Nicolás Redondo Urbieta, un líder sindical que sería hoy considerado una rareza entre la izquierda
Sin las ideas, la integridad y la coherencia ideológica y personal de Nicolás Redondo Urbieta, la España de hoy sería, con total seguridad, muy diferente.
Nicolás Redondo Urbieta (Baracaldo, 1927) habría sido considerado hoy una excentricidad del sindicalismo. Porque sólo seis años después de la llegada al poder del PSOE, el 14 de diciembre de 1988, la UGT de Redondo convocó junto a Comisiones Obreras una huelga general contra el Gobierno en la que, como cuentan las crónicas de la época, "pararon hasta los relojes".
El motivo del paro fue la presentación del Plan de Empleo Juvenil, que abarataba el despido, introducía los contratos temporales para los jóvenes y contemplaba exenciones en las cuotas de la Seguridad Social para los empresarios. Entre las reivindicaciones del paro se incluían el derecho a la negociación colectiva para los funcionarios y la equiparación de la pensión mínima al salario mínimo.
Sólo un año después de esa huelga, que fue secundada de forma masiva por los ciudadanos españoles y en la que se llegó a cortar la señal de TVE (probablemente el hecho que más contribuyó a su éxito), el PSOE se vio obligado a adelantar las elecciones, perdiendo 800.000 votos de los conseguidos en 1986.
Nicolás Redondo fue, en definitiva, el líder sindical más relevante de esa España recién nacida a la democracia en la que los sindicatos convocaban huelgas contra el Gobierno incluso aunque este fuera de izquierdas.
Nicolás Redondo Urbieta ha muerto en Madrid, a los 95 años, por causas que no han trascendido. Obrero metalúrgico, de familia humilde, se afilió a la UGT en 1945, lo que le convirtió en visitante habitual de los calabozos y juzgados del franquismo.
El salto de Redondo a la primera línea política se produjo entre el 11 y el 13 de octubre de 1974, durante el Congreso de Suresnes (localidad cercana a París), cuando renunció a presentar su candidatura al puesto de primer secretario del PSOE en beneficio de Felipe González. Conocido como el pacto del Betis, el acuerdo entre González y Redondo, que le garantizaba al primero el apoyo de los socialistas vascos, fue interpretado en aquel momento como un reparto de carteras.
González se hizo gracias a dicho pacto con el liderazgo del PSOE, tras desvincularlo del comunismo e instalarlo en la socialdemocracia.
Redondo, representante del ala más izquierdista del socialismo, con el del sindicato UGT. Liderazgo que ya encabezaba en la práctica desde 1971 como secretario político de la organización gracias al apoyo de los sindicatos alemanes y cuando este tipo de formaciones ni siquiera habían sido todavía legalizadas en España.
Pero si el pacto del Betis tuvo tanta importancia no fue tanto por el mencionado reparto de carteras como por el hecho de que consolidó un nuevo y renovado liderazgo en el socialismo español en detrimento de Rodolfo Llopis y del resto de líderes socialistas en el exilio, que pretendían arrogarse la propiedad del partido, que en aquel momento apenas contaba con 3.000 militantes, como si esta derivara de un derecho divino irrenunciable e intransmisible.
Alfonso Guerra siempre achacó el distanciamiento posterior de González y Redondo a la frustración de este último por la oportunidad perdida en Suresnes. Fuera por el motivo que fuera, la realidad es que el secretario general de UGT incrementó poco a poco sus críticas al PSOE, al que llegó a calificar de "thatcherista", hasta abandonar su escaño en el Congreso en 1987, un año antes de la convocatoria de la huelga general. De ahí que en la mitología del PSOE haya quedado ya como hecho establecido que el divorcio de la UGT a finales de los años 80 fue mucho más dañino para las expectativas electorales del partido que la corrupción o los propios GAL.
Redondo convocó luego dos huelgas más contra el PSOE, en junio de 1992 y enero de 1994, pero no tuvieron el impacto ciudadano ni político que sí tuvo la primera. Sólo tres meses después del paro del 94, Nicolás Redondo cedió el liderazgo de la UGT a Cándido Méndez y se retiró de la primera línea sindical y política, aunque en 1995 reapareció para pedir la sustitución de Felipe González al frente del PSOE. "Tras los pactos con CiU, los votantes del PSOE no saben ya si votar a Aznar o a Pujol", dijo.
Más allá de su actividad sindical, Nicolás Redondo criticó los GAL sin ceder a las presiones para que cerrara filas con la familia socialista a la que presuntamente debía fidelidad ciega y defendió siempre una postura militantemente contraria al nacionalismo vasco y catalán. Una defensa de la unidad de España que, de nuevo, le convertiría hoy en una rareza dentro de la izquierda.
Sus ideas y su linaje político han sido defendidas durante las últimas décadas, entre otros, por su propio hijo, Nicolás Redondo Terreros, que en una entrevista concedida a EL ESPAÑOL en abril de 2018 confesaba que "quien más preocupa hoy a los nacionalistas no es el PP ni el PSOE, sino Ciudadanos". Una prueba de que las ideas defendidas por Nicolás Redondo y la izquierda de los años 70 y 80 están hoy en manos de formaciones con un ADN político muy alejado de la izquierda (y de la derecha) actual.
La unanimidad y la transversalidad con la que la clase política, tanto a derecha como a izquierda, ha glosado hoy la figura de Nicolás Redondo Urbieta (Emiliano García-Page, Begoña Villacís, Pedro Sánchez, Idoia Mendia, Miquel Iceta, Carlos Iturgaiz, Inés Arrimadas) es prueba del impacto de este líder sindical y político, pero sobre todo democrático, sin cuyas ideas, integridad y coherencia ideológica y personal la España de hoy sería, con total seguridad, muy diferente. Descanse en paz.