Cuando el comunismo se mezcla con la comida, los estómagos tiemblan y gruñen. Hay una memoria histórica de cartillas de racionamiento, de infinitas colas ante ultramarinos vacíos y, cómo no, de las grandes hambrunas de Stalin y Mao.
Por mucho que se empeñen los nostálgicos marxistas, el comunismo nunca aparece en el imaginario universal relacionado con el buen comer, ni con el comer siquiera. Y el fantasma rojo todavía pulula, ahora con renovado brío.
Así, aquella fotografía del ministro Alberto Garzón cocinando en su casa con camiseta de la RDA ya debió ponernos en guardia.
En efecto, el político comunista ha patrocinado un librito de recetas con motivaciones, digamos, alimenticias. Lleva como título Comida rápida, barata y saludable y ofrece, según anuncia, “una oportunidad para concienciar a la población en aspectos relacionados con la sostenibilidad”.
Desglosemos el panfleto. Primeramente, lanza un aviso, o amenaza, que abre al lector los sentidos: diversos datos de la OMS advierten lo mal que comemos y, por tanto, lo profundamente irresponsables que somos con nosotros mismos y con el planeta. Si bien en casi todas las recetas se propone la utilización de alimentos procesados, ya sean legumbres, pistos o tomate.
"Las recetas del hambre posmoderna presentan ingredientes repetitivos y un léxico deprimente"
Todo, al parecer, con el fin de economizar el asunto.
Esta es una guía de espíritu escuálido, de una severa cutrez. Sus autoras (Marian García, Maria José San Román y Arantxa Castaño) nos regalan para cada pitanza una maravilla pecuniaria: por un euro más, podemos convertirla en “premium”. Por ejemplo, la “tosta de aguacate con requesón” alcanzará un estatus superior si tiramos la casa por la ventana y le añadimos bolitas de granada y pistachos machacados.
Las recetas del hambre posmoderna presentan ingredientes repetitivos y un léxico deprimente. El yogur, el sempiterno aguacate y el queso feta (¿producto de proximidad u homenaje a nuestro clasicismo?) afloran para crear un “falso sushi de pepino, yogur y queso feta”, plato muy desmoralizante.
De cruel podríamos calificar las “barquitas de berenjena con yogur y manzana”, y de extrema tristeza la “escarola con granada”.
Hay una interpretación mortecina (con sardinas) de los estudiantiles macarrones con tomate frito y atún, qué ganas de matar el recuerdo nutritivo (y marrano) de la juventud.
Ni que decir que las magníficas y variadas sopas españolas tradicionales desaparecen ante un ramen que invita al suicidio.
"No busquen los glotones fascistoides en el libro veteadas carnes rojas, ni untuosos guisotes, ni fritos delicados"
Seguimos con la destrucción del patrimonio culinario español gracias a la propuesta políglota de un “rainbow wrap con salsa de anchoas”. Quizás, en este punto de abordaje incultural, lo peor sea la tortilla de patatas cocinada en microondas.
Por supuesto, las legumbres e incluso el arroz han de comprarse precocido. En esto adelanta el recetario la inminente imposibilidad de la clase media española de encender un fuego (a gas o eléctrico) y hervir las cosas, lujo capitalista.
Existen excelentes conservas en España (una solución que ideó Napoleón para los ranchos de sus soldados en campaña), no querríamos llevar a confusión. Sin embargo, en la guía garzoniana se nos dice que incluso un pisto debe ser de bote.
La dieta soviética parece sufrir un desliz con el anuncio de unas alcachofas con langostinos, pero la opulencia queda ensombrecida enseguida a la orden de que ambas cosas tienen que ser congeladas, no vaya usted a aburguesarse, camarada.
Comunismo en el plato son unas sombrías “miniburguers de alubias y atún”. Imaginamos su ingesta bajo una única lágrima amarillenta colgando del techo, en el comedor de una familia tipo española que no puede costear apenas la factura de la luz.
Por supuesto, no busquen los glotones fascistoides en el libro veteadas carnes rojas, ni untuosos guisotes, ni fritos delicados: la nueva moral impone que “dos de cada tres recetas son vegetarianas y una de cada tres es vegana”.
"Se trata de arrastrar a una gran nación comilona, feliz, a los rincones más lúgubres de la ideología más empobrecedora de la Historia"
En cuanto a las dulzuras, tan sólo citar un “pudding de chía” para hacernos una idea de lo amargados que nos quiere el señor ministro. Afligidos pero ahorradores, nuestro guía rojo nos anima por último a cultivar plantas aromáticas en casa “ahorrando tiempo y dinero”.
Hagamos examen de conciencia: somos todavía siervos de un pasado derrochador, que comía, viajaba y fornicaba en exceso.
El gran Jean-François Revel ya señalaba una pista sobre la tradición culinaria. Contra los mitos que el marxismo ha inculcado siempre como un martillo: “Verdaderamente, si la clase campesina sólo se hubiera alimentado desde el siglo X con algunos magros mendrugos de pan y un caldo de raíces hervidas, resultaría imposible ver la procedencia de la riqueza y la diversidad de la cocina popular, tan enjundiosa”. Él hablaba de Francia, pero también de España.
El recetario del revisionismo comunista (pagado por todos) proyecta sus sueños grises sobre la gran mesa española, rica, esplendorosa de productos y fórmulas populares. Se trata de comer mal (y poco) bajo el chantaje de la salud. Se trata de arrastrar a una gran nación comilona, feliz, a los rincones más lúgubres de la ideología más empobrecedora de la Historia.
*** Carlos García-Mateo es escritor.