y personal.

Así funciona el nuevo misticismo disfrazado, como siempre, de altruismo y de abrigo de unos supuestos intereses superiores. El debate político, pues, ya no será entre izquierda y derecha, sino entre misticismo social y defensa de los derechos y libertades individuales, empezando por la primera de todas: la de expresión.

Los movimientos políticos y sociales de los próximos años pivotarán sobre esta dicotomía.

*** Juanma Badenas es catedrático de Derecho civil de la UJI y miembro de la Real Academia de Ciencias de Ultramar de Bélgica, y su último libro es 'Contra la corrección política'.

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