Ocho segundos de ruido y furia y cuatro años de cobardía podrían estar tocando a su fin con la detención de Carles Puigdemont en Cerdeña. Y el caso es que nadie se fiaba. Ni se fía. El explosivo cóctel de incredulidad y alarma que siguió a la noticia recordaba a las primeras horas del 23-F, cuando aquel señor con tricornio y con bigote hizo algo que técnicamente no podía ser ni salir bien (¡asaltar el Congreso!).
Pero en realidad hacía tan poco que se había muerto Franco, estaba la democracia tan prendida con alfileres, que a mucha gente lo fatal le pareció bastante más verosímil que lo normal. Si algo peor nos podía pasar, seguro que nos pasaba.
Da la triste medida de a qué punto de incertidumbre democrática estamos retrocediendo que el caso Puigdemont sea objeto de apasionadas quinielas. Que nadie se atreva a dar por hecho que ya está. ¿Se acuerdan de cuando trincaron a Luis Roldán en el aeropuerto de Bangkok? ¿Alguien dudaba entonces de cuál era el destino inminente del prófugo? Pues, ahora y aquí, nadie pone la mano en el fuego por que las leyes que valen para cualquiera que atraque un banco o robe una gallina se apliquen a quienes malversan caudales de gobiernos enteros. No digamos para el Nerón catalán que huyó en el maletero de un coche traicionando a Cataluña entera, hasta a la suya…
¿Valdrá o no valdrá la euroorden? ¿Habrá entrega? Si es que sí, ¿cuándo y en qué condiciones? ¿Puede alguien haber engañado a alguien? ¿Y si fuese Gonzalo Boye el Paesa de Puigdemont? Italia es uno de los países donde el CNI está más activo. ¿Sabía algo Pedro Sánchez? ¿Sabía algo Pere Aragonès? ¿Y Laura Borràs? ¿Es Puigdemont un peón al fin sacrificado, o todavía tiene pretensiones de enrocamiento y jaque? ¿Se habrá dado cuenta de que, tras perder en rápida sucesión el tren del 14-F y el de los indultos, y con el delito de sedición intacto, más le vale dejarse coger antes de que llegue un presidente o presidenta del Gobierno que nada tenga que temer de hacer cumplir simplemente la ley, incluso en Cataluña?
Gato escaldado del agua fría huye, y no hay ahora mismo una sola persona que haya sufrido en sus carnes el castigo del procés que no tenga miedo de volver a sangrar por la herida. Esos a los que nos llaman constitucionalistas y hasta unionistas, colonos o ñordos, y que yo prefiero definir (definirnos) como catalanes inseparables, catalanes contentos de serlo y orgullosos de ser lo que somos y de estar donde estamos. Catalanes y españoles que convivimos y dejamos convivir.
Nos gustaría sacar el cava para brindar. No porque haya más o menos políticos presos, que esto no va de venganza, sino de que la Justicia sea justa y sobre todo sea previsible e igual para todos. Esto va de que acabe de una vez esta pesadilla civil. Pero lo creeremos cuando lo veamos. De momento, con Puigdemont detenido, retenido o flotando en el limbo de la legalidad cuántica, la noche del procés se nos está haciendo mucho más larga y mucho más oscura que la del 23-F.
Saldrá el sol, seguro. Al final tiene que salir. Pero cargándolo a hombros entre muy pocos y con infinito esfuerzo. Y con muchos que podrían hacer tanto, tantísimo, puestos de perfil y mirando para otro lado.
*** Anna Grau es periodista y diputada de Ciudadanos en el Parlamento de Cataluña.