El 20 de julio de 1810, Luis Rubio pidió prestado un florero al español José González Llorente, que regentaba un negocio en una de las esquinas de la plaza mayor de Santafé, capital del Virreinato de la Nueva Granada. El español se negó a prestar el florero, cosa que Rubio había previsto dado que era solicitado por un criollo (nacido en América) para agasajar a otro criollo, el comisario real de visita en la ciudad.
El desaire del español se aprovechó para iniciar una protesta popular que dio inicio al llamado "grito de la independencia" y a toda la mitología del proceso de separación de España, así como de la creación de la república y de su identidad nacional.
Desde entonces, en Colombia se usa la expresión "el florero de Llorente" para indicar que algo es utilizado como excusa para desencadenar una polémica o disputa.
Esa misma plaza, ahora llamada plaza de Bolívar, acogió este 7 de agosto la toma de posesión de Gustavo Petro, primer presidente colombiano de izquierdas, además de exguerrillero, y de su vicepresidenta Francia Márquez, la primera afrocolombiana en llegar al cargo.
Fue una ceremonia cargada de simbolismos, muchos de ellos rescatados de la historia personal de Petro. No sólo tomo posesión un nuevo Gobierno, sino que se hizo un ejercicio de confrontación con la historia del país.
[Felipe VI cumplió el protocolo: la espada de Bolívar no es "símbolo oficial", según los expertos]
La ceremonia de posesión rompió el protocolo habitual de esta cita. Entre otros cambios, por ejemplo, la banda presidencial la impuso María José Pizarro, hija del asesinado candidato presidencial Carlos Pizarro, compañero de Petro en el movimiento guerrillero M19.
Sin embargo, el acto más rompedor fue la presencia de la espada de Bolívar.
El presidente saliente Iván Duque se negó a permitir que la espada fuera llevada al acto de posesión. Pero Petro, una vez investido, dio la orden de traerla, paralizando por un rato la ceremonia. A la entrada de la espada en la plaza se escucharon gritos ensalzando la independencia de América y los representantes oficiales que asistían a la ceremonia se levantaron de sus sillas, con la notable excepción del rey de España.
La polémica está servida. A pesar de los cambios en la agenda de la ceremonia que dificultaban prever el comportamiento de los representantes institucionales, es evidente que el único que permanece sentado es el rey.
"No parece muy claro el objetivo de la actitud del rey, contradictoria con su propia presencia en el acto, aunque es claro el desacierto diplomático"
¿Tendría que levantarse el rey ante un instrumento que simboliza una guerra contra España? ¿Un rey que asiste a un acto que honra la máxima expresión democrática de un país independiente debería tener dudas ante un símbolo informal de dicha independencia?
No parece muy claro el objetivo de su actitud, contradictoria con su propia presencia en el acto, aunque es claro el desacierto diplomático.
Lo cierto es que esta polémica, que se ha enfangado en el debate político nacional español, ha tenido mucha menos repercusión en Colombia. En primer lugar, porque si la primera medida polémica de Petro fue llevar la espada a la posesión, la segunda fue presentar su reforma tributaria, y eso sí que enciende el debate en el país y afecta a los colombianos en su día a día.
En segundo lugar, porque en Colombia la espada tiene un significado mucho más profundo que el de recordar la independencia de España. Es totalmente incorrecto por tanto enmarcar la presencia de la espada en un presunto antiespañolismo.
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La espada de Bolívar fue robada por el grupo guerrillero M19 en 1974 como un símbolo de la vuelta a la lucha contra los "explotadores del pueblo", entonces la élite gobernante de un país que ya hace mucho había alcanzado la independencia, pero no la justicia social.
En 1991, cuando el M19 deja las armas y se convierte en movimiento político, regresa la espada al Gobierno. Si Petro la ha sacado a la plaza de Bolívar nuevamente es, precisamente, porque pretende revivir esa resignificación del instrumento en símbolo de lucha por la justicia y para reforzar la imagen de un cambio de ciclo político.
No es tampoco un símbolo exento de polémica. En primer lugar, por la histórica divergencia entre las armas y las leyes como marco fundamental de la construcción del Estado. En la puerta del Palacio de Justicia colombiano puede leerse la frase: "Colombianos, las armas os dieron la independencia, las leyes os darán la libertad". Una frase de Francisco de Paula Santander, opositor de Bolívar.
En un país con décadas de guerra a cuestas, está claro que ni la paz ni la dignidad serán producto de las armas o de las simbologías.
Hacen bien los colombianos, por tanto, en preocuparse más por su reforma tributaria. Ese sí, instrumento de justicia social.
"Lo que está ocurriendo en América Latina y en Colombia es un proceso mucho más complejo que una simple revisión de la historia colonial"
En segundo lugar, porque en el marco de la movilización social que ha tenido lugar en los últimos años en Colombia, las imágenes de Bolívar, junto con las de Cristóbal Colón, han sido derribadas, incluso por sectores del movimiento indígena.
Lo que está ocurriendo en América Latina y en Colombia es un proceso mucho más complejo que una simple revisión de la historia colonial.
Por supuesto que el ascenso y la legítima representación política de los pueblos indígenas y afrocolombianos revive las críticas al pasado colonial. La paradoja de la identidad latinoamericana construida en contraposición a España es irresoluble si se liga exclusivamente a una mirada hacia el pasado. Por eso, sólo puede ser construida con la vista puesta en el futuro.
No hagamos de la espada otro florero de Llorente que desate polémicas que sólo atienden a los intereses de los sectores más extremos y que poco aportan a la necesaria cooperación entre el espacio iberoamericano y el eurolatinoamericano en un momento en el que grandes poderes cuestionan el gran avance común. Esa democracia liberal que, a fin de cuentas, es la fiesta que el rey acudió a celebrar.
*** Érika Rodríguez Pinzón es doctora en Relaciones Internacionales, profesora de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid y coordinadora de América Latina en la Fundación Alternativas.
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