Alberto Garzón tiene razón
Las elecciones en Castilla y León han girado en torno al debate de las macrogranjas. Pablo Casado posando frente a vacas. Ganaderos en Lorca asaltando un pleno municipal. Pero ¿y si Alberto Garzón tenía razón?
Hace unas semanas, el ministro de Consumo Alberto Garzón hizo en el diario The Guardian las declaraciones más controvertidas de 2022. "Las macrogranjas buscan un pueblo en la España vaciada, meten allí 10.000 cabezas de ganado, contaminan la zona y exportan una carne de baja calidad de animales maltratados".
¿Qué es eso de las macrogranjas? La modalidad más extrema de la ganadería intensiva. El negocio consiste en hacinar el mayor número de animales en el menor espacio posible para maximizar la producción de carnes, leche o huevos con el mínimo tiempo y coste.
Pero lo barato siempre sale caro. Las consecuencias son, como ha dicho el ministro, una ingente cantidad de excrementos que intoxican los suelos y las aguas, producen malos olores, atraen plagas de insectos y convierten los campos agrícolas en auténticos vertederos.
Las macrogranjas se promocionan como una solución para la España Vaciada, pero la realidad es que casi el 80% de localidades con macrogranjas pierden más población (o ganan menos habitantes). ¿Quién quiere vivir en un pueblo donde no se pueden abrir las ventanas ni beber agua del grifo?
Poco a poco, la zona va quedando en poder de los fondos de inversión que suelen estar detrás de las macrogranjas. Por eso escogen pueblos pequeños y envejecidos, donde no hay técnicos municipales ni tejido asociativo que puedan plantar cara.
"Otro mito de las macrogranjas es que son la única forma de producir carne barata. Es falso. Los costes se han externalizado al bolsillo de todos, en concepto de contaminación, desempleo y despoblación"
Estas grandes industrias prometen traer empleo a la zona, pero la realidad es que una macrogranja como la de Balsa de Ves sólo contrató a cinco personas. Los procedimientos están automatizados y los pocos puestos de trabajo suelen reservarse a mano de obra barata extranjera. Este modelo de negocio tira a la baja los salarios de toda la región y destruye a los pequeños ganaderos. Cuando se pretende que un sólo operario liquide 6.000 cerdos, el resultado es la liquidación de 6.000 explotaciones de ganadería familiar, desaparecidas en los últimos años.
Otro mito de las macrogranjas es que son la única forma de producir carne barata. Es falso, evidentemente. Los costes se han externalizado al bolsillo de todos, en concepto de contaminación, desempleo y despoblación.
Pero también en gastos sanitarios. El consumo de carnes provenientes de macrogranjas está relacionado con el 30% de enfermedades cardiovasculares, 30% de cánceres colorrectales y 20% de diabetes e hipertensión. ¿Por qué? Porque el animal de macrogranja se mueve poco, recibe escasa luz solar, está atiborrado de antibióticos y se alimenta a base de piensos procesados.
No parece sensato defender un abaratamiento de precios a costa de reducir la calidad del producto hasta el punto de amenazar la salud personal y colectiva. Argumentar en tal sentido dista poco de proponer envenenar a los pobres. Esta supuesta defensa del derecho de los humildes a acceder a una buena alimentación resulta extraña, además, en boca de derechas liberales contrarias a subir el salario mínimo para el consumo, proteger a los repartidores de comida, becar los comedores escolares o legislar que los agricultores no vendan por debajo del precio de coste.
Pero, además de económicamente falaz y éticamente dudoso, el argumento de "carne asequible para los pobres" es directamente falso. La carne barata de las macrogranjas ni siquiera va a las clases bajas españolas, sino a las nuevas clases medias chinas. Este tipo de carne se destina mayoritariamente a la exportación, mientras que nosotros nos quedamos con los daños laborales y medioambientales. La industria cárnica ha convertido a España es el establo del mundo, sólo por detrás de los Estados Unidos y China. A la vez, nuestro consumo interno de carne está estancado.
"El PP castellano ha intentado copiar al madrileño, lanzando el lema Ganadería o comunismo. Pretende ser un ataque a Garzón, miembro del Partido Comunista de España"
Pero entonces, ¿cuál es el camino hacia una carne barata y de calidad? La respuesta la da el ministro Garzón. Apoyar la ganadería "pequeña y mediana, extensiva, social y familiar". Garzón mencionó elogiosamente este modelo, "habitual en regiones como Asturias, Andalucía, Extremadura o Castilla y León".
