Consecuencias de la debacle afgana en el terrorismo del Sahel
El retorno al poder de los talibanes en Afganistán enardecerá a los grupos terroristas del Sahel Occidental, frente a los cuales España es primera línea de batalla.
El caos generado en Afganistán por la claudicación de la coalición internacional (coalición liderada por los Estados Unidos y que ha tratado desde 2001 de alcanzar objetivos que el tiempo ha demostrado irrealizables) puede tener consecuencias en otros escenarios del mundo donde intentos parecidos están ahora en marcha.
Uno de los escenarios más preocupantes, en particular para la seguridad de España y de Europa, es el Sahel Occidental, subregión africana que comprende cinco Estados: Mauritania, Malí, Níger, Burkina Faso y Chad.
Aunque Washington no lidera en el Sahel Occidental el esfuerzo internacional para contener (que no derrotar) al islamismo radical, hay similitudes con el escenario afgano. Porque en el Sahel es Francia, otro país occidental, el que lleva la iniciativa y el que empieza ya a mostrar signos de agotamiento.
No han pasado aún dos décadas desde que se acometió en el Sahel, como se hizo en otoño de 2001 en Afganistán, el objetivo de derrotar a los yihadistas y de transformar el escenario inoculando seguridad y desarrollo para evitar el resurgimiento de santuarios terroristas.
A punto casi de cumplirse la primera década de vida del problema (la inseguridad en Malí empezó a principios de 2012 como consecuencia del desmoronamiento de Libia) y del comienzo de los esfuerzos africanos y occidentales para contrarrestarla, el liderazgo francés da ya muestras de cansancio.
Francia y los Estados Unidos han jugado el papel de líder (en términos militares) en los escenarios saheliano y afgano respectivamente
Francia ha liderado en el Sahel Occidental la utilización de herramientas militares (con las operaciones Serval y Barkhane) y la conformación de esfuerzos multilaterales como el de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) o los de la Unión Europea y otras organizaciones.
Igual que en Afganistán ha sido Washington el que ha liderado el esfuerzo diplomático y militar (Operación Libertad Duradera, ISAF), y la ONU el de reconstrucción, París ha hecho lo propio en el Sahel Occidental.
Francia y los Estados Unidos, en fin, han jugado el papel de líder (en términos militares) en los escenarios saheliano y afgano respectivamente. Con ello han demostrado que su contribución es clave para la resolución del problema y que cualquier duda sobre la continuidad de sus misiones pondría en peligro un esfuerzo definido como multinacional, pero posibilitado principalmente por ambas potencias.
El desenganche estadounidense de la región MENA (Middle East & North Africa: Oriente Medio y Norte de África) se ha ejemplificado en Irak y en Libia, y ha tenido su manifestación más dramática con las negociaciones mantenidas en Doha por la administración Trump con los talibanes (negociaciones a las que dio continuidad Joe Biden).
Ello ha implicado un espaldarazo para el enemigo yihadista, representado en Afganistán por los talibanes, aunque sin olvidar la peligrosa implantación del Estado Islámico.
El triunfo yihadista en Afganistán es un estímulo para varios grupos extremistas, con independencia de su supuesta fidelidad a Al Qaeda o al Estado Islámico
El escenario en el Sahel Occidental, que no es sólo estatal sino también subregional, se ha mostrado cada vez más intratable. Tanto, que ha puesto en un brete a una operación Serval que se empezó centrando en 2013 en el escenario maliense para, en 2014, pasar a ocuparse de una grave amenaza transfronteriza. Las dificultades de Francia para liderar ese esfuerzo son cada vez más evidentes.
El triunfo yihadista en Afganistán es un estímulo para varios grupos extremistas, con independencia de su supuesta fidelidad a Al Qaeda o al Estado Islámico.
En dicha percepción de victoria (un peligroso estímulo combatiente) el enemigo no va a detenerse a considerar cuál de las dos marcas ha sido la protagonista.
Lo que queda como mensaje, y lo que debería invitar a una reflexión estratégica, es el hecho de que un esfuerzo de veinte largos años en el que se han consumido muchas vidas, muchos fondos y muchas ilusiones diplomáticas, haya sucumbido ante el empuje de unos yihadistas más motivados que nunca.
Y esa motivación es clave en un Sahel Occidental donde el Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes (JNIM) y el Estado Islámico en el Gran Sáhara (EIGS), junto a sus grupos afines (como Boko Haram y sus escisiones), se ven más fuertes y capaces estimulados por el ejemplo, lejano en lo geográfico pero inmediato en lo anímico, de sus hermanos afganos.
*** Carlos Echeverría Jesús es profesor de Relaciones Internacionales de la UNED y miembro del Consejo Científico del Instituto de Seguridad y Cultura.