Sí, Estados Unidos vive el declive de su imperio
El peso de Estados Unidos en el mundo sigue devaluándose y la estructura geopolítica es cada vez más parecida a la de los años que precedieron a la Primera Guerra Mundial.
El presidente Joe Biden llegó con prisa a la Casa Blanca. Jaleado por su partido, empleó sus seis primeros meses en desmantelar todo cuanto oliese a Donald Trump y en proponer un distópico Estado de bienestar que sólo convencía a sus seguidores radicales.
El presidente cuenta con una escasísima mayoría en el Congreso. Como sus aliados demócratas tienen que aprovecharla a toda máquina porque su derrota en las elecciones legislativas de 2022 no es un espejismo, Biden y sus raquíticos apoyos gobiernan a golpe de decreto, de maniobras legislativas y de alharacas propagandísticas.
Con las prisas, el presidente acabó por perderse en Afganistán. Tras veinte años de ocupación, 2.500 bajas en combate y más de un billón de dólares derrochados, buena parte de los americanos (republicanos, demócratas e independientes) quería liquidar cuanto antes la guerra más larga de su historia. En julio pasado, un 55% aprobaba la retirada. Qué mejor golpe electoralista que acabarla en el vigésimo aniversario del 11-S.
El presidente creía jugar sobre seguro, pero la apuesta le ha salido mal. "Biden podía y debía haber protegido con mayor cuidado a quienes lo arriesgaron todo en busca de un futuro diferente, por más ilusorios que hayan sido esos sueños", refunfuñaba en un editorial el siempre genuflexo The New York Times (15 agosto).
Qué menos, cuando el presidente había mantenido un mes antes (8 julio) que la toma de poder por los talibanes "no era inevitable". Que no existían paralelismos con Vietnam ("ninguno, cero"). Que "la eventualidad de que los talibanes se hagan con el poder es altamente improbable".
La sombra de Afganistán reducirá por largos años el ya devaluado peso internacional del país indispensable
De la bravata al desconcierto. En un par de semanas, 75.000 talibanes barrieron a un ejército de 300.000 soldados apoyados por fuerza aérea, asesores estratégicos y medios logísticos estadounidenses. La fotografía del palacio presidencial recién ocupado por la milicia talibán sin disparar ni un tiro vale por varios millones de tuits. No menos que los millardos de dólares en material y tecnología militar que la calamitosa huida de Biden les ha regalado.
En 18 agosto, el Pentágono reconoció que carecía de recursos militares y políticos para garantizar la evacuación de todos sus ciudadanos atrapados en el país. Ese mismo día el presidente apuntó que las tropas americanas podrían extender su estancia más allá del límite anteriormente indeclinable de 31 agosto.
Lógicamente el discurso presidencial de capitulación fue un intento de descargar el caos de su operativo sobre todo lo que tuviera a tiro (sus propios servicios de inteligencia incluidos), con una balandronada por coda: la cuenta la pago yo. Un modelo de coraje que hubiera dicho el presidente Kennedy.
¿Derrota como en Vietnam 1965? ¿Humillación como en Irán 1979? ¿Jindama como en Libia 2012 o Siria 2013? La sombra de Afganistán 2021 reducirá por largos años el ya devaluado peso internacional del país indispensable.
En Afganistán los daños han sido inmediatos. ¿Cómo impedirá Estados Unidos que la renacida teocracia se convierta en otra rampa de lanzamiento para el terrorismo islámico? ¿Cómo explicará a los afganos, especialmente a las mujeres, que los ha abandonado sin más a la brutalidad talibán y a la sharia?
En Estados Unidos, la espantada ahondará la polarización política. Nada nuevo. Pero no es probable que el 55% de americanos que aprobaba la retirada de las tropas esté contento con que las hayan echado a patadas. Como en Saigón. A medio y largo plazo, el quebranto de los intereses internacionales y de la hegemonía USA continuará. Llevan años dando tumbos.
La debacle ha hecho temblar la tierra bajo los pies de todas las cancillerías amigas y, peor aún, ha animado a sus competidores estratégicos. Entre las primeras, resalta la vivificante salida del Alto Representante de la Unión Europea, Josep Borrell ("hablaremos con las autoridades afganas tal como son"). Otro perfil corajudo. Por la OTAN, Jens Stoltenberg se escudaba en el silencio. Japón y Corea del Sur también.
La estructura geopolítica es cada vez más parecida a la de los años que precedieron a la Primera Guerra Mundial
Seguramente, desde su palacio de Cabo Idokopas, Putin estará evocando a Stalin en Yalta (¿cuántas divisiones tiene Merkel?). Y por las mismas razones, aunque en la orilla de enfrente, lo harán en los países bálticos, en Ucrania y en Georgia. Irán y Pakistán tienen buenos motivos para estar satisfechos. Teherán puede imponer un mejor acuerdo nuclear. Islamabad ha extendido su protección a los talibanes durante años. No es raro que India se mantenga en un silencio inquietante.
¿Y China?
"¿Es esto un presagio del futuro de Taiwán?" se preguntaba el Global Times, el diario para cuestiones internacionales del Partido. Y su Ministerio de Exteriores añadía que Estados Unidos debería abstenerse de intervenir en los asuntos internos de otros países.
Como es sabido, para Pekín, Taiwán es parte de la casa. Tsai Ing-wen, la presidenta de la República de China (nombre oficial de Taiwán), respondía que su país no se pondrá de perfil "ni confiará su protección a terceros", por si Washington prefiere llamarse andana.
Llevamos tanto tiempo discutiendo sandeces como la trampa de Tucídides o cosas de mayor enjundia como si Occidente (sea eso lo que fuere) está empeñado en destrozar los valores de la Ilustración que acabamos por olvidar que la tierra se mueve.
La teoría de los juegos nos ha avisado de que a las combinatorias con muchos actores, intereses opuestos e información imperfecta no hay inteligencia artificial que las componga. Y esa es justamente la estructura de la geopolítica actual, cada vez más parecida a la de los inquietantes años que precedieron a la Primera Guerra Mundial.
El capricho electoralista de Biden nos puede salir muy caro a todos.
*** Julio Aramberri es escritor y exprofesor de Sociología en universidades de Estados Unidas y China.