Que Patxi López haya ascendido hasta las cumbres del sanchismo tiene un punto de evidente patetismo. Sobre todo porque lo único que tiene acreditado el nuevo portavoz es su capacidad infinita para malograr oportunidades y expectativas.
Lo hizo en el País Vasco, cuando pudo haber forjado una alianza firme con el PP para, por primera vez en democracia, hacer frente de forma efectiva al nacionalismo y a la izquierda aberzale.
Prefirió Anoeta y, luego, Ayete.
Que haya conseguido sobrevivir a la quema más o menos periódica a la que el presidente del Gobierno somete a su Ejecutivo y su partido a nadie puede sorprenderle. No a estas alturas.
Pero sí resulta llamativo que, de todo el PSOE, Sánchez sólo haya podido echar mano de Patxi López para apuntalar la mayoría parlamentaria en los meses que le queden a la legislatura.
Este giro del presidente, el último que le queda, es el intento nada inocente por abrirse un camino. El que sea, con personas que no tienen otro camino que no pase por Sánchez.
Habrá jugado en favor del nuevo portavoz su consabida capacidad para una cosa (la que sea menester en cada coyuntura) y su contraria. También, la capacidad que tiene Sánchez de atraer hacia sí y para sí a todo el que ande en busca de ocupación, transformándolos en trasunto de sus propias obsesiones.
Y, sobre todo, es seguro que el cargo (importante como pocos hay en la política española) le haya caído por la demostrada habilidad de López para engrosar la voz y defender lo indefendible.
En el fondo, Sánchez ha entendido bien las circunstancias en las que se encuentra. Sabe que su mayoría parlamentaria, y por lo tanto su continuidad, dependen más de ERC, el PNV y EH Bildu que de Unidas Podemos.
Sabe que el pacto con estos tres partidos aún despierta recelos en ciertos ámbitos de su partido y que hasta Rafael Simancas, siempre tan dispuesto, se arrepiente ahora de aquella foto con Mertxe Aizpurua en uno de los salones del Congreso.
López no tiene nada de eso. Ni remilgos ni resabios. Se negará trescientas veces si es preciso, diciendo ahora lo contrario de lo que algún día dijo, y se hará la foto, cuidando que no se le vaya el labio hacia la sonrisa. Con el PNV por supuesto, que no supone más que hacer en Madrid lo que el PSOE lleva haciendo años en el País Vasco. Con ERC, otro tanto.
Pero ¿y con EH Bildu?
Hay grabaciones de televisión, entrevistas y artículos amontonados en las hemerotecas que podrían sacarse ahora para recordarle a López lo que un día dijo. Pero eso nunca le ha importado. Asumió la propuesta de Anoeta como si fuera propia. Y cuando lanzó un plan propio que se diferenciara del plan Ibarretxe, resultó ser el mismo, referéndum de autodeterminación incluido.
El PSOE vasco que forjara Redondo Terreros quedó sepultado por este otro que ahora vemos, nacido de las manos de López. Basta un simple ejercicio de memoria para ver los resultados.
Con este bagaje, en nada puede molestarle al nuevo portavoz la necesidad de su partido de entenderse con Arnaldo Otegi. Antes bien, al contrario. Es esa necesidad la que le ha abierto la puerta del ascenso.
"El Gobierno no tiene cuarteles de invierno, sólo invierno. Y encontrar personas capaces de aguantar en medio del frío de unas encuestas en caída no es fácil"
Por delante quedan unos meses complicados. La vuelta del verano traerá consigo una situación económica depauperada y un clima político con la cabeza y las manos puestas ya en las elecciones municipales. Al presidente se le irán acumulando los problemas, sobre todo en el farragoso trámite de los Presupuestos. Necesita el Congreso a punto y el PSOE en calma. Y en ambos casos López le cumple.
Porque su ascenso decreta la deforestación definitiva del partido. Ni él, ni Pilar Alegría, ni Miquel Iceta, ni María Jesús Montero son capaces de atraer votantes. Tampoco cuentan con prestigio político o profesional como para ser nombres que lucir por la calle. Ni cuentan con grandes éxitos en su carrera.
Son lo que son y por eso Sánchez los ha escogido.
El Gobierno no tiene cuarteles de invierno, sólo invierno. Y encontrar personas capaces de hacer lo necesario por aguantar en medio del frío de unas encuestas en caída y un hartazgo social en ascenso no es nada fácil. Hay que tener ganas o no tener opciones fuera de la política. López puede ser la convergencia de ambas.
Pilar Ruiz Albisu, madre de Joseba Pagaza, escribió hace unos años en El Mundo un artículo dirigiéndose a López. El texto ha resultado ser profético. Escribió: "Dirás y harás muchas más cosas que me helarán la sangre, llamando a las cosas por los nombres que no son". Y ya dijo y ya hizo, para desgracia de tantos.
Ahora dirá y hará. Y aún queda la esperanza (para qué perderla) de que encuentre oposición, aunque sea retórica. No en su partido, pero sí en el resto. Podría el PP preguntarle, en la primera sesión en la que confronten, aquella misma pregunta que López, serio y con la voz grave, le hizo a Sánchez en el debate de las primarias socialistas:
–Pero Pedro, ¿tú sabes lo que es una nación?
No es arriesgado aventurarse a que la respuesta será la misma que la de entonces: ninguna. Y esa será la medida de lo que resta de legislatura. Porque al Gobierno y al PSOE no hay más que enfrentarle a su propia biografía, a sus propias palabras y gestos, para caer en la cuenta de en lo que se han convertido: una nada ('Patxi Nada' le llamaban en tiempos) capaz de adaptarse a las más inverosímiles circunstancias.
*** Álvaro Petit Zarzalejos es escritor y periodista.
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