El Sacro Imperio Romano Hispánico existió
Si no fuera por España, que llevó siembre la cruz a cuestas en todas sus aventuras, el catolicismo no sería hoy más que una fe regional italiana.
Hoy que tanto se critica (por voces ingenuas, interesadas o incluso malévolas, cuando no simplemente ignorantes) el legado de la presencia española en América, conviene recordar que el Imperio español no fue menos romano que otros que paradójicamente gozan de mejor fama.
Los españoles hemos asumido con complacencia e indisimulado orgullo que nuestro césar Carlos fue emperador como Carlos V de Alemania (aunque Alemania no existiera todavía) del Sacro Imperio Romano Germánico, cuando no fue menos césar por ser emperador de las Américas como Carlos I de España. Una España que, para pasmo de algunos, ya existía desde hacía tiempo. Una suerte de césar plus ultra.
Desde Carlomagno hasta Napoleón, todos los dirigentes centroeuropeos estuvieron obsesionados con ser herederos del Imperio de Romano “una vez desaparecido este”. Sorprende, además, el triunfo del añadido germánico, cuando los originarios pobladores de esas tierras fueron más bien los bárbaros, enemigos de Roma y que no hablaban lengua latina.
En la práctica, sólo Carlomagno (rey de los francos) y Carlos (rey de los españoles) estuvieron a la altura de reinstaurar lo que significó el último Imperio romano. No sólo por su idea de Europa, sino por ser protectores de la religión de Roma.
Pero con una diferencia relevante. Carlomagno carecía de una de las más importantes provincias romanas, Hispania (aunque intentó su reconquista), mientras que Carlos V sí disponía de ella, aunque hubiera podido ocurrir mucho antes si el papa Gregorio X no se hubiera opuesto al intento de Alfonso X, en tanto hijo de Beatriz de Suabia, de ser coronado emperador (el “fecho del Imperio”).
"De una Europa unida pasamos a la instauración de una división permanente que dio como fruto constantes guerras civiles europeas"
Carlos V (y I) recuperaría además la idea de una Europa unida (en los mapas de la Europa Regina de la época figuraba España como cabeza coronada), defendiendo incluso la idea de una Universitas Christiana, con la idea de que Europa podría sobreponerse a la división de la cristiandad en dos o más partes (católica, luterana, anglicana, ortodoxa) si enfocaba su lucha contra el Turco.
No pudo ser debido a la oposición de Francia, la ambigüedad del papado y las permanentes luchas políticas germanas con coartada religiosa. Y de una Europa unida pasamos a la instauración de una división permanente que dio como fruto constantes guerras civiles europeas.
En este sentido, resulta curioso que se haya considerado a Lutero como el profeta de la civilización europea/occidental, pues la reforma protestante tuvo en realidad un significado menos religioso (las discusiones doctrinales eran corrientes en la época) que político. Lutero fue instrumentalizado por los príncipes alemanes para separarse políticamente de la Iglesia de Roma, fundando otras iglesias regionales que ellos pudieran controlar y que sirvieran de fundamento a la creación de nuevas naciones. A partir de ese momento, si no antes, que el Imperio sacro y romano continuara llamándose sacro y germánico resulta cuando menos un exabrupto ahistórico, aunque acabara pasando a manos austríacas.
Lo relevante de nuevo es cómo los ingenuos españoles perdieron la batalla de la propaganda sin apenas enterarse de lo que estaba en juego, una actitud que sigue vigente hoy. El Sacro Imperio Romano Germánico continuó gozando de gran prestigio, sin España, hasta 1806, cuando Federico II, al ser derrotado por Napoleón, decretó su supresión con objeto de que el corso no se apropiara de la legitimidad que entrañaba, quedándose este finalmente reducido a emperador de los franceses y fundador de una nueva dinastía monárquica.
"Si ha habido un Imperio Sacro, este ha sido el español, a veces a costa de sí mismo. Y no sólo con los reyes católicos"
Curiosamente, casi por las mismas fechas finalizaba el Imperio español, que nunca se llamó ni romano ni sacro, a pesar de merecerlo tanto o más. El apelativo sacro fue utilizado por primera vez por Federico de Barbarroja al considerar este su reinado como voluntad divina en su lucha contra el papado.
