La recompensa secreta de Álvaro Urquijo
La biografía que Álvaro Urquijo, el líder de Los Secretos, acaba de publicar no esquiva los angostos bulevares de sueños rotos por los que anduvieron tanto él como su hermano, tan plagados como estaban de tentaciones en su mayoría ilegales.
Álvaro Urquijo no es Bruce Springsteen. Madrid no podría situarse en Nueva Jersey (y tampoco le hace falta), ni Por el túnel se parece a Thunder Road (en realidad, nada se parece a Thunder Road). Personas distintas, lugares diferentes, canciones forjadas en horizontes y circunstancias del todo apartadas.
Pero el menor de los hermanos Urquijo, como hizo Bruce en Born to Run (Random House, 2016), ha elaborado una magnífica autobiografía que acaba de publicarse y que ya está en las librerías.
No es tanto una biografía de sí mismo como lo es de Los Secretos, la banda que lidera desde que falleciera su hermano Enrique en 1999. Igual que sucede con el músico estadounidense en su libro de memorias, resulta especialmente seductora la honestidad que vierte Álvaro en Siempre hay un precio (Espasa, 2021), y quizá por esa dosis de transparencia tan brutal conmueva tanto.
Se trata, y se vislumbra desde el principio, de un texto escrito por un músico que, como el autor de The River, no tiene miedo de quedarse sin ropa delante de los demás. Y, sin duda, Álvaro, como a veces las mejores canciones cuando se les retiran los artificios musicales que pretenden sujetarlas, gana mucho al mostrarle al mundo los parámetros más complejos y oscuros (y hubo muchos de ambos) de la trayectoria de Los Secretos.
"A Álvaro le dijo Joaquín Sabina en una ocasión que era 'muy bueno', pero que le eclipsaba la figura y el talento de su hermano. El menor de los Urquijo ha demostrado en estas dos últimas décadas que el líder de Los Secretos también puede ser él"
El músico madrileño habla de todo, y lo hace sin pirotecnia ni tampoco protección. Recoge vivencias excesivas, como aquellas que transitó durante su propio recorrido por la senda de las sustancias, en los primeros años 80; del trastorno de bipolaridad de su hermano Enrique; de las dificultades iniciales con su otro hermano, Javier; de la relación con la industria (los numerosos aprovechados, y los menos que sí contribuyeron al crecimiento del grupo); del trato con el público, que ya dura cuatro décadas.
Y, por supuesto, de la muerte de Enrique que, aclara para siempre Álvaro, no se produjo por una sobredosis de heroína, como se ha escrito muchas veces.
Sin duda tiene un notable mérito esta historia mayúscula que ha elaborado Urquijo. Lo tiene, también, reconocer los angostos bulevares de sueños rotos por los que anduvo, tan plagados como estaban de tentaciones en su mayoría ilegales. Lo tiene el recorrido de su grupo, que supo levantarse de pérdidas catastróficas como la de su primer líder, Canito, cuyo concierto homenaje inauguró la movida madrileña, y del más importante, Enrique.
A Álvaro le dijo Joaquín Sabina en una ocasión que era “muy bueno”, pero que le eclipsaba la figura y el talento de su hermano. El menor de los Urquijo ha demostrado en estas dos últimas décadas que el líder de Los Secretos también puede ser él. Y que con la confesión de los excesos no aparece solamente la redención, sino también el empuje hacia otra década más de música.
Siempre hay un precio, dice Álvaro, subrayando que el que han pagado ellos ha sido “altísimo”. Probablemente, ni Enrique pretendió convertirse en la leyenda en la que se ha convertido, ni Álvaro contaba con acercarse a 2022 con Los Secretos en uno de los puntos álgidos de su carrera. Siempre hay un precio, sí. Pero algunas veces lo rodea la recompensa menos esperada.
*** Ángel F. Fermoselle es escritor.