Pedro Sánchez, en el Senado.

Pedro Sánchez, en el Senado. Susana Vera Reuters

LA TRIBUNA

Un presidente que hace oposición a la oposición

Pedro Sánchez tiró de desparpajo, humo, medias verdades y artillería contra el PP. Feijóo se limitó a señalar, incisivo y con convicción, las incoherencias del Gobierno.

7 septiembre, 2022 03:32

Tuve un profesor en la carrera que, con ocasión de un examen que me salió mal, descartó en la revisión la mejora de la nota que yo pretendía diciendo: "Usted le saca punta a los argumentos y los presenta muy bien, pero en realidad no ha respondido a nada de lo que se preguntaba".

Alberto Núñez Feijóo, durante la intervención de Pedro Sánchez.

Alberto Núñez Feijóo, durante la intervención de Pedro Sánchez. Susana Vera Reuters

El veredicto aplica a la intervención de ayer del presidente Pedro Sánchez en el Senado, confrontado por primera vez en el parlamento por el líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo.

Al igual que hice yo aquel día en el examen, Sánchez empleó mucha pirotecnia retórica intentando animar a los españoles, y de paso sus propias expectativas de voto, un tanto mustias, pero no contestó con rigor a nada de lo que debía contestar.

En su intervención combinó a partes iguales promesas y declaraciones tan pretenciosas como imposibles de verificar ("España es el país más solidario de la UE a la hora de ayudar a nuestros hermanos y hermanas en Europa"), apelaciones a la confianza ("este gobierno apuesta por la esperanza y las soluciones"), acusaciones al PP de estar vendido a la banca y las grandes empresas, algunas falsedades evidentes para quien mire las estadísticas de la UE, y la tramposa costumbre que en inglés se llama cherry picking, es decir, elegir únicamente datos y números favorables, a veces poco relevantes, para dar una imagen positiva que no se corresponde con la realidad.

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En su discurso estaban ausentes los datos objetivos que había anunciado que daría o, al menos, aquellos que desmentían lo que, según él, iba a ocurrir como consecuencia de su acción de gobierno.

Por ejemplo, Sánchez intentó (sin complejos y con un triunfalismo inmune a la realidad que es marca de la casa) que calara la idea de que, gracias a las medidas de su Gobierno, la inflación no era tan mala y que España creaba más empleo que nadie.

Pero un vistazo rápido a Eurostat nos dice que la inflación española ha empeorado desde enero más que en ninguna otra gran economía de la UE, que nuestros precios energéticos no se han moderado, pese a que afirmó lo contrario, y que seguimos doblando la media de la Unión en desempleo, sin mejora alguna en este año, como también dijo.

Lo peor de su intervención no fueron la marrullería, los golpes bajos y las acusaciones a la oposición, especialmente fuera de lugar en un debate que debería haber estado dedicado exclusivamente a la confrontación de medidas ante la crisis económica y energética.

"Tras escuchar a Sánchez, uno no sabe si es peor Vladímir Putin o el Partido Popular"

Mucho más grave fue que todas las medidas desgranadas en su discurso demuestran la consolidación de una política tan populista que sería la envidia de un Gobierno peronista.

Su retahíla interminable de iniciativas sobre gratuidad del transporte, la bonificación a las facturas de la luz y al consumo de carburantes, la intervención en los mercados energéticos, el cambio en los hábitos de vida, el Ingreso Mínimo Vital y las subvenciones a "la gente" se resumen en la frase solemne, propia de Hugo Chávez o de Cristina Fernández de Kirchner, que pronunció hacia el final de su primera intervención: "Es una evidencia que con este Gobierno ahora hay más dignidad".

La dignidad como lo opuesto a las reformas económicas, porque de estas habló poco, fiándolo todo a una "próxima" presentación de medidas en Bruselas, o a mejoras que aseguraba se producirían en 2023 o más allá.

"La pregunta habitual de quién ganó el debate depende de qué entendamos por ganar"

Tras escuchar a Sánchez, uno no sabe si es peor Vladímir Putin o el Partido Popular, pero lo que queda claro es que el Gobierno no es responsable de ninguno de los males que aquejan a la economía española, y que no hace más que proteger a "la gente" ("como hicimos frente a la Covid", afirmó, provocando gran escandalera en la bancada contraria).

Feijóo, por el contrario, estuvo comedido y propuso unas cuantas medidas que, aunque no tuvieran el tono riguroso de las que hubiera formulado un técnico del Fondo Monetario Internacional, sonaban mucho más concretas y sensatas que las promesas presidenciales. También acertó al no entrar en el intercambio de insultos que proponía Sánchez, aunque se le vio moderadamente indignado en su segunda réplica.

La pregunta habitual de quién ganó el debate depende de qué entendamos por ganar. Frente a una realidad que pesa como el plomo, el presidente tiró de desparpajo, humo, medias verdades, artillería contra el Partido Popular y algunas falsedades. No podía perder mucho, así que algo ganaría, aunque me temo que sólo frente a su parroquia.

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Por el contrario, Feijóo no pretendía animar a los ciudadanos con declaraciones grandilocuentes. Partía de una posición más cómoda y se limitó a señalar, incisivo y con convicción, las contradicciones e incoherencias del Gobierno, y a reiterar su respaldo al presidente si dejaba de lado a sus socios actuales.

Juzguen ustedes quién fue el ganador de esta riña en sede parlamentaria. Yo me quedo con otro de los dardos que le lanzó Feijóo a Sánchez y que resume con acierto lo que vimos ayer en el Senado. "Su intervención no es propia de un presidente", le dijo. "Para hacer oposición sólo tiene que esperar a las próximas elecciones".

*** Francisco Beltrán es profesor de Economía Política Global en la Suffolk University, y antes fue director de la Cátedra de Estudios Nórdicos en la Munk School of Global Affairs, de la Universidad de Toronto (Canadá).

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