¿Cuáles son las principales conclusiones a las que nos conduce esta nueva historia económica y social? La más obvia es probablemente la siguiente: la desigualdad es ante todo una construcción social, histórica y política.
En otras palabras, para un mismo nivel de desarrollo económico o tecnológico, existen siempre múltiples formas de organizar un régimen de propiedad o un régimen de fronteras, un sistema social y político, un régimen fiscal y educativo. Son elecciones de naturaleza política. Dependen del estado de los equilibrios de poder entre los distintos grupos sociales y las distintas visiones del mundo implicadas, y dan lugar a niveles y estructuras de desigualdad extremadamente variables según las sociedades y las épocas.
La riqueza creada a lo largo de la historia, toda, es el resultado de un proceso colectivo: depende de la división internacional del trabajo, del uso de los recursos naturales del mundo y de la acumulación de conocimientos desde el inicio de la humanidad. Las sociedades humanas inventan constantemente normas e instituciones para estructurarse y distribuir la riqueza y el poder, pero se trata siempre de opciones políticas y reversibles.
La segunda lección es que, desde finales del siglo XVIII, existe una tendencia a largo plazo hacia la igualdad. Este movimiento hacia la igualdad es la consecuencia de luchas y revueltas frente a la injusticia que han permitido transformar las relaciones de poder y derrocar las instituciones en las que se han basado las clases dominantes para estructurar la desigualdad social en su propio beneficio, y sustituirlas por nuevas instituciones, nuevas reglas sociales, económicas y políticas más justas y emancipadoras para la inmensa mayoría.
En general, las transformaciones fundamentales observadas en la historia de los regímenes desigualitarios conllevan enfrentamientos sociales y crisis políticas a gran escala. Las revueltas campesinas de 1788-1789 y los acontecimientos de la Revolución francesa llevaron a la abolición de los privilegios de la nobleza. Del mismo modo, fue la revuelta de los esclavos en Santo Domingo en 1791 lo que supuso el principio del fin del sistema esclavista atlántico, no las discusiones con sordina de los salones parisinos.
"Las crisis económicas suelen ser momentos clave en los que cristalizan los conflictos sociales y se redefinen las relaciones de poder"
Durante el siglo xx, las movilizaciones sociales y sindicales desempeñaron un papel importante en el establecimiento de nuevas relaciones de poder entre el capital y los trabajadores, así como en la reducción de las desigualdades.
Las dos guerras mundiales pueden analizarse en sí mismas como una consecuencia de las tensiones y contradicciones sociales vinculadas a la insostenible desigualdad predominante hasta 1914 tanto a escala nacional como internacional.
En Estados Unidos fue necesaria una sangrienta guerra civil en 1865 para acabar con el sistema esclavista. Un siglo más tarde, en 1965, la enorme movilización afroamericana consiguió abolir el sistema de discriminación racial legal (aunque no puso fin a la discriminación ilegal, todavía hoy muy real).
Podríamos multiplicar los ejemplos: las guerras de independencia en los años 1950-1960 desempeñaron un papel fundamental para acabar con el colonialismo europeo; fueron necesarias décadas de disturbios y movilizaciones para acabar con el apartheid sudafricano en 1994, etcétera.
Además de las revoluciones, guerras y revueltas, las crisis económicas y financieras suelen ser momentos clave en los que cristalizan los conflictos sociales y se redefinen las relaciones de poder. La crisis de la década de 1930 desempeñó un papel fundamental en la deslegitimación duradera del liberalismo económico y en la justificación de nuevas formas de intervención estatal.
"Los más pobres van a sufrir cada vez con más intensidad los daños climáticos y medioambientales causados por el estilo de vida de los más ricos"
Más recientemente, la crisis financiera de 2008 y la crisis epidémica mundial de 2020-2021 han empezado a sacudir una serie de certezas que hasta hace poco se consideraban intocables, como, por ejemplo, sobre el nivel aceptable de deuda pública o el papel de los bancos centrales.
A principios de la década de 2020, los movimientos Black Lives Matter, #MeToo y Fridays for Future impresionan por su capacidad de movilización transfronteriza y generacional en torno a las desigualdades raciales, de género y climáticas.
Dadas las contradicciones sociales y medioambientales del actual sistema económico, es probable que las revueltas, los conflictos y las crisis sigan desempeñando un papel central en el futuro, en circunstancias imposibles de predecir con exactitud. El final de la historia no está a la vista. El movimiento hacia la igualdad tiene todavía un largo camino que recorrer, especialmente en un mundo en el que los más pobres (especialmente los más pobres de los países más pobres) van a sufrir cada vez con más intensidad los daños climáticos y medioambientales causados por el estilo de vida de los más ricos.
Es importante destacar otra lección de la historia, a saber, que las luchas y la redefinición de los equilibrios de poder no son suficientes en sí mismas. Son una condición necesaria para derrocar las instituciones y los poderes desigualitarios, pero desgraciadamente no son garantía alguna de que las nuevas instituciones y poderes que los sustituyan sean siempre tan igualitarios y emancipadores como cabría esperar.
"La igualdad jurídica formal, tal y como existe actualmente, no impide una profunda discriminación por razón de origen o de género"
La razón es sencilla. Aunque es fácil denunciar el carácter desigualitario u opresor de las instituciones y Gobiernos existentes, es más complejo acordar instituciones alternativas que permitan avanzar realmente hacia la igualdad social, económica y política, respetando los derechos individuales y el derecho a la diferencia.
La tarea no es imposible, ni mucho menos, pero requiere aceptar la deliberación, la confrontación de opiniones, la descentralización, las cesiones y la experimentación. Requiere, sobre todo, aceptar que podemos aprender de las trayectorias y experiencias históricas de otros, y especialmente porque el contenido exacto de las instituciones justas se desconoce a priori y merece ser debatido como tal.
En concreto, veremos que el movimiento hacia la igualdad se ha basado, desde finales del siglo XVIII, en el desarrollo de una serie de mecanismos institucionales específicos que deben ser estudiados como tales: la igualdad jurídica; el sufragio universal y la democracia parlamentaria; la educación gratuita y obligatoria; el seguro de enfermedad universal; la fiscalidad progresiva de la renta, las herencias y la propiedad; la cogestión y los derechos sindicales; la libertad de prensa; el derecho internacional; etcétera.
Cada uno de estos mecanismos, lejos de haber alcanzado un estadio final y consensuado, se asemeja más bien a un compromiso precario, inestable y provisional, en perpetua redefinición, resultado de conflictos y movilizaciones sociales específicas, trayectorias interrumpidas y momentos históricos particulares.
Todos adolecen de múltiples deficiencias y deben ser constantemente repensados, complementados y sustituidos por otros. La igualdad jurídica formal, tal y como existe actualmente casi en todas partes, no impide una profunda discriminación por razón de origen o de género.
"Para seguir agitando y redefiniendo las instituciones vigentes serán necesarias, como en el pasado, crisis y luchas de poder"
La democracia representativa no es más que una de tantas formas imperfectas de participación política. Las desigualdades en el acceso a la educación y a la sanidad siguen siendo abismales. La fiscalidad progresiva y la redistribución deben ser replanteadas por completo a escala nacional y transnacional.
El reparto del poder en las empresas todavía está en pañales. La propiedad de casi todos los medios de comunicación por parte de un reducido grupo de oligarcas difícilmente puede ser considerada la forma más completa de libertad de prensa. El sistema legal internacional, basado en la circulación incontrolada de capitales, sin ningún objetivo social o climático, se asemeja la mayoría de las veces a una forma de nuevo colonialismo en beneficio de los más ricos, etcétera.
Para seguir agitando y redefiniendo las instituciones vigentes serán necesarias, como en el pasado, crisis y luchas de poder, pero también procesos de aprendizaje, de apropiación colectiva y de movilización en torno a nuevos programas políticos y propuestas institucionales.
Todo eso necesita de múltiples mecanismos de discusión, elaboración y difusión de conocimientos y experiencias: partidos y sindicatos, escuelas y libros, movimientos y encuentros, periódicos y medios de comunicación.
Como parte de ese conjunto, las ciencias sociales tienen naturalmente un papel que desempeñar, un papel importante, pero que no debe exagerarse: lo más importante son los procesos de apropiación social, que implican sobre todo a las organizaciones colectivas, cuyas formas están por ser reinventadas.
*** Thomas Piketty es economista. Este texto es un fragmento de su nuevo libro Una breve historia de la igualdad (Deusto, 2021)