Y para no perjudicar a la marca España, evitó mencionar las zonas donde se concentra el mayor número de macrogranjas, como Aragón (donde han saturado de nitratos una cuarta parte de los campos) o Cataluña (donde han contaminado siete de cada diez acuíferos).
Sin embargo, Garzón ha sido acusado de dañar la reputación de España y su ganadería. El PP castellano ha intentado copiar al madrileño, lanzando el lema Ganadería o comunismo. Pretende ser un ataque a Garzón, miembro del Partido Comunista de España.
Es, sin embargo, un lema incomprensible, ya que la ganadería extensiva que defiende Garzón no tiene nada de comunista. De hecho, es el ideal de cualquier conservador: los tres acres y una vaca de G.K. Chesterton. La visión comunista de la ganadería sería, en todo caso, macrogranjas en versión chino-soviética. Es decir, el mismo industrialismo masivo que hay en el capitalismo, pero con más proteína para el proletariado.
-Más responsabilidad, menos entrevistas dañinas.
— Partido Popular (@populares) January 14, 2022
-Más apoyo, menos ataques.
-Más conocer la realidad, menos ignorancia.
-Más asumir responsabilidades, menos escurrir el bulto.
-Más generar empleo, menos ideología ruinosa.#MásGanaderíaMenosComunismo pic.twitter.com/Ax8qxMtE2U
El arco político (desde el PP hasta el PSOE y desde Ciudadanos hasta Vox) ha divulgado un grandísimo bulo. Ha dicho que Garzón no estaba criticando las macrogranjas, sino al conjunto de los granjeros. Y que no estaba señalando la mediocridad de la carne de macrogranja, sea en un país o en otro, sino atacando específicamente a la carne española.
Esto le otorga dos ases a los enemigos de Garzón: la carta obrerista y la carta patriotera.
La carta obrerista consiste en presentarse a sí mismos como los valedores del trabajador, cuando son valedores de la patronal. Hacer pasar la crítica al jefe millonario por una crítica a sus pobres empleados. Garzón no estaría denunciando los campos de concentración aviares de la Big Ag [Big Ag: Big Agriculture. En español, Gran Agricultura], sino a los cuatro pollos de corral del tío Vicente.
Si Garzón critica un sector turístico "de bajo valor añadido, estacional y precario", está atacando al humilde camarero. Si Garzón critica la contaminación de las grandes empresas del automóvil, está atacando al mecánico del taller. Si critica a la Hasbro o la Mattel, está atacando al juguetero de la esquina.
"Cuando Garzón regula la publicidad de casas de apuestas, ¡el ministro atenta contra un sector estratégico español! Tan español como las empresas de juego Codere y Cirsa, una tributando en Luxemburgo y otra propiedad del capital-riesgo Blackstone"
La carta patriotera consiste en presentarse a sí mismos como los valedores del país, cuando son valedores de las multinacionales. En nombre de los españolísimos jamón de Guijuelo y chorizo de Cantimpalos, lo que defienden es que Campofrío esté bajo dominio de la empresa china WH o la mexicana Sigma, Casa Tarradellas bajo la Nestlé, Argal bajo Pepsi o la vasca Biotech Foods bajo la brasileña JBS.
Cuando Garzón limita la publicidad infantil de bollería industrial y bebidas azucaradas, no se habla de que afecta principalmente a empresas extranjeras como las citadas Nestlé o Pepsi. Se cuenta que es un agravio a nuestros recolectores de azúcar. "Ha sido atacada la remolacha de Palencia".
Cuando Garzón regula la publicidad de casas de apuestas, ¡el ministro atenta contra un sector estratégico en España! Tan español como las empresas de juego Codere y Cirsa, una tributando en Luxemburgo y otra propiedad del capital-riesgo Blackstone.
Pero da igual cuantas veces jueguen los mismos naipes de su baraja trucada. Ni a la clase trabajadora ni a España les interesa ser el establo del mundo. Tampoco ser su geriátrico, su vertedero o su casino.
Y en eso, aunque sea solamente en eso, Alberto Garzón tiene razón.
*** Hasel-Paris Álvarez Martín es politólogo y especialista en geopolítica.