Pero si ha habido un Imperio Sacro, este ha sido el español, a veces a costa de sí mismo. Y no sólo con los reyes católicos. Son conocidas las palabras del conde-duque de Olivares en El Nicandro, dirigidas a Felipe IV: “Richelieu, en efecto, triunfó, pero fue aliándose con los herejes. Si España hubiera prescindido de proteger a la religión por encima de todo, se hubieran ahorrado millones y quizás malos sucesos (…) que más importa a V.M. agradar a Dios que la pérdida ni conquista de reinos”.
Mientras Francia inauguraba el galicanismo (poner los intereses de Francia por encima de los de Roma), España quedaba como la única potencia que defendía los intereses de Roma a costa de los propios, aunque el papado tendiera a apoyar más a Francia que a España.
Pareciera que, desde la caída del Imperio romano, Roma paga mejor a sus traidores que a sus servidores más fieles y desinteresados. De 264 papas, sólo tres (si no contamos al papa Luna) han sido españoles: Dámaso I (366-384), el único canonizado, Calixto III o Alfonso de Borja (1455-1488); y Alejandro VI o Rodrigo de Borja (1492-1503). Y eso que, si no fuera por España, que llevó siembre la cruz a cuestas en todas sus aventuras, el catolicismo probablemente no sería hoy mucho más que una Iglesia regional italiana.
Además, aquí no perdemos el tiempo exigiendo perdón ni idolatrando las culturas, lenguas y religiones prerromanas, ni nuestro pasado ibero o celta, a pesar de que tendríamos sobradas razones para hacerlo (memento Numancia). Por el contrario, cuando España llevó a cabo la gesta probablemente más importante de la humanidad (permitiendo que el mundo se conociera a sí mismo al conectar los dos hemisferios) trasladó al Nuevo Mundo la tradición civilizatoria que había recibido, sólo que mejorada (plus ultra).
"España hizo lo que hubiera hecho Roma de haber dispuesto de la tecnología, los conocimientos y el coraje necesarios para cruzar el océano"
España difundió el derecho romano y la filosofía griega, pero fortalecidos con las aportaciones de la Escuela de Salamanca. Extendió la religión romana, pero reforzada por la doctrina social de la Iglesia (creada por teólogos españoles). Transmitió los avances tecnológicos, las técnicas de navegación y las matemáticas, pero mejoradas con las aportaciones de los árabes. Llevó el latín, sólo que modernizado en la forma de la lengua española que subiste hasta hoy.
Es decir, España hizo lo que hubiera hecho Roma de haber dispuesto de la tecnología, los conocimientos y el coraje necesarios para cruzar el océano. Las aportaciones del Imperio español fueron más allá de construir caminos (incluso en los Estados Unidos) u obras hidráulicas (de gran importancia). Importó el concepto de universidad (creó 25), de hospitales abiertos a todos (cientos) o del mesticismo. En términos de ciudadanía, el Imperio español otorgó desde el principio a los indígenas el mismo título de vasallos del rey que ostentaban los españoles.
Ha llegado el momento de que políticos e historiadores hispanos, de uno y otro lado del charco, se sacudan los inveterados complejos que los atenazan y pasen a reivindicar el verdadero Sacro Imperio Romano Hispánico, que duró algo más de 300 años y que convirtió la América virreinal en el lugar más próspero y pacífico del mundo (acabada la conquista, no hubo guerras internas). Un modelo de éxito olvidado.
En realidad, la decadencia llegaría con la independencia, cuando se despreció el legado recibido y las nuevas elites criollas se echaron en manos de su tradicional enemigo: el mundo anglosajón.
¿12 de Octubre? ¡Mucho que celebrar! ¿Independencia? ¡Mucho que repensar!
*** Alberto Gil Ibáñez es escritor y ensayista. Su último libro es La guerra cultural. Enemigos internos de España y Occidente.