Javier Marías, nuestro polemista literario más internacional
Su primera novela ya salió con un cartel publicitario que le presentaba como “el autor novel más polémico del año”. Su estilo era elegante, sobrio y en las antípodas de cualquier casticismo.
Cuando no se ha cumplido un año de la muerte de Almudena Grandes, el fallecimiento de Javier Marías supone otro mazazo para las letras españolas. Ambos son dos de los autores más importantes de la narrativa en español. De la popularidad de aquella fue la mejor muestra su entierro y el eco que tuvo su desaparición.
Marías era (cuesta hablar ya de él en pasado), salvo error, el único autor español que sonaba para el Nobel. Si Grandes era madrileña, galdosiana, de izquierdas y del Atleti, Marías era también un madrileño que, como su colega, hacía cierta gala de ello, más benetiano que galdosiano, probablemente de izquierdas pero a contracorriente de la izquierda actual, y madridista.
Escritor precoz, a los dieciocho años se fue a París para escribir la que sería su primera novela, Los dominios del lobo. Allí se alojó en un piso que le dejó su tío, el director de cine Jesús Franco. Y en el mes y medio que estuvo, además de escribir y ver ochenta y cinco películas, ganó algo de dinero cantando y tocando la guitarra en las terrazas de los Campos Elíseos.
Aunque su imagen pública era la de alguien serio y reservado, de cuya vida privada apenas se sabía nada, siempre conservó esa lado extrovertido, incluso exhibicionista, pero limitado al círculo de sus íntimos. Así, cuando se integró como benjamín en el grupo de escritores y editores de los años cincuenta –Benet, García Hortelano, Jaime Salinas...-, el joven Javier Marías destacó por los volatines que ejecutaba para distracción de sus mayores.
Además, como en aquel grupo -que a sus aficiones literarias y etílicas añadía un sentido del humor que no excluía el disparate- se habían repartido y completado los papeles familiares (había quien ejercía de tío, quien de hijo, etc.), a Marías sólo le quedó ser el perro, papel que ejerció se supone que con la fidelidad lógica. Otra de sus reconocidas habilidades, dentro de esta faceta que contrasta con su imagen pública, era la imitación de Cabrera Infante.
Marías fue desde el primer momento un escritor respetado por la crítica que fue ganando lectores paulatinamente, título a título: Travesía del horizonte, El monarca del tiempo, El siglo. Con El hombre sentimental ganó el premio Herralde de narrativa. Todas las almas y Corazón tan blanco (título, al parecer, sin segundas intenciones, pero que encajaba definía bien su madridismo) incrementaron sus lectores y su prestigio internacional. La mejor prueba de este era la admiración que le profesaba el pope de la crítica literaria en Alemania, Reich Ranicki, cuyas recomendaciones convirtieron las novelas de Marías en éxitos de ventas en aquel país.
Por esa vía empezó a sonar su nombre para el Nobel. Mañana en la batalla piensa en mí, título shakespeariano como muchos de los suyos, le valió el premio Rómulo Gallegos, uno de los no demasiados pero sí prestigiosos que consiguió en su carrera.
Este de los premios fue motivo de ciertas polémicas, algo que acompañó al escritor a lo largo de su carrera. Tuvo una ruptura más bien desagradable (de amarga la calificó él) con el editor de la primera parte de su obra, Jorge Herralde. Polemizó con los Querejeta, Elías y Gracia, productor y directora de una película basada en su novela Todas las almas.
Rechazó el Premio Nacional de Narrativa que mereció por Los enamoramientos, explicando la poca estima que le merecían los premios oficiales. Y sus artículos semanales en El País, a los que ya no volvió tras el verano, solían ser combativos, nada complacientes (él mismo reconocía haber escrito “algún artículo impertinente”), Esto le daba cierto aire de cascarrabias, como de solterón enfadado con el mundo.
Fue de hecho un solterón que cambió ese estado civil a una edad avanzada. Polemizó a cuenta de la prohibición de fumar –era fumador militante-. Y si en su muerte ha podido tener algo que ver el tabaco, la polémica póstuma parece garantizada. Si eso se produce, se cerrará un círculo, pues su primera novela ya salió con un cartel publicitario que le presentaba como “el autor novel más polémico del año”. La base para tamaño eslogan es que los responsables de la editorial en que apareció estaban divididos al cincuenta por ciento: uno era partidario de sacarla y el otro, no. La influencia de su amigo Juan Benet debió de inclinar la balanza.
Como discípulo del exigente Juan Benet, el estilo de Marías era elegante, sobrio, en las antípodas de cualquier casticismo o de lo que la maldad de Juan Marsé llamaba "prosa sonajero". Prosa sonajero podía ser la de un Francisco Umbral, quien, por su parte, llamaba "escritores angloaburridos" a un indefinido grupo de autores que, fueran quienes fueran, estaban encabezados por Marías.
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Él reconocía su influencia británica, influencia seguramente inoculada mucho antes de tener uso de razón y de estudiar Filología Inglesa en la Complutense. Siendo él un bebé y estando su señor padre, el filósofo Julián Marías, dando clases en Estados Unidos (la inquina franquista al liberal conservador que era Marías padre le impidió ejercer en España), la familia se alojó justo debajo del apartamento en que residía Vladímir Nabokov, una de las futuras devociones de Javier.
Además, estudió Filología Inglesa, residió en Oxford e hizo traducciones del inglés, como la de Tristram Shandy, traducción que consideraba una de sus mejores obras.
Se definía como escritor de brújula por oposición al tipo de escritor que él llamaba “de mapa”, el que sabe desde el principio adónde se dirige. Él se orientaba sobre la marcha, sin planificar el desarrollo de la historia que fuera a contar. El texto resultante, si se salía con bien del empeño, dadas las dificultades inherentes, tenía la ventaja de no resultar previsible para el lector.
Por si hiciera falta que alguien con su currículum (Negra espalda del tiempo, una ficción muy basada en la experiencia propia, y la trilogía Tu rostro mañana, al fondo de la que se entrevé la peripecia de un Julián Marías denunciada por un amigo al final de la guerra civil) defendiera la ficción, el joven Marías lo hizo en su discurso de ingreso en la Academia, institución a la que no quiso pertenecer mientras estuviera en ella su señor padre. Dos Marías a la vez le parecía excesivo.
En aquel discurso al que respondió su amigo Francisco Rico -devenido personaje de alguno de sus últimos títulos, en un juego que debió de divertir a ambos y a los lectores más entendidos-, Marías sostuvo que “el novelista que inventa es el único facultado para contar cabalmente”, a diferencia de los cronistas, historiadores, biógrafos, testigos “y demás esforzados de la narración abocados a fracasar”. Y que “necesitamos que algo pueda contarse a veces de cabo a rabo e irreversiblemente, sin limitaciones ni zonas de sombra o sólo con aquellas que el creador decida que formen parte de su historia. Sin posibles correcciones ni añadidos ni supresiones ni desmentidos ni enmiendas. Y lo cierto es que sólo podemos contar así, cabalmente y con sus incontrovertibles principio y fin, lo que nunca ha sucedido”.
El Profesor Rico, por su parte, definió a Marías como “un gran mirón, con el don del retrato y una increíble capacidad de captación fotográfica, fonográfica y cinematográfica”, en cuyas páginas “se nos ofrece una estupenda galería de pirados varios, individuos estrambóticos y tipos raros”, personajes que, “incluso cuando responden a arquetipos triviales, la astucia de JM los alza a un grado máximo de singularidad”.
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Esa astucia, esa maestría, se ha mostrado incansablemente en los últimos años en títulos como Así empieza lo malo, Berta Isla o Tomás Nevison, novelas tan absorbentes y tensas desde el punto de vista del argumento y la trama, como densas por las cuestiones tratadas: el secreto, la traición, el engaño, los dilemas morales…
Publicó también cuentos, agrupados en volúmenes como Mientras ellas duermen, Cuando fui mortal y Mala índole. Se instituyó como monarca del ficticio Reino de Redonda con el nombre de Xavier I, aprovechando para otorgar numerosos títulos nobiliarios a sus amigos (el gusto por el juego algo disparatado se mantenía en él).
Y ni el madridismo ni la aristocracia le impidieron simpatizar con los débiles. En cierta ocasión apoyó económicamente, y de modo sustancioso, al Numancia CF. Ya no recibirá el Nobel y nosotros echaremos de menos sus enfurruñados artículos y sus magníficas novelas. Nos queda su obra.
*** Javier Marías nació el 20 de septiembre de 1951, y ha muerto a los 70 años de edad en Madrid.