El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el presidente francés, Emmanuel Macron.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el presidente francés, Emmanuel Macron. EFE

LA TRIBUNA

¿Puede España realmente convertirse en una potencia energética mundial?

El acuerdo firmado por Sánchez y Macron podría convertir nuestro país en un referente de la generación de energía verde. Pero también plantea dudas. 

21 enero, 2023 02:16

Este jueves se firmó un acuerdo histórico de cooperación bilateral entre España y Francia, conocido ya como el Tratado de Barcelona. En él se sientan las bases para una cooperación a largo plazo con Francia en temas de seguridad, de interconexiones energéticas, de política industrial y de defensa, entre otros. El acuerdo no es fruto de la improvisación, sino el resultado de un trabajo que se inició hace casi dos años.

Planta de hidrógeno verde en Australia de Iberdrola.

Planta de hidrógeno verde en Australia de Iberdrola. Iberdrola

Y es que los vecinos están condenados a entenderse, aunque sea por interés mutuo. 

El Tratado de Barcelona es un ambicioso acuerdo que generará algunos desencuentros, pues tanto Francia como España tiene sus propios intereses geopolíticos y estratégicos. Pero, si no hay sorpresas, será bueno para España, para nuestra economía y para acabar con algunos obstáculos que obstaculizan nuestro crecimiento.

En una Europa dividida en bloques, a España le interesa trabajar en equipo para tener un papel más relevante en la esfera internacional. Consensuar previamente determinadas decisiones políticas, hacer una puesta en común con el país vecino para impulsarlas conjuntamente, aumentará las posibilidades de éxito frente al resto de países de la UE.

"El Tratado de Barcelona implicará el estudio de nuevas conexiones eléctricas con Francia aprovechando las infraestructuras ya existentes"

Uno de los pilares del acuerdo es la conexión de Barcelona y Marsella con el hidroducto H2Med, que transportará hidrógeno verde. Será el primero que abastecerá Europa de hidrógeno, y podría ayudarnos a conseguir la soberanía energética que necesitamos.

De igual forma, el Tratado de Barcelona implicará el estudio de nuevas conexiones eléctricas con el país vecino, con la participación de Portugal, aprovechando las infraestructuras del hidroducto. Todo ello con un coste inicial de 2.500 millones de euros. Una cantidad que es posible que se incremente con el tiempo.

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El H2Med será financiado por la Unión Europea, a la que ya se ha pedido que lo clasifique como "proyecto de interés común", y podría convertirse en un macroproyecto tractor que ayude a generar algunos de los cambios estructurales que necesita España.

¿Cómo? Fomentando nuevos modelos de negocio que transformen las cadenas de valor de nuestra economía y propulsen la marca país.

Desde el punto de vista estratégico, el acuerdo podría convertir nuestro país en un referente de la generación de energía verde (si se suman las renovables de las que ya disfrutamos) y convertirla en la principal fuente energética de Europa. Algo que alteraría estructuralmente el escenario energético, y que nos permitiría evitar la dependencia de Rusia y del resto de países productores de hidrocarburos.

"No hay que olvidar la otra cara de la moneda. Para empezar, el tiempo. Porque el proyecto de interconexión energética no se terminará hasta el año 2030"

Todo ello abriría la puerta a nuevas inversiones internacionales que favorecerían un incremento de la industrialización y que nos convertirían en el primer hub de hidrógeno verde del mundo, con una capacidad de transporte (incluyendo la transfronteriza con Portugal) de dos millones de toneladas anuales.

Suficiente para satisfacer las necesidades de Europa.

Pero no hay que olvidar la otra cara de la moneda. Para empezar, el tiempo. Porque el proyecto de interconexión energética no se terminará hasta el año 2030. Una fecha fuertemente simbólica, objetivo de demasiados proyectos internacionales y que parece haber sido fijada por Nostradamus. Dicho de otra manera: es posible que haya retrasos.

Hay que ser cautelosos con proyectos de esta envergadura. Todo proyecto faraónico conlleva enterrar un cadáver y el hidrógeno renovable no es verde, sino que todavía está muy verde.

No sería, en definitiva, la primera ni la última vez que se invierte en un macroproyecto al que se vende como el gran elefante blanco y que luego queda dentro del armario, sin utilidad alguna, y pagado con los impuestos de los ciudadanos.

En España tenemos ejemplos varios de obras públicas fracasadas. Desde aeropuertos fantasma llenos de matorrales y en los que no vuelan ni los murciélagos hasta autopistas de peaje que han debido ser rescatadas.

Los riesgos asociados a este tipo de energía son además muy elevados y todos los planes de negocio se apoyan en expectativas que todavía deben ser confirmadas. Los expertos desconocen cuál será el tamaño del mercado del hidrógeno dentro de ocho años y subrayan que sólo será posible su uso eficiente cuando la demanda se encuentre cercana al lugar de generación.

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Otros expertos afirman que el hidrógeno es muy volátil porque sus moléculas son muy pequeñas, por lo que debe mantenerse a baja temperatura y alta presión. Por esa razón, afirman, puede haber escapes durante su transporte y su distribución.

Además, la generación de hidrógeno exige un proceso de electrólisis con demanda intensiva de energía que pone en duda su viabilidad futura como eje de un nuevo modelo energético en Europa. De aquí que se hable del hidrógeno rosa, que se obtiene utilizando energía nuclear, y que es el que defiende Emmanuel Macron.

Al igual que una pareja discute sobre el color del sofá de su nuevo piso, uno de los primeros debates que han tenido los novios europeos es acerca del color del hidrógeno a transportar. Algo que probablemente no se decidirá hasta dentro de varios meses.

Al final, la cabra tira al monte. Veremos cómo termina este acuerdo nupcial.

*** Juan Carlos Higueras es economista y profesor de EAE Business School.